Árbol de Navidad: ideología, clase y status

Dmitri Prieto

Restaurante en La Habana.  Foto: Caridad
Restaurante en La Habana. Foto: Caridad

Quienes recorremos las calles cubanos por estos días, podemos ver que muchas casas y algunos comercios exhiben los arbolitos de Navidad.  Como en Cuba no hay abetos, todos los árboles son artificiales. Aunque a algunos vecinos se les ocurre decorar ciertas matas u arbustos de sus jardines, no necesariamente semejantes a la popular conífera.

Antes, recuerdo que “no se estilaba” poner arbolitos en Cuba.  Eran vistos como foráneos y demasiado cristianos, a pesar de su probable origen druida.

Aunque en la Cuba pre-revolucionaria sí se importó masivamente de los EE.UU. la costumbre del árbol de Navidad, ésta jamás “se aplatanó,” es decir, siempre se mantuvo en sus códigos originales de nieve, venados y santa-claus.

Después de 1959, fue una de las tantas costumbres desterradas como muestras del kitch imperialista.

Como mi familia es ruso-cubana, siempre teníamos nuestro arbolito el fin de año.  Aunque en la época del “ateísmo militante” no se celebraba la Navidad, el árbol simbolizaba para nosotros el año que comienza.

Familias amigas lo miraban siembre con sorpresa y alegría.  En la Unión Soviética el abeto del Año Nuevo fue desterrado poco después de la revolución de 1917, pero retornó en una fecha incierta, probablemente por los años en que los pueblos de la URSS vencían al nazismo.

En tal época de tensión extrema, tristeza y escasez era importante que todos –pero sobre todo los niños- tuviesen unos momentos de alegría y esperanza.

El retorno a Cuba de la estética norteña de fin de año también comenzó en un momento crítico para el país: el Periodo Especial.

Recuerdo cómo a mediados de los 90 la empresa Correos de Cuba publicó una serie de postales de Año Nuevo, una de las cuales era una luna disfrazada de santa-claus. Esa postal en particular desapareció rápidamente de los estanquillos, y nunca supimos si se agotó por ser la más popular o pereció bajo los cuchillos de los censores.

Después de la visita del Papa Juan Pablo II, la Navidad retornó al calendario de los feriados cubanos. Por estos años solemos disfrutar por la TV no de uno sino de dos conciertos navideños: el de la Iglesia Católica en la Catedral de La Habana, y el del Consejo de Iglesias en el estatal teatro Amadeo Roldán. Es un momento excepcional en que la música cristiana se escucha en la tele.

Hasta las familias de militantes revolucionarios que nunca han sido religiosos recuperaron la tradición de Nochebuena, compartiendo con los creyentes el ajetreo de la búsqueda masiva de ingredientes para la comida festiva en vísperas del 25.

Pero hay una cierta regularidad: los comercios en moneda nacional y las instituciones oficiales o semi-oficiales no exhiben árboles navideños; éstos son un elemento casi exclusivo del sector que opera en divisa, de las iglesias y de los locales relacionados con los extranjeros.

El árbol y sus adornos sólo se adquieren en CUC.

Por lo general, las personas más humildes también prescinden de ellos en sus casas. Aunque casi todos las adornan como pueden, y hay quien tiene colgando en la puerta la tradicional media (calcetín) que dicen que es identificada por Santa Claus.

Por otro lado, en el calendario festivo es cada vez más visible el “kitch de las clases altas.” Sus jóvenes retoños globalizados ya celebran Halloween, y me imagino algún día se dispondrán también a conmemorar el Día de Acción de Gracias.  Día este que según la investigadora Marial Iglesias los cubanos se resistieron a incorporar a sus fiestas por allá por el 1900, cuando Cuba era ocupada militarmente por EE.UU.

Quizás esto es lo triste de la estética de fin de año: que ésta se convierte en una de las señales de status y de clase.  No hay fiebre comercial en Cuba por estos días, más allá de la búsqueda de algunos regalos sencillos y de comida para la fiesta.  Pero el dinero ya marca la diferencia.

Para mí, nunca encajó bien el arbolito en el ambiente tropical de Cuba, pero si a alguien le gusta, ¿por qué oponernos al disfrute, a la alegría?

Dimitri Prieto-Samsonov

Dmitri Prieto-Samsonov: Me defino por mi origen indistintamente como cubano-ruso o ruso-cubano. Nací en Moscú, en 1972, de madre rusa y padre cubano; viví en la URSS hasta los 13 años, aunque ya conocía Cuba, pues veníamos casi todos los años de vacaciones. Habito en un quinto piso de un edificio multifamiliar, en Santa Cruz del Norte, cerca del mar. Estudié Bioquímica, Derecho (ambas en La Habana) y Antropología (en Londres). He escrito sobre biología molecular, filosofía y anarquismo, aunque me gusta más leer que escribir. Imparto clases en la Universidad Agraria de La Habana. Creo en Dios y en la posibilidad de una sociedad donde seamos libres. Junto con otra gente, en eso estamos: deshaciendo muros y rutinas.

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