Una ciudad de pencos invisibles

Ernesto-Pérez-ChangTexto y fotos por Ernesto Pérez Chang

HAVANA TIMES — El Reparto Eléctrico, en el municipio de Arroyo Naranjo, es una de las tantas ciudades dormitorios de La Habana. La mayoría de sus habitantes son de muy bajos ingresos y deben desplazarse decenas de kilómetros para llegar a sus trabajos.

El transporte del Estado presta un servicio muy limitado y son los caballos los que mueven a las multitudes hasta el paradero de ómnibus. De no tomar el carricoche, las personas tendrían que caminar largas distancias y arribar más fatigados de lo habitual a sus destinos. Aun así, hay quien no puede pagar los dos pesos del pasaje porque está obligado a un verdadero conflicto donde termina por comprar una tacita de café como único desayuno.

La gente refunfuña por el costo del servicio pero finalmente cede por el apremio. Sería mucho peor perder el tiempo en una parada a la espera de nada. Escasean los empleos y pocos pueden exponerse a un descuento o un despido en estas horas del «sálvese quien pueda».

Ernesto-Pérez-ChangQuizás mucho antes de que los gallos canten o que los viejos relojes despertadores rusos hagan retumbar los edificios, el trotar de los pencos y los látigos restallando contra el agotamiento del día anterior, despierten a quienes no pueden darse el lujo de un sueño profundo, mucho menos de un regateo o de una protesta, de una rebeldía.

Una veintena de coches improvisados con trozos de maderas, hierros oxidados y lonas viejas, dan la nota especial a un rincón de la ciudad que pareciera un apartado villorrio del siglo XVIII.

Cabizbajos, cansados, enflaquecidos y sin oportunidad para el lucimiento, los caballos tiran de los coches, haciendo la misma ruta, hundiendo los cascos en el fango y en el asfalto caliente, a pleno sol y bajo lluvias torrenciales del invierno o el verano.

Las pezuñas contra el camino marcan el tiempo de quienes habitan los suburbios. Los olores de los orines hervidos por el sol del mediodía y el estiércol y las moscas de los basurales amenizan las partidas y los arribos en estos lugares donde solo se escucha hablar de batallas perdidas y de sobrevivencias.

Ernesto-Pérez-ChangLas personas se apiñan unas al lado de las otras, a veces silenciosas, tal vez consumidas por un desaliento perpetuo similar al de los pencos que jalan del carro solo por costumbre, por adaptación. Son las mismas gentes que salen a intentar resolver sus dilemas esenciales y es la misma que retorna nuevamente vencida bien tarde en la noche.

Muchedumbres que descargan sus fatigas en la impotencia de las bestias y animales que acarrean el peso de las extenuaciones, de los encierros, de las ataduras, de las frustraciones.

A pesar de que transitan a toda hora, nadie repara en los coches desvencijados. Cargados de gente abatida, el conjunto se confunde con el estado deplorable de las bestias y del entorno. Nadie sabe quién a acarrea a quién porque esta es una ciudad de pencos invisibles.

5 thoughts on “Una ciudad de pencos invisibles

  • Deprimente

  • Me recordaste a mi natal Cárdenas, lo que antes fuera una de las características de la ciudad que hasta le daba un “toque señorial”, ahora es eso que tan bien retratas en palabras, ¿Será que se multiplican los pencos invisibles en la isla posesa?

  • Pobres Caballos!!!

  • Buena como crónica costumbrista, pero no me pasa inadvertido el habilidoso toquecito de “pencos” para nuestros compatriotas…¿así estamos?

  • El gobierno esta lleno de pencos.

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