El Mercado que sopla donde quiere

Alfredo Prieto

Concierto Paz sin Fronteras, La Habana, 20 Septiembre, 2009
Concierto Paz sin Fronteras, La Habana, 20 Septiembre, 2009

En Cuba, los orígenes del pirateo de películas y música se remontan a los años noventa, cuando entraron al país, de manera más o memos articulada, equipos VCRs que en su momento sustituyeron a los de formato Beta, aquí localizables desde la década del ochenta.

Moviéndose al calor de las nuevas circunstancias, distintos individuos, usualmente organizados a nivel familiar y con una inversión inicial de capital para la compra de cintas y otros menesteres, comenzaron a ofertar servicios de alquiler de películas en general clasificables en lo que en los Estados Unidos se consideran junk movies, típicas de la llamada cultura de masas, y que en el fondo  prolongaban las ofertadas por la propia programación oficial en las llamadas “películas del sábado.”

Durante su época de esplendor, estas nuevas estructuras económico-culturales, surgidas por iniciativa de la sociedad civil, llegaron a ofertar una considerable cantidad de títulos utilizando incluso servicios de mensajería en bicicletas y catálogos para la selección por parte del cliente, quien debía abonar cinco pesos cubanos por el alquiler de un filme por 24 horas, y una penalidad correspondiente por la entrega a destiempo.

Los estrenos y exclusividades se cotizaban en diez pesos: la cultura del mercado daba así un nuevo paso de avance. Llegó a darse el caso de que alquilaban películas (como Titanic) antes de que estuvieran disponibles para su distribución comercial en los Estados Unidos, un hecho que se explica por la labor de familiares o amigos que filmaban la película con una cámara digital en una sala de cine de Miami y luego la enviaban a Cuba a las personas involucradas en esta microempresa. Estos servicios ilegales de alquiler ahora se han movido hacia las películas en DVDs.

En el caso de la música, la entrada de los quemadores también hizo posible la aparición de un sistema de ventas de CDs en los portales callejeros y aun dentro de las propias tiendas de recaudación de divisas, que a veces ofertan ese servicio de manera “paralela,” pero tolerada por las administraciones.

En este mercado informal, homólogo del existente en sitios como Tepito, en México o el Rastro de Madrid, el cliente tiene la opción de adquirir tanto música nacional como extranjera. El asunto adquiere connotaciones interesantes porque, a diferencia de la práctica internacional, en Cuba la piratería no está tipificada como delito en el Código Penal. Existen redadas contra sus actores, pero al final el negocio sigue operando normalmente “cuando le quitan el pie” de encima.

La primera ventaja de este mercado es el acceso a la música a un precio sensiblemente más barato que en el mercado oficial (en este, un CD vale entre 15 y 17 CUC, mientras que en el informal oscila entre 2 y 3).

La segunda, que el comprador dispone de un variado stock de música foránea (que no se vende en las tiendas de ARTEX) a precios igualmente módicos.

El vendedor informal de música funciona como en todas partes: un agente democratizador de la cultura contra los precios oligopólicos, lo cual ha activado la clásica discusión sobre el pirateo, protagonizada en primer lugar por los músicos cubanos que ya han ingresado al mercado, toda vez que ven afectados sus niveles de ingreso.

Igualmente, ha levantado preocupaciones entre ejecutivos y personal especializado sobre los prejuicios que causa a la industria discográfica cubana, pero sin una legislación específica no parece haber mucho espacio para la acción, a pesar de que la problemática ha emergido en distintos foros públicos.

En cuanto a ofertas, una lista de las disponibles en varios portales callejeros arroja la presencia de salseros como Van Van, Adalberto y su Son, Rojitas, escoltados por  Rubén Blades, Tito Nieves, Gilberto Santa Rosa… También pop latino: Juanes, Maná, Shakira, Paulina Rubio, Ricardo Arjona…

Y, desde luego, abundante reguetón, sobre todo Daddie Yankee y Don Omar. De Miami, el plato fuerte es Willy Chirino y Gloria Estefan (la música cubana es una, hágase donde se haga), así como los chistes del comediante Guillermo Álvarez Guedes, “el cronista de la conquista de Miami,” pero también un exponente de la identidad y de un gracejo criollo que evade siempre el mal gusto y la chabacanería.

De la música anglo, figuran tanto modalidades del actual rock como agrupaciones para la nostalgia: Kool and the Gang, Bee Gees, Air Supply, e ídolos del pop como Madonna y Michael Jackson.

Para los cincuentones también se incluyen ofertas con el rock español de los años sesenta, que se difundió en la radio cuando la música norteamericano-británica estaba prohibida y sólo se escuchaba en circuitos alternativos y fiestas adolescentes.

Quién lo duda: el mercado, como el Espíritu Santo, sopla donde quiere.

Alfredo Prieto

Alfredo Prieto: Nací en La Habana, un dato no muy usual por aquí en estos días. La mayor parte de mi familia emigró desde temprano a los Estados Unidos, lo cual me estimuló a estudiar un poco ese país para tratar de entenderlo. Aprendí algún inglés, que después mejoré otro poco con el contacto directo con los americanos en su propios lugares de residencia y, sobre todo, en sus universidades; luego me enteré de que a eso le llamaban "sleeping with the enemy", pero les confieso que no ví a ninguno frente a mí. No me han faltado invitaciones, pero hace ya seis años que no puedo regresar porque de allá cambiaron las señas del bulpén. He sido editor de las revistas Cuadernos de Nuestra América, Temas y Caminos. Ahora trabajo en la editorial de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y estoy escribiendo otro libro. Soy, como mi tía, un declarado fan de los cheesecakes de fresa --y de Stevie Nicks, la ex de Fleetwood Mac. Si alguien de ustedes la conoce, please entréguenle una flor de mi parte.

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