“El pregón”

Jorge Milanes

Mis abuelos les contaron a mis padres que desde hace siglos, cuando los españoles llegaron a Cuba, promover y vender la mercancía en las plazas de los pueblos se consideraba algo muy común.

Ver pasar por las calles a vendedores que anunciaban su: maní…, calientito el maní…, o el mango…, mango dulce como azúcar, la naranja dulce… Con el paso del tiempo esta tradición se ha mantenido no solo como una continuidad de las costumbres del pasado, sino que los resortes que la hicieron surgir, aún siguen vigentes.

Por eso podemos escuchar pregones en muchos de los pueblos y ciudades de Cuba. Mi barrio, por ejemplo, todos los días se viste de pregoneros, cada uno con su forma peculiar de vender. Algunos usan silbatos, otros filarmónica, o el timbre del triciclo, y van buscando un sello que los identifique.

Mi padrastro, que todos los días ayuda en casa a hacer el desayuno, me pregunta si he escuchado al panadero que pasa cada día en su triciclo con un cajón lleno de pan.

No, le contesto. No parece estar satisfecho con el desayuno de hoy. Luego me pregunta que si podemos esperar a que el vaya a la panadería.

No, en realidad no tengo tiempo, le dije. Eso tardaría como media hora y llegaría tarde al trabajo, mejor será tomar solo un vaso de café con leche, aunque ya a media mañana tenga mucha hambre.

Los vendedores ambulantes nos solucionan un gran problema, el de ir a la bodega, el agro-mercado o las tiendas, que quedan lejos.  Nos ahorran el trabajo y el tiempo, y casi siempre ofertan lo que ni las mismas empresas estatales pueden ofertar.

Ellos venden para vivir, porque han hallado la manera de poder comprar barato y vender un poco más caro, y como todos tenemos necesidades, pues su presencia se hace necesaria.