El problema de pensar diferente

María Matienzo Puerto

Performance photo by Caridad

La magia de la escritura me permite, ahora, ser una alumna de la facultad de artes de una universidad cualquiera en mi país.  Por eso, intento llegar a tiempo al primer turno, aunque a decir verdad, no es mi prioridad.

La clase que más me interesa es la que empieza a media mañana. No sé de qué va a tratar porque es el primer día, pero que sea de diseño gráfico, ya me hace alguna ilusión.

Supongo que como el profesor tiene mucha experiencia voy a aprender, no solo sobre casi cien años de diseño, sino que la creatividad va a estar a la orden en cada turno de clase.

Ya casi llega la hora.

Soy la primera en entrar.  Llegan mis compañeros y el murmullo es normal porque todos somos muy jóvenes y tenemos las mismas expectativas.  El profesor serio dice lo que según él va a ser su única pesadez en todo el curso: «Aquí, nadie sabe más que yo».

Nos miramos y el desasosiego es generalizado. Pero yo lo comprendo, y lo que no he dicho es que, como soy alumna ayudante, he estado también frente al aula y a veces hay que imponerse de alguna manera. Y puede que su afirmación sea verídica porque con  tantos premios, sus conocimientos deben abarcar un mundo.

El semestre está dividido en tres partes fundamentales: un recorrido por el diseño cubano, historia de la gráfica y diseño computarizado.

Ya ha pasado algo de tiempo y estamos a punto de terminar este año escolar. ¿Qué? ¿Qué he aprendido? Bueno. Parece que el diseño gráfico en la isla comenzó hace a penas cincuenta años, aunque mi perplejidad es enorme, cuando tengo que consultar, por otras asignaturas, periódicos de la década del treinta, y veo campañas publicitarias, de jabones, cremas, clubs nocturnos, cines, restaurantes, tiendas; o leo la información que busco en pliegos bien pensados con una distribución de titulares y bloques de textos para que el lector no se pierda. (No sé, parece que mi profe, cuando se trata de enseñar historia, se parcializa demasiado).

De la segunda parte aprendí que no hay más diseñador en el mundo que él y que, pese a que a nivel mundial hay leyes que rigen la gráfica, sus criterios son trascendentales.

Por supuesto, que este tiempo también sirvió para descubrir que sus galardones, se debían más a su labor como militante. No tuve la misma suerte de otros a los que les tocó el profesor del aula de enfrente, con menos distinciones y más conocimientos.

Y de creatividad, se pueden imaginar, si me atrevo a pensar que una flor pudiera ser azul con tallo rojo, puede que se me cuestione mi asistencia a clases. Y no porque esté loca o parezca muy genial, sino porque no puedo (o no debo) pensar diferente.

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