Las confesiones de Aniri: El Voyeur

Caridad

Intimidades -  Photo: Caridad
Intimidades - Photo: Caridad

A todos les dan un uniforme: pantalón oscuro, camisa clara y a veces una simpática corbata que no usan ni policías ni militares ni nadie dentro del sector de los uniformados.  Es como si a ese ejército civil que conforman los comúnmente conocidos como Custodios, le quisieran dar ese toque tragicómico de los payasos.

Hay varios de ellos en cada centro laboral de relativa importancia.  A veces solo hacen guardia nocturna, para evitar robos.  Otros están colocados a la entrada del centro, incluso en instituciones culturales, y se arrogan el derecho – o a lo mejor alguien se los dio – de impedir la entrada o mal informar (que su trabajo no es dar la bienvenida ni ofrecer información).

En todo caso lo más asiduo en su trabajo es la revisión de bolsos y carteras de quienes entran y salen.  Eso resulta, definitivamente, una diversión para algunos de ellos.

Mi amiga Aniri entró hace poco a trabajar a una de esas oficinas custodiadas por los muchachos de carmelita.  Muchos de estos muchachos, según me cuenta, rebasan los 50 y hasta los 60 años de edad.

Aniri es muy sociable, amistosa y no es de las que suelen pasar por el lobby sin decir un alegre Buenos Días solo porque la recepcionista y el custodio no están a su altura profesional (hay quien suele actuar así).

Aniri regala sonrisas hasta para la perrita que se esconde de la directora  para esperar el horario de almuerzo.

Por eso no puedo dejar de creerle que el Voyeur no tiene predilección por ella, necesita ser así con todos. Es un voyeur.

¿Cómo que un mirón oficial a la entrada de un centro de trabajo?

Dice Aniri que alguien le contó que meses atrás no era así. La gente entraba y salía y los custodios solo exigían el Pase. Pero desde que desapareció el monitor de una computadora decidieron tomar medidas drásticas.

No llamaron a la policía. Nadie sabe por qué.

Ahora todos son sospechosos de algo.  A la entrada y a la salida.  Al menos así se siente mi amiga, que se pregunta qué derecho tiene otro civil a revisar su bolso, mirar y tocar sus pertenencias de mujer, ¿acaso podría llevarse un objeto grande y pesado en su bolso de mano?

Como sucede con todas las cosas en nuestro país, al principio la revisión funcionó a las mil maravillas, aunque la mayoría de los custodios, según reconoce Aniri, no gozaba con ese acto; pero con los días todo se fue relajando, descendió el fervor revisionista.

Y siempre hay un baluarte. Ese es el voyeur.

Que se molesta en toda la capacidad de sus sesenta y tantos años, porque el bolso de Aniri es negro, oscuro y no se puede ver qué hay en su interior. Que mete la mano para tocar, no sea que Aniri intente revivir el virus del Ántrax; que pregunta para qué trae una grabadora a la oficina, de qué marca es y lo anota todo.

Que está proponiendo la iniciativa de obligar a los trabajadores a verter sobre su mesa todos sus objetos personales, al inicio y al final de la jornada laboral.  Que aunque no esté en su puesto de trabajo sale corriendo cuando alguien se le “escapa” porque no tiene tiempo de esperar por su regreso. Que necesita saberlo todo, verlo todo. Aunque no haya nada.

Aniri apuesta a que era él quien estaba de guardia el día del robo.

Hasta ahora no han llevado a cabo la propuesta del Voyeur, mi amiga piensa que cuando estén muy aburridos no podrán resistir la tentación de observar al Voyeur convirtiendo su mesa en una feria.

Ella está acostumbrada a que cualquier cosa, por absurda que sea, se haga lógicamente real. Al fin y al cabo el Voyeur es real; hace real su necesidad de no estar solo, y el único modo que encuentra es atisbando los pedacitos de vida que llevan los demás dentro de sus carteras y maletines.

Aniri tiene pena por el pobre muchacho anciano, pero tiene que llenarse de paciencia cada vez que él está de guardia y la espera con su amplia sonrisa triunfante porque, aunque ella no quiera, él ya es parte de un pedacito de su vida.