Defendiendo nuestros Temas

Armando Chaguaceda

Esta noche,  al volver a casa, un estremecedor llamado de un camarada me impulsa  a escribir.  Llevo varios días siguiendo, itinerante, el desarrollo de debates y acciones en torno a dos sucesos recientes de la esfera pública cubana: el debate del pasado Último Jueves sobre el Internet y la marcha por la No Violencia del viernes 6 de noviembre.

Ultimo jueves del mes -  foro organizado por la revista Temas.
Ultimo jueves del mes - foro organizado por la revista Temas.

En ambos casos, el bloqueo al acceso de blogueros opositores, más allá de cualquier sospecha de manipulación mediática, se tradujo en un uso  injustificable de la violencia y una distorsión de los propósitos de ambas acciones.

Todo lo cual propició lo que se quería evitar: llevar agua al molino de la agenda de la derecha internacional y sus adláteres internos. Favoreciendo una situación crítica que, en manos perversas, podría dar al traste con espacios y esfuerzos de diálogo y perfeccionamiento dentro de la tradición socialista.

No me sumaré a la denuncia fácil y perversa de las supuestas “complicidades oficialistas” de Temas y su esforzado equipo gestor, cuya labor trasciende a la persona(lidad) Rafael Hernández y sus debatibles sentencias.

Porque, en mi propia experiencia, numerosas voces críticas dentro de Cuba (que no sólo brotan a partir de permisos o disidencias) han contado en las páginas y foros de la revista con plataformas de proyección, a pesar de los disgustos de quienes sueñan con eliminarlos y dirigir el país con la marcialidad de un campamento.  Por eso merecen ser defendidos, al tiempo que compartimos ideas y evaluamos los saldos de estos actos.

Los medios (como Temas) y espacios (como Último Jueves) de explicita vocación de debate públicos, se constituyen y operan  a partir de ciertas reglas mínimas que sus organizadores y participantes deben garantizar y defender ante saboteadores internos o exógenos, sencillamente porque otorgan razón a su existencia.

En el contexto y coyuntura cubano el mero sostenimiento coherente de esos principios es suficiente; no se necesita  sobredimensionar el actuar y los objetivos de dichos proyectos. La experiencia agónica y valiente del Centro Criterios, selectivamente dispuesto al diálogo, la sinergia y la confrontación con los diferentes tipos de comportamientos estatales, marca a mi juicio una pauta de decencia entre los extremos del amaestramiento ante la soberbia institucional y la ruptura protagónica.

Son las personas concretas las que, autónomamente, pueden garantizar la existencia viva de estos  espacios -de rol necesariamente acotado- y, trascendiéndolos, incidir en espacios públicos con vocación transformadora. Sea esta acción hija de grupos culturales que realicen performances  callejeros o aquellos potencian la reanimación socioambiental y cultural en nuestros barrios con métodos de educación popular, por sólo mencionar dos ejemplos.

Los espacios deben existir en su diversidad sin fusionarse o solaparse, aunque tendiendo a una solidaridad articulada que amplifique los efectos aislados de cada uno y los defienda (opinión pública mediante) de las clausuras institucionales.

Podemos comenzar con pequeñas actitudes. La renuncia y denuncia de la agresión que busca acallar las voces del otro (mientras este no sea explícito portador de violencia va de la mano) al rechazo a la política de exclusión física de los espacios deliberativos, a la descalificación personal como sustituto del debate y  la represión político administrativa de ideas y portadores.

A veces, tan solo mencionar algunos de los nombres o temas “malditos” del momento torna objeto de espanto para los funcionarios y llevado al extremo puede propiciar el bloqueo y cierre de una iniciativa deliberativa.

Los aires que corren son poco halagüeños.  Los extremos parecen tocarse cuando, de repente, alguien ataca por la diestra a Cubaencuentro (el alter liberal de Temas) y se convierte en fuente citable en la misma www.rebelión.org que hace poco endilgaba al acusador los peores epítetos. Y cuando los intolerantes “defensores de la libertad y la democracia” descalifican, con dosis monstruosas de envidia macarthista, un diálogo respetuoso desarrollado por intelectuales cubanos (socialista y liberales) en un centro cultural de Barcelona.

Mientras eso pasa, en la isla, militantes de la izquierda libertaria son sancionados laboralmente por marchar en nombre del socialismo o difundir el debate revolucionario vía internet, y se riegan rumores intencionados que les acusan como “activistas de los derechos humanos.”

Al tiempo, jóvenes periodistas que creen en los llamados a debatir en “lugar, forma y modo correctos,” no tardan en enfrentar la presión institucional por sus frescas miradas, sabiamente descalificadas como “comunistas” por la prensa de derecha.  Algunos pasan, sintiéndose a solas con la comprensible pasión de su mocedad, de la utopía al desencanto, ante el triste llamado al acomodamiento de sus colegas envejecidos.

El problema de fondo es la falta de transparencia de nuestros espacios deliberativos, así como las reglas de juego  que consagran la asimetría de recursos, poder y medios de difusión de ideas, entre una sociedad porosa, diversa y creativa, por un lado, y una mayoría de agencias estatales ignorantes de la lógica política y comunicacional del siglo XXI.

Hoy, aunque la pluralización de medios de difusión de ideas y el creciente poder simbólico favorecen tendencialmente a la primera, asistimos a espacios precariamente defendidas (mediante una combinación de auto-silenciamiento y beligerancia) por verdaderos comunistas y otros ciudadanos, en contra de las provocaciones mediáticas de las derechas criollas, para usar un término prestado por amigos.

Falta por ver (se conocerá, como hoy los archivos de la Stasi) el expediente de presiones, acosos, vigilancias y estigmatizaciones fascistoides, metódicamente planificados, con que se ha desarrollado una guerra de baja intensidad contra la esfera pública cubana, por parte del pensamiento estalinista y su correlato de ultraderecha.

Ciertamente los desafíos son enormes pero creo que nuestros gestores y movimientos socioculturales deben evitar “mantener los espacios” vaciando sus sentidos. Porque sostener un foro estéril no sirve sino para legitimar los autoritarismos, exclusiones y decorar la censura al pensamiento crítico, aparentando lo inexistente: pluralidad, respeto y diálogo.

La fé en la rectificación futura de los “errores” por una “Revolución” capaz de premiar cierta “lealtad” tiene claras fronteras generacionales; sostenerla puede ser legítimo y honorable para militantes sesenteros, a menudo nuestros maestros ejemplares.  Aconsejarla y enjuiciar en base a ella los actos juveniles puede ser, cuando menos, tan irresponsable como impulsar al barranco sin siquiera asomarse a la cornisa.

Armando Chaguaceda

Armando Chaguaceda: Mi currículo vitae me presenta como historiador y cientista político.....soy de una generación inclasificable, que recogió los logros, frustraciones y promesas de la Revolución Cubana...y que hoy resiste en la isla o se abre camino por mil sitios de este mundo, tratando de seguir siendo humanos sin morir en el intento.

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