Buenos Comunistas

Armando Chaguaceda

Terraza en La Habana.  Foto: Caridad
Terraza en La Habana. Foto: Caridad

En estos días que el vigésimo aniversario de la caída del Muro levanta tantos lamentos, silencios y conmemoraciones, vale la pena re-visitar otras tramas, íntimas, de la utopía comunista.

Hacerlo desde la existencia de personas que han entregado su vida al proyecto de una sociedad decente. Sí, decente, porque este término, aparentemente “desideologizado y burgués,” cuando se traduce en actos cotidianos, privados y públicos, representa un valladar contra las censuras, cansancios y fanatismos que han envuelto la épica anticapitalista en estos 92 años de socialismo de estado, y en particular, en su medio siglo de capítulo cubano.

Hace unos años caminaba por el boulevard de Obispo en la Habana Vieja y sentí una palmada sobre mi hombro. Al voltearme encontré a un viejo amigo que,  acompañado por su esposa, me abrazó mientras le decía “mira amor, este es un comunista bueno.”

En este caso el elogio personal y la ofensa ideológica eran comprensibles: el chico había sido sancionado tres años antes, mediante pretextos de “fraude” que ocultaban los dogmatismos, prejuicios antirreligiosos y la inhumanidad de algunos profesores.

El caso: había hecho un ensayo evaluativo asumiendo todo el trabajo y poniendo, por solidaridad, el nombre de un colega de bajo rendimiento docente. Descubierto el asunto, se había propuesto expulsarlo de la universidad, pero la férrea oposición de compañeros y dirigentes estudiantiles (que armamos carteles, cartas de protesta y una comisión de diálogo) logró conmutar la pena por la reprobación de la asignatura  y el alargamiento, por un año, de su egreso.

Pero la decepción sufrida (sufría además el fuego de la jerarquía de su templo evangélico que lo acusaba de comunista) sumada a la difícil situación familiar (dos ancianos y una madre casi demente en absoluta pobreza) lo hicieron rendirse y abandonar los estudios para ponerse a buscar dinero, con la idea de que “toda la política es una mierda.”

Traigo la anécdota-que siempre me estremece- porque esta semana he compartido con varios “comunistas buenos.”

He hablado en sueños con mi abuelo materno, comunista sin carné, fidelista sincero y no incondicional, amigo de abakuás, crítico de locuras como el fin del Mercado Campesino y miembro del Colegio Electoral del barrio, cuya muerte en 1993 me privó de insustituibles consejos.

Conocí una excelente profesora cubana, cuya historia de  rebeldía ante la mediocridad y el oportunismo -que nos privaron de su presencia- es leyenda en la Universidad de la Habana.

He compartido con un compatriota de medio siglo de prolífica y accidentada trayectoria dentro del estado y la academia cubanas, que ejerce su fundamentada autonomía intelectual -no a pesar de su militancia sino precisamente por ello- y comparte mi terca esperanza en que construiremos  una democracia deliberativa y una sociedad transparente donde los derechos de la gente no sean administrados discrecionalmente por la burocracia o el mercado salvaje.

Acompaño, en la distancia, el empeño de varios hermanos que, dentro de la isla, debaten, marchan y sueñan con “cambiar todo lo que debe ser cambiado,” a pesar de zancadillas y bloqueos internos.

A ellos quiero, con mis palabras, rendir homenaje, pues no saben cuánto les debo.  Me han hecho un ser más pleno y feliz, dándome fuerzas para desterrar  temores y egoísmos, para seguir creyendo en empeños colectivos.

Creo que la suma de sus actos, muchas veces callados y pequeños, han sostenido las zonas de decencia existente en nuestra vida pública, cada vez mas urgida de aquella “aspirina del tamaño del Sol” que nos prometía Roque Dalton, el inmortal bardo salvadoreño.

Armando Chaguaceda

Armando Chaguaceda: Mi currículo vitae me presenta como historiador y cientista político.....soy de una generación inclasificable, que recogió los logros, frustraciones y promesas de la Revolución Cubana...y que hoy resiste en la isla o se abre camino por mil sitios de este mundo, tratando de seguir siendo humanos sin morir en el intento.

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