Un viaje a Sicilia, la Cuba del Mediterráneo

Por Martín Guevara

Parte del grupo en Vita.

HAVANA TIMES – Este viaje lo tenía pendiente por ser Sicilia la Cuba del Mediterráneo, la isla deseada por su posición estratégica, su belleza, su clima su sensualidad y la paciencia que se toma el tiempo en pasar.

Llega un hombre peinado a la gomina y bien trajeado, acompañado de dos amigos en un automóvil, a una casona señorial de un pueblo; es presentado a un anciano que dormita en un balancín de un balcón de la casona, dos guardaespaldas velan por su descanso.

Uno de los amigos del joven bien peinado despierta con cautela a Don Ciccio, le dice que lo acompaña uno nacido en el pueblo, pero emigrado a Nueva York, que importa aceite de oliva desde EE. UU., le enseña la lata con las inscripciones en inglés y le pide permiso para negociar con el emigrado. El viejo jefe de la mafia local le indica al nuevo comerciante que se acerque y le pregunta el nombre:

-Vito Corleone- responde el joven, el anciano sonríe ante la ocurrencia de ponerse como apellido el nombre del pueblo, y le pregunta -¿hijo de quién eres? Y entonces Robert de Niro, le dice al oído el nombre del padre: Antonio Andolini, a quien años atrás Ciccio había mandado a matar junto a sus hermanos por oponerse a su poder, y acto seguido le dice: – este regalo es para usted- rajándole el torso desde la barriga hasta el pecho con un puñal y hundiéndoselo hasta el mango.

No recuerdo cuántas veces puedo haber visto esa película, esa escena, una de las cimas del cine universal, pero fueron muchas, y esa noche por primera vez la vi sabiendo que la escena se filmó en un pueblo de Sicilia, pero no en Corleone, y que la mafia en Sicilia dista mucho de ser esa secta romántica y contestataria que supone el mismo resto del mundo que también imagina a los piratas como justicieros.

También aprendí que Sicilia es mucho, muchísimo más que mafia, sículos, secanos, romanos, fenicios, cartagineses y griegos, aunque por supuesto también es todo eso.

Mi amiga cineasta, anarquista, y activista de la vida, Anna Assenza, natural de Vittoria, llevaba unos años animándome a visitar la famosa isla, sobre todo, cada vez que iba a Italia me decía, “sí tal ciudad es muy linda, pero no sabes lo bella que es Sicilia, tienes que ir y recorrerla a pie”, también me había advertido, aunque no con palabras, sino con una forma de ser, que los sicilianos guardan ciertas similitudes con los cubanos, país en que me crié y donde Anna vivió once años, para luego radicarse en Costa Rica.

Al fin se dio la posibilidad de recorrerla gracias a Anna y a sus amigos Peppe de Caro y Tano Melfi, organizadores desde hace un lustro del camino transversal a pie por el centro de Sicilia, saliendo de una costa y llegando a la opuesta a través de toda la isla. Este año podía ir, tan solo once días, pero podía finalmente conocerla, musa del imaginario colectivo desde el principio de los tiempos.

No sabía mucho del proyecto Antica Trasversale Sícula hasta el momento en que supe que iría desde Madrid a Catania en pocos días. Lo que leí al respecto me llenó de ilusión, aunque guardaba un recelo escurridizo a lo de las caminatas por mis cervicales, lumbares y meniscos que llevan un tiempo implorando un recambio urgente.

Ya en el aeropuerto, al salir, sentí que estaba en una tierra pariente de mi alma; la gente sonreía, solo andaban con prisa los foráneos; me acerqué al bar a probar una porción de pizza, que aunque fuese de calidad “made in airport”, era un manjar llegando del resto del mundo.

Me llamó al teléfono Peppe, dijo que estaba llegando; cuando iba a pedir el café, apareció, nos dimos un abrazo y subimos al automóvil. Aunque al lector le parezca exagerado, esos primeros minutos que paso en un país son los que más me dicen de esa nación, es cuando veo con más claridad las actitudes, los mecanismos, los reflejos similares y diferentes a los conocidos, noto si cuidan sus pertenencias más o menos de lo habitual, si andan con prisa o con displicencia, si los suelos brillan o aceptan su condición de suelos, donde las cosas caen y los zapatos ensucian, los aromas a condimentos o las pestes a grasa, los olores de los perfumes, los ruidos, la organización, disciplina o la destreza y autonomía en las leyes de los conductores, habla más de la idiosincrasia que varios capítulos de una guía especializada.

Todo me parecía familiar y, a la vez, más enriquecido por ese nuevo amigo Peppe De Caro que hablaba el italiano con gestos y musicalidad en la lengua propia de los sicilianos. Escuchar hablar italiano y portugués brasileño, parece estar inmerso en un cuento, no necesariamente una comedia, pero sí en el borde de la sonrisa permanente, una lengua bella, casi todas las palabras acabadas en vocal, por lo cual Martín a menudo es Martino o Martin sin el acento en la í, para poder acentuar la “a” y escapar a la tarea de mencionar esa maldita N final, sola, desprovista de sujeción, de indicaciones, de ropa interior.

En la Casa de Peppino Impastato, con Luisa Impastato.

Pero también empecé a conocer que el siciliano es bastante diferente al italiano, “vámonos” se dice “Amuní” e incluso tiene palabras más parecidas al castellano o al portugués que a la lengua de Alighieri.

Y así conociéndonos llegamos a Vittoria, la ciudad de Anna, con quien curiosamente nunca hemos tenido un encuentro de carne y hueso, estaba conociendo primero a sus amigos que a ella, pero todo lector apasionado de libros e historias, sabe que se puede experimentar sentimientos de cariño, respeto y familiaridad con alguien en la lejanía, e incluso, en la distancia, en el tiempo; pocos son tan mis hermanos del alma como lo fue y es Dostoievski, en la soledad de aquella celda en la Siberia, bastante antes de mi nacimiento.

Conocí el verdadero “arancino”, todas las copias que había probado en mi vida no le llegaban ni a los talones, luego pasamos a recoger a Tano Melfi, el fundador de la ruta, al igual que Peppe, un personaje particular, de expresión genuina desde el alma, de convicción de libertad pegada a la tierra, alejada de los cánones que exige la corrección política.

La madrugada siguiente recogimos a Mauro y Tomas, otros dos personajes totales, y salimos en la furgoneta con el logotipo de la lechuza de la Antica Trasversale Sícula hacia Trapani, desde donde zarpamos en un ferry a la isla de Favignana y la de Levanzo, de mano del ingeniero y antropólogo Gianluiggi Pirrera, quien nos hizo durante dos días un recorrido de ensueño, a través de ambas islas y de sus riquezas arqueológicas e históricas.

Yo estaba reventado, porque no había dormido bien en dos noches, pero cada paso que dábamos tenía una historia que atender, en Sicilia puede ocurrir más que en la propia Roma, que a veces haya tanta historia en tan poco espacio y tiempo, que la información se atiborre en la cabeza mezclando barcos fenicios de anclas cartaginesas manejados por arquitectos y sabios griegos comandados por romanos a las órdenes de sículos.

Pero lo más bello que se me empezó a acumular en el alma, para una persona que trabaja en más soledad de la que le gustaría admitir, fue la sensación de tribu, de pertenencia. En solo dos días sentí que nos conocíamos desde un tiempo sin medición cronológica, percibía que la mayor riqueza del camino que esperaba era precisamente esa, más allá de la belleza, de la importancia para la historia del el mundo Occidental que tuvo esa isla situada entre los mundos antiguos y tan deseada como lo fue Cuba unos cuantos siglos más tarde, por su ubicación estratégica, su belleza y sensualidad.

Levanzo atesora la gruta del Genovés, un sitio al que se llega atravesando la isla a pie. Allí se conservan pinturas rupestres del neolítico, emparentadas con las de Atapuerca en Burgos, España.

Eso da la idea del disparate que significa ser nacionalista, ya que, en el mejor de los casos, somos una mezcla de todo lo que nos precedió, un potpurrí de cada costumbre y de cada aprendizaje, el resultado de sus alegrías, de sus felicidades, de sus compañerismos; de sus odios no nos fue legado nada, llegamos aquí gracias a la confianza de una persona en la otra.

Ambas islas las conocí acompañado de las risas con Vincenzo, Tomas, todos los Giuseppe y Adriana, una arquitecta de Palermo con quien no podía parar de reírme, por sus ocurrencias, por su sentido del humor y por ese tono tan suyo al hablar.

Luego dormimos en la residencia del artista plástico Momò Calascibetta, donde fuimos agasajados con un banquete de alimentos, de amistad y calor humano, y de belleza de su obra, tanto pictórica como arquitectónica, nos llamaron desde un programa de radio muy escuchado y entre De Caro y yo les dimos las pautas de la caminata.

Llegado a ese punto aún no había dormido en la casa de campaña y en la bolsa de dormir que gentilmente me prestó Claudio Lo Forte, la verdad es que estaba desacostumbrado a dormir sobre suelo duro, cosa que al día siguiente empezaría a entender cuando oficialmente arrancaba la caminata, con la prensa y las autoridades desde el islote de Mozia, que reunía, apretujada, tanta historia como cantidad de mosquitos.

Una belleza desde la misma partida en lancha, dos horas después de lo pactado, característica esta que me llevó a reír y a reflexionar mucho, a reaprender, a disfrutar cómo entienden el tiempo los sicilianos, de manera muy similar a los cubanos, pero aún con más licencias y acaso con un subyacente sustento teórico filosófico de mayor profundidad, producto, acaso, de la sabiduría de miles de años, de numerosas culturas de ocupación, de colonización, de expropiación y de aportes en materia de paciencia y una bien aprendida tradición de conspiración. Pero al principio puede resultar poco cómodo hasta que al acomodarse uno se convierte en alucinante; el tiempo allí es para la vida, no para la angustia.

La cronología del viaje es lo de menos, el poso interior que deja es lo más importante, tanto en la valoración de los pueblos bellos, los paisajes, las personas que se cruzan en el camino, como todos aquellos que nos recibieron con un esfuerzo y energía positiva brillante, tal que el amigo caminante belga, Eugene, me reveló que estaba alucinado, porque jamás en Bélgica nos harían tales recibimientos, “ni en ningún lugar que hasta ahora conozco”, le respondí a mi vez.

Nos bañamos en termas que se usan hace tres mil años, disfrutamos de templos elimios, griegos, romanos, pueblos de ensueño, iglesias pequeñas, vírgenes milagrosas, comidas más milagrosas aún, las bodegas de Vincenzo Fazio, donde su propietario y su esposa, que también caminaron con nosotros, nos trataron como reyes y quedaron como amigos para siempre.

El primer día camino a Mozia

Mi garganta que ya no permite el paso de alcohol, sin embargo, tomó nota del aroma de los caldos que nos regaló Fazio, tesoro líquido, las noches eran de charlas, canciones, nos recibieron en hotel refaccionado con una noche de actos festivos, canciones típicas sicilianas, me enamoré de una: “Si Maritau Rosa”, me recibieron en sus casas Simonetta, Momó, María, Peppe, Davide, Luisa, y en sus amabilidades tanta gente que me resulta aún como un breve pero intenso sueño.

Hubo un capítulo para perros y gatos, tres perros caminaron esos días con nosotros el campeón de todos los campeones Pitu, un valiente sabio y vivísimo perro sin raza ni ley; Christian, un caminante silencioso, tranquilo, del norte de Italia; Nina, un animalito precioso de la simpática y linda Rose Lyne, que por poco se nos va y entre el cariño y la llegada a tiempo de una botella de agua con bicarbonato de sodio para hacerla vomitar, salió adelante, y Duca, el pastor de Olga, Olga sí es de Corleone no como don Vito, un pastor que en todos los días que caminó con nosotros no ladró ni una vez. Los gatos son libres, los gatos se acercan al fantasma gatuno.

Entre los días de la caminata tuvo lugar un acto en conmemoración por el 9 de octubre, día del asesinato en Vallegrande de mi tío Ernesto Guevara. Me invitaron durante toda esa jornada a hacer un recorrido del que me quedé con la impronta de la lucha de un ser excepcional de Sicilia, Peppino Impastato, y con la energía de su sobrina Luisa Impastato, que mantiene viva la memoria y la lucha de su tío y su abuela, por un mundo mejor, lo cual en aquella época implicaba situarse frente a una Mafia despiadada, que más que casada con el poder, era poder en sí misma, una Mafia que se cobró vidas valiosísimas como también las de los jueces Falcone y Borsellino.

María, de un pueblo llamado Vita, mujer tan amable como incansable lleva la asociación Pro Loco de la zona, entre ella y la querida Agostina organizaron la jornada que arrancó con una visita a la casa donde vivió Peppino Impastato y su madre, un museo memorial que al revés de otros continúa vivo, reuniendo los jóvenes valores del barrio, de pueblo, de la zona y de toda Sicilia, así como a los excompañeros de Peppino, tanto de la radio como en su militancia antimafia.

Me recibió Luisa, una criatura divina de una gran ternura y al mismo tiempo de una fuerza y fiereza interior que se le intuye; también estaban los compañeros de Peppino, un argentino que me hizo de traductor para las palabras desconocidas y que no se parecen al castellano, ante todo les aclaré que no comparto las ideas de Castro y de la URSS, por motivos que no venían al caso explicar, pero que me conmovía la gente que se atrevía a ser comunista en una situación tan adversa como en la de aquellos años, y gracias a la sinceridad inicial, tuvimos una charla abierta y diáfana.

Me despedí de los ojos de Luisa y fuimos a Palermo con dos universitarios, a recoger a dos amigas suyas universitarias también, todos estudiantes de Medicina de distintas partes de Italia, que me dieron un paseo por Palermo y de ahí fuimos al acto en Salemi, que fue muy emotivo, donde nuevamente dije que aunque no compartía las ideas y militancia admiraba la coherencia de todos ellos. La noche terminó con unas pizzas exquisitas, y yendo a dormir a la casa de la familia de María.

Quizás no lo sepan, pero para mí fue un día muy especial, porque llevo toda la vida reñido con las figuras y los tótems emanados de la obligación de ser como el Che, de ser comunista y fui testigo de toda la gran traición a esos ideales, por lo cual me prodigo más en criticar aquello, que en dirigirme a una audiencia simpatizante del comunismo; sin embargo entre esa gente humilde, de verdaderos callos formados en la lucha, en la solidaridad, gente de valores, me sentí en una familia ética, familia de afecto. En Sicilia muchas cosas son al revés, no solo la percepción sobre Garibaldi, los italianos dicen que en la punta de Trapani termina Italia, pero supe que en realidad, es ahí donde comienza.

Me marché de Sicilia a la semana de empezada la Travesía, que dura más de cuarenta días, con más de seiscientos cincuenta kilómetros y treinta y siete etapas, pero me fui con el corazón lleno de emociones, el bolsillo del pecho lleno de amigos, desde Mimma a Vincenzo, de Peppe a María, de Angelo a Gaetano, sonrisas, muchas risas, tranquilidad del alma, e increíblemente, como le comenté a Peppe, una mejoría de la espalda y de las cervicales.

Me marché con ganas de no irme, de volver, de que cada día en la vida en las ciudades, en mi alrededor se vea coronada de esa satisfacción, de esos pequeños detalles de afecto por la tierra, por el mar, por las demás personas, y por las cosas simples, aunque siga siendo sibarita de la comodidad de un buen sofá, nunca olvidaré cómo cuando tras caminar media jornada bajo un sol impiadoso, llegamos un trozo de doscientos metros del camino sombreado y al poner el primer pie bajo la sombra, la sensación de placer, de agasajo, de festividad, de gozo que me embargó, se me antojó comparable al mejor de los banquetes, una simple sombra, pero con algunas ventajas, era gratis, saludable, y compartida con mis semejantes.