Una nueva modalidad para Cuba: el turismo migratorio

Por Aurelio Pedroso   (Progreso Semanal)

Un día cualquiera en frente la embajada de Panamá en La Habana.

HAVANA TIMES – Los especialistas en turismo deberán agregar a su amplia cartera una nueva razón por la cual la gente en Cuba desea viajar y que no es otra que la de hacer gestiones consulares y maletas con fines migratorios, casi siempre con carácter definitivo.

Tal novedosa clasificación, que engrosará el listado de los que viajan por motivos de turismo cultural, salud, convenciones, pesca o caza, naturaleza, histórico, compras y otras tantas más, acaba de ser acuñada por un suspicaz propietario que renta par de habitaciones en la barriada capitalina de Miramar, donde están enclavadas la inmensa mayoría de las representaciones diplomáticas en la Isla.

Tal peculiar denominación me la define a raíz de unas declaraciones de Laureano Ortega, hijo del matrimonio nica de Daniel Ortega y Rosario Murillo, quien se encarga de la actividad turística en Nicaragua. El referido funcionario ha dicho a la prensa que el motivo principal de esa avalancha nunca antes vista de jóvenes cubanos a esa nación centroamericana, es porque sencilla y llanamente, “quieren conocer los volcanes”.

Risible. Más apropiado y real el argumento de nuestro vecino que alquila desde hace años y ahora es testigo privilegiado de ese frenesí viajero hacia naciones como México, Nicaragua, Panamá, Italia, Angola y hasta la apacible Bélgica. Embajadas todas bajo su radio de acción a las que se puede acudir hasta caminando.

Al mismo tiempo, otras en su radio de acción son muy poco visitadas. Algunas, ni por fantasmas. A saber, Guinea Ecuatorial, República del Congo, Vietnam, Guatemala…

“Rento casi desde el principio de la autorización”, cuenta. “Esto de los últimos tiempos no lo había visto antes, salvo las largas filas que se hacían en la embajada de Estados Unidos. Ahora, a falta de otro tipo de turista, los nacionales son lo que priman. No van a los hoteles porque son muy caros y entonces recurren a casas particulares en las cercanías de las embajadas. Es, ni más ni menos, un turismo migratorio.

“He recibido personas que vienen desde Alto Songo hacia Francia; de República Dominicana para llegar a Bélgica —que no tiene consulado en Santo Domingo—; de Cienfuegos, con rumbo a Panamá… Vaya, desde el rincón más insospechado…”.

Y como quiera que basta media vez que en la calle se reúna una decena de cubanos por cualquier razón para que aparezca, como brote de hierba silvestre, alguien con intenciones comerciales, ahí están los revendedores de turnos, el del maní, el carrito de granizado de gastronomía municipal, el pan con queso y ese agregado que todavía seguimos llamándole jamón, y hasta ese intermediario que propone alojamiento cercano. En fin, que quien suscribe ha visto entre esos “luchadores” un vendedor de flores haciendo gala de una muy ocurrente mercadotecnia en la calle 24 justo frente a la embajada de Panamá:

—Abre tu camino, con un gladiolo.

Sin duda alguna, el tema del alojamiento ha cobrado cierto impulso en medio de una crisis que, si bien no ha llegado a sus extremos, sí no goza de la esplendorosa salud de otros tiempos con Obama a la cabeza, en que no pocos debieron aprender un inglés de emergencia. “Son momentos en los que hay que agarrarse de lo que venga y bajar precios porque los impuestos, tengas renta o no, hay que pagarlos obligatoriamente. Mira, si tengo que poner la noche a 15 CUC o menos, lo hago con gusto”, explica nuestro anónimo informante.

El entrevistado, veterano de la guerra en Angola, un episodio que ha marcado de por vida a muchos compatriotas, no encuentra mejor forma de concluir que repitiendo una frase que a diario se escuchaba desde la norteña y petrolífera Cabinda hasta la sureña y fría Cunene:

—La lucha continúa; la victoria es cierta.

Cada loco con su tema, como decía mi abuela materna.