Dinero sin valor por trabajo = corrupción

Por Pedro Campos

Foto del campo cubano por Caridad.

HAVANA TIMES, 16 marzo – Una amiga cooperativista que gana honestamente su dinero y vive decentemente me dijo que le preocupaban las constantes alusiones crítico-despectivas  a los “guajiros que habían hecho dinero especulando con los alimentos del pueblo.”

A su juicio, el monopolio que el estado siempre ha pretendido de la comercialización de los productos alimenticios, justificado con la lucha contra la especulación, a favor de la distribución equitativa a precios asequibles para todos, tiene como propósito principal no tanto  evitar que los “guajiros se hagan millonarios,” como garantizar que todo el dinero de la comercialización se quede en el estado para beneficio de su aparato burocrático.

¿A quien conviene que muchas toneladas de productos del agro pagados a los bajos precio de acopio, se echen a perder antes de llegar al consumidor y vayan a pienso líquido para puercos?  Me imagino, dice, a los que tienen negocios de puerco en combinación con el estado, que no se sabe exactamente si son negocios de burócratas o de porqueros privados o de gente que son la misma cosa.

Preguntó también: ¿Qué tiene de malo que los campesinos queramos que se nos paguen bien nuestros productos, para tener dinero con qué comprar lo que necesitamos? Y agregó: Cualquier cosa que vamos a comprar en el mercado de divisas nos cuesta a 25 pesos por CUC y a nosotros el estado nos paga en pesos, no en CUC. El dinero no lo fabricamos los campesinos, nosotros producimos alimentos, sino el estado que es incluso quien determina el precio que nos paga y el precio del dinero, cuando debieran ser los campesinos los que pongan precio a su mercancía y el valor de los productos lo que determine el precio del dinero.

En justicia, cada productor debe decidir el precio de común acuerdo con el comprador.

Y luego afirmaba: los guajiros no eran corruptos porque quisieran ganar dinero a cambio de su trabajo; el corrupto era el individuo que no producía nada y sin embargo vivía mejor que muchos campesinos que sí trabajaban la tierra y recibían muy poco dinero del estado por sus cosechas. Que a su juicio el estado actuaba en forma corrupta al pagar un dinero que fabricaba y que nada valía por productos agrícolas que sí valían.

-¿Estudiaste alguna vez Economía Política? Le pregunté.

–No. Pero gracias a la Revolución terminé el Pre-Universitario. Leo bastante y oigo y veo radio y televisión, que me dicen muchas cosas  de agricultura y economía, algunas de las cuales nada tienen que ver con lo que me han enseñado el surco, la lluvia y los bueyes.

Foto del campo cubano.

Realmente, todo esto me lo dijo con estas y otras palabras, algunas de las cuales prefiero no incluir en el relato. Estuve luego pensando cuánto de valioso para la economía política encerraban aquellos criterios de una mujer sencilla de la tierra. Creí que debía escribirlos, tratar de explicármelos mejor y compartirlos con los lectores.

Efectivamente, mientras exista el dinero como medio para obtener los recursos necesarios a la vida, la gente tendrá que ganarlo y los que producen medios de vida, productos del agro, la industria o los servicios con su trabajo, querrán lógicamente que éste y sus producciones sean correspondientemente  pagada, de manera que le permitan obtener los bienes necesarios para vivir, sean alimentos, artículos de uso doméstico,  medios de transporte, libros, televisores, computadoras, teléfonos y demás artículos propios de la vida moderna, porque en la época de las cavernas no vivimos, sino en el siglo XXI, el de la más grande revolución tecnológica.

La verdadera fuente de corrupción

La corrupción no estaría entonces en desear el dinero necesario para vivir, sino en  la forma en que se obtiene: por trabajo y esfuerzo propios o explotando a otras personas.

Hay muchas maneras de explotar, extorsionar y robar a los demás. Están las más visibles como el asalto, el robo en las viviendas, el robo en la pesa, en el precio alterado, etc. Hay otros robos más sofisticados. El más clásico del capitalismo es la apropiación por la burguesía de la plusvalía.

Otra forma de robo o corrupción, como la que señala la guajira, se aprecia cuando un estado, usa el papel moneda desvalorizado que imprime, para pagar y apropiarse del valor-trabajo de quienes producen con su sudor e inteligencia.

Se ve y se entiende muy fácil cuando analizamos la economía de EE.UU. y su gobierno. Eso todo el mundo lo comprende. Los economistas y dirigentes gubernamentales  lo han explicado muy claro. El gobierno norteamericano fabrica dólares, sin respaldo, para producir armas, pagar sus guerras, comprar gobiernos enteros con toda su economía, su burocracia, mantener los altos niveles de vida y de “seguridad” de la burocracia norteamericana, sus gobernantes, senadores, representantes, etc.,  por ejemplo.

Cuando vamos a analizar nuestra economía, a pocos se les ocurre pensar que aquí el gobierno fabrica chavitos (CUC)  y Pesos Cubanos (MN) con similar función que los dólares norteamericanos, igual que todos los países.

Aquí, como dice la cooperativista, el estado es quien le pone precio al dinero y quien monopólicamente determina lo que vale el trabajo de un campesino o de un asalariado manual o intelectual.

Foto del campo cubano.

¿Qué fabrica el estado además de dinero, pues quienes producen medios de vida son los obreros manuales e intelectuales y los campesinos?

¿De dónde saca el estado sus recursos sino de cambiar el papel moneda, que fabrica, por el trabajo productivo de obreros y campesinos, que es el que engendra y agrega “valor,” el contenido en los productos y servicios que luego vende a cambio de divisas a los extranjeros (dentro y fuera de Cuba) a fin de satisfacer sus necesidades, las de sus enormes aparatos burocráticos y hacer sus políticas sociales?

Así, con los dineros fabricados, que tampoco tienen respaldo, el estado paga el trabajo de los productores cubanos, al precio que él decide; le compra a los campesinos sus frutos agrícolas a los precios que él establece y luego los vende a los montos que él determina; vende en sus tiendas por divisa los bienes de consumo necesarios a los precios que él impone monopólicamente y, desde luego, ese nivel de decisión que tiene el estado todo poderoso y todo poseedor, para poner precio a todo, lo mismo a una libra de frijoles que al trabajo de un profesional y el monopolio comercial de compra y venta que tiene, es lo que finalmente le permite brindar uno de los relativamente mejores servicios del mundo, de salud y educación para todos.

Es también, lo que le posibilita tener –todo relativamente-  una de las burocracias gubernamentales más grandes del mundo, uno de los aparatos políticos más grandes del mundo, uno de los aparatos publicitarios más grandes del mundo, una de las diplomacias más grandes del mundo, uno de los ejércitos más grandes del mundo y unos órganos de seguridad de los más grandes del mundo también. Cientos de miles, quizás más de un millón, ¿casi una cuarta parte de la fuerzas laboral cubana?, de gente productiva y calificada, joven y fuerte, sana, ocupada en esas funciones, viviendo del trabajo de otros, muchos con prebendas inalcanzables para los que producen directamente la riqueza.

Plaza de la Revolución, La Habana. Foto: Caridad

Efectivamente, con el dinero que fabrica y pagando muy  bajos sueldos a sus empleados asalariados, el estado cubano compra casi toda la fuerza de trabajo del pueblo cubano, manual e intelectual, con la cual produce bienes y servicios que vende luego en el mercado nacional al precio que decide y en el internacional al que puede.

Es la consecuencia natural de la aplicación de la concepción del denominado “socialista real” –que hasta ahora no ha desembocado en socialismo en ningún lado- heredado de los tiempos del estalinismo, aunque metamorfoseado, tropicalizado, el cual sigue vigente en Cuba en sus esencias, tal y como lo calificó Lenin, un capitalismo monopolista de estado,  -único dueño, empleador, comprador y vendedor, salvo espacios mínimos-, causa fundamental de todos nuestros problemas actuales.

No olvidar que el imperialismo comparte culpas con este aberrante “modelo,” no solo por el criminal bloqueo del cual siempre nos hemos burlado de mil formas, sino sobre todo por sus amenazas y agresiones, que han estimulado el espíritu de ciudadela sitiada, de la confrontación y las tendencias maniqueas, burocráticas, militaristas y autoritarias, engendrándose una especie de círculo vicioso, de causa- efecto entre el sistema paranoide, cerrado, e intransigente generado por esas tendencias y las políticas imperialistas que lo usan como injustificable pretexto para continuar con su bloqueo. Algunos lo llaman doble bloqueo.

¿Estado?  Sí, tendrá que existir un tiempo, pero uno de nuevo tipo, el más democrático, el más humano, el más descentralizado posible y solo el imprescindible, con funciones generales, metodológicas, unificadoras y para garantizar la ejecución de los presupuestos participativos municipales y de la nación, el desarrollo de infraestructura de comunicaciones, transporte y servicios generales, parte de la defensa, el servicio exterior y otras por el estilo.

La Habana, capital y centro de la burocracia. Foto: Caridad

Parte de la dirección se ha dado cuenta de que, de nuevo, tenemos un estado demasiado grande, costoso, insostenible y por eso pretende hacer otras fuertes reducciones en el aparato burocrático y en sus gastos. Pero lo que corresponde es su descentralización y comenzar ya la entrega de la mayoría de sus funciones administrativas actuales, directamente, a las empresas y a sus colectivos de trabajadores, con lo cual la burocracia sí disminuiría sensiblemente.

Deberían ser los colectivos de trabajadores los que determinen democráticamente las reducciones, y no un aparato burocrático estatal desligado de realidad de la base, dejando a las empresas libertades –que ahora no tienen- para encontrar ellas mismas, con sus propias iniciativas, empleos a sus trabajadores con producciones marginales, por ejemplo.

¿Y porqué no se acaba de establecer que los burócratas todos estén sometidos a escrutinios permanentes de los trabajadores, del pueblo y de una prensa socialista libre, ganar lo mismo que los productores, no tener prebendas y andar en transporte público, como enseñaron los comuneros de París? Así el que asuma una responsabilidad lo haría para servir al pueblo y no para libar las mieles del poder.

Recordemos que otras muchas veces, en años anteriores, se hicieron  reajustes de plantillas, reducciones burocráticas, envío a sus casas de miles de trabajadores “interruptos,” disminuciones presupuestarias, eliminaciones de cuotas de gasolina, etc., etc., etc.

Los y las trabajadores cubanos desean ganar para alcanzar sus necesidades básicos. Foto: Caridad

Si no se cambia la concepción estatalista de socialismo vigente, el ciclo de reproducción de la burocracia se reiniciará en breve, para volver a lo mismo. Los malos no son los burócratas, sino el sistema que los engendra. Si no acabamos con el sistema administrativo centralizado que los cultiva, nunca acabaremos con los burócratas y el burocratismo.

El “socialismo de estado,” ese no-socialismo, ya demostró su fracaso en todas partes y más de una vez en Cuba. El poder estatal, el que dispone de la fuerza bruta, no parece convencido todavía de la necesidad de cambiarlo. Pero ¿acaso hay otra alterativa? El poder del pueblo, el verdadero poder, el que late con el corazón de las mayorías, hace rato decidió que esa no es la vía, ni tampoco la que quieren los enemigos de la revolución.

Quiere otro socialismo que no intente violar las leyes económicas, no criminalice las diferencias políticas, que las decisiones importantes que a todos afectan, entre todos sean tomadas, respete el valor de la fuerza de trabajo y no se cuestione a los que ganan dinero gracias a su trabajo y esfuerzo propios; pero sí que impida a los capitalistas, a los corruptos y a los burócratas apropiarse del trabajo del pueblo.

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