Un tren cubano del contrabando (2nda Parte)

Fernando Aramis

FOTOSVIDEO 002HAVANA TIMES — Fue todo un acontecimiento que el tren partiera a su hora. Justamente a la 4:00 am. Desconocía si era una regla del Ministerio de Transporte del ferrocarril cubano o negligencia de los encargados en el asunto, pero casi todos los trenes en Cuba siempre salían atrasados.

El tren avanzaba lento, pero seguro; la lentitud era una de las características más notables de este medio de transporte, aparte de ser incómodo, asqueroso y bulloso. Fuimos dejando atrás a la ciudad de Bayamo. Pasamos el pueblo de Guamo, donde el equipo atravesaba el puente del rio Cauto, el más caudaloso de Cuba. Esa era unas de las atracciones del viaje.

Llegamos al municipio de Jobabo (provincia de las Tunas) a eso de las 5:00 am, donde se hacía una corta parada para recoger más viajeros comerciantes o, mejor dicho, traficantes. El pitazo anunció que continuábamos viaje, y nuevamente partimos. Todos comentábamos lo que haríamos con el dinero que obtendríamos de la venta del café.

Dargelo me aconsejaba que guardara el dinero de la inversión. Y entre una conversación y otra, llegamos al municipio de Martí (provincia de Camaguey). Este lugar tenía una característica importante, porque aquí era donde se encontraba  el entronque de las líneas ferroviarias nacionales, donde los trenes que venían de La Habana tomaban diferentes destinos, unos iban por la vía para Las Tunas y otros por la de Granma.

Cuando llegamos vimos un tren enorme estacionado en la vía para Las Tunas. Enseguida supimos que era el especial. Este viajaba de La Habana a Las Tunas y viceversa. Era unos de los mejores transportes de Cuba por que tenía aire acondicionado y daban comida, y buena.

Por eso se llamaba el especial. Y por el contrario del nuestro, al especial sí lo revisaba la policía y mucho. Pero para gran ironía del destino, al especial se le había descompuesto su locomotora y estaba varado en la estación de Martí. Yo reí al saber que el “tren especial” estaba roto y el nuestro pequeño aún estaba con vida.

Inmediatamente Dargelo me tronchó la risa cuando me dijo:

¡No te rías!, que lo más probable es que ahora enganchen los vagones a nuestro tren. Y si eso ocurre estamos embarcados, porque de seguro la policía que viaja en el especial revisará el nuestro.

¿Qué? ¡Candela!, dije.

Por supuesto, me tragué la risa en un segundo.

Y efectivamente Dargelo tenía razón, comenzaron hacer las maniobras para enganchar los vagones del especial al nuestro, y cuando todo estuvo listo, continuamos el viaje. Ahora todos nos encontrábamos entre la espada y la pared y con el corazón en la boca. Atentos y asustados.

No habían pasado ni 15 minutos de viaje cuando se abrió la puerta de los vagones del llamado especial y aparecieron dos policías que pasaron por nuestro lado rumbo al primer vagón del nuestro. Nosotros íbamos en el último vagón del tren del contrabando. Cuando saqué la  cabeza para ver qué iban a hacer los policías, los vi revisando las pertenencias de los viajeros.

¡Están revisando!, le dije asustado a Dargelo. Justamente estábamos llegando a un pueblito pequeño de la provincia de Camagüey, llamado Siboney. Por lo tanto se aminoraba la marcha.

El amigo de Dargelo, el contacto que teníamos para vender el café en Florida, desesperado se fue a los vagones del especial para meterse al baño y esconderse en el cuerpo sus 20 libras de café. Cuando regresó traía su alforja amarrada a la cintura e inocente nos preguntó:

¿Se me nota? ¿Se ve mucho?

Nosotros soltamos la carcajada, porque parecía un hombre embarazado. A la legua se le notaba que tenía algo escondido en la cintura.

¡Quéva mi hermano!, dije.

¡A mí no me van a quitar mis 40 libras de café! ¡Yo gasté el único dinero que me quedaba para ahora volver a quedarme sin un céntimo, después del trabajo que hemos pasado para llegar hasta aquí! ¡Ni a jodía, yo me tiro del tren!

Ya los policías estaban cerca de nuestro vagón. Me arrimé a la puerta, el tren ya andaba muy despacio, casi llegaba al andén. Primero posicioné el saco en la tierra con el vehículo aún en marcha, este para mi sorpresa no se cayó. Y después, sin pensarlo dos veces me tiré. (Aquí hice gala de una destreza adquirida cuando niño. Nos íbamos hasta el ferrocarril de Bayamo a esperar los trenes que llegaban para montarnos y después de un pequeño paseo lanzarnos con aún en marcha.)

Después de la caída el tren se alejó y a la distancia vi cuando paró en el andén. Cuando se detuvo por completo se desató una reacción en cadena. La gente salía corriendo a una velocidad increíble. Parecía como si hubieran agitado un panal de abejas y ellas salían azoradas en distintas direcciones. Aún guardo esa imagen intacta en mi memoria.

Fuera de peligro me senté en un banco de un pequeño parque cerca de la estación a esperar que aparecieran Dargelo y su amigo. Rogaba porque no lo hubieran atrapado. De momento los vi que venían sonriendo hacia mí. Cuando llegaron me dijeron que habían atrapado algunas personas. A unos con carne de res y otros con leche en polvo y mariguana. Para nuestra suerte habíamos salido ilesos. Era seguro que esos se iban a podrir en la cárcel. Eran la 8:00 am.

¿Y ahora qué hacemos?, pregunté.

Bueno, tenemos que llegar a la carretera central que está como a dos kilómetros de aquí, Respondió Dargelo.

Tomamos nuestros sacos nuevamente al hombro y nos encaminamos hacia la carretera central. Recuerdo que cogimos por una pequeño camino que salía del pueblo casi frente a la estación. Vimos al tren como se alejaba, y con el calor en su apogeo dijimos: -¡Se nos va el único transporte!- Otra vez a la deriva, a cuidarnos de la policía.

Mientras caminábamos vimos acercarse un bus de marca Girón de los más viejos. Hicimos la seña del aventón y el chofer paró. Montamos aliviados. Ya por lo menos no tendríamos que caminar esos dos kilómetros con el saco al hombro. Continuamos nuestro viaje cuando el carro se detuvo para que subiera más gente.

Entre los que subieron iba un policía, pero tenía uniforme del Minint (Ministerio del interior). Estos no eran de lo que revisaban. Sin embargo Dargelo y yo nos miramos asustados y nos hicimos una seña. Ya estábamos a la defensiva después de la anterior  experiencia. Por fin llegamos a la carretera central. Para nuestra sorpresa habíamos ido a parar a la entrada del municipio de Sibanicú. Ahí intentamos parar los autos que iban para el pueblo pero sin ningún resultado.

¡Tenemos que movernos de aquí!, dije. Esta es la entrada del poblado. Si queremos coger alguna botella debemos dirigirnos a la salida. Eso era otro peligro, atravesar el municipio de Sibanicú con los sacos al hombro a expensas que nos parara un oficial y nos quitara nuestra preciada inversión.

Nos adentramos en el pueblo, sigilosos, pero  disimulando. Yo iba disfrutando del paisaje pueblerino. De todas maneras estaba conociendo parte de la isla. Nos detuvimos para tomar agua en una gasolinera que nos encontramos en el camino. Ya yo había perdido toda esperanza.

¡De seguro que nos van coger y nos quitaran el café! pensaba.

De repente llego un camión cargado de gente. Era una rastra con un tráiler, como le decimos en Cuba!

¿Para dónde va eso? preguntó Dargelo.

¡Para Ciego de Ávila! Respondió desorganizadamente la multitud.

Tomamos nuestros sacos y nos encaramamos por el costado del camión y en un santiamén ya estábamos arriba. La  gente nos hizo un lugar.

¡Qué suerte compadre! dije. ¡Qué suerte que este camión haya parado en la misma gasolinera donde decidimos tomar agua!

¡Ya falta poco Pucho! me dijo Dargelo.

Continuamos nuestro viaje hasta llegar al municipio de Camagüey. Ya estábamos muy cerca. A estas alturas eran casi la 5:00 pm. Cuando llegamos a la salida los amarillos detuvieron el camión. “Y otra vez unos policías” se acercaron mirando como buscando algo. Con el pie alejé de mi lado el saco con café, por si preguntaban decir que eso no me pertenecía.

Al final los policías solo estaban viendo si había espacio en el camión para viajar. Pero no se decidieron a abordarlo y ordenaron que el camión continuara viaje. Después de ese susto, que por cierto será el último, llegamos al añorado municipio de Florida a eso de la 6:30 pm.

Nos bajamos justo a la entrada del pueblo y nos fuimos directamente a casa de nuestro contacto con nuestra carga al hombro. Al llegar a su casa su señora nos brindó algo de comer; después de descansar un poco salimos a vender el café. ¡Por fin! me dije. Después de ese viaje agonizante estábamos a pocos minutos de vender el producto y adquirir nuestra ganancia. Llegamos a casa del comprador e hicimos el negocio sin demoras. Nos despedimos cordialmente del señor:

¡Aquí estoy! dijo el señor… por si quieren traer más.

Salimos felices y con dinero. Al final valió la pena la odisea del viaje a Buey Arriba, el tren del contrabando.

¡Ya tenemos algo que contarles a nuestros hijos! dije. Dargelo preguntó¿Y qué vas hacer ahora Puchito?

Pues me voy a Ciego de Ávila a ver a mi novia Nadiezka, respondí. Ahora tenía mucho dinero y después del estresante viaje era lógico ir a despejar un poco.

Me despedí de Dargelo y su amigo y me dirigí a la carretera. Para mi suerte, que a partir de ahí comenzó a cambiar para bien, justamente pasó otro Kamac con tráiler que se dirigía hacia La Habana. Me subí y continué mi viaje.

Siempre que llegaba a Ciego de Ávila, como la familia de mi novia no aceptaba nuestra relación, como reza el refrán: “Me masticaban, pero no me tragaban”. Debía irme a casa de Julito, un primo de ella que era nuestro cómplice de amor para que fuera a avisarle que yo estaba en Ciego. Esto también era un martirio y realmente incómodo. Pero al final el esfuerzo resultaba gratificante. Siempre terminaba la odisea en la Casa de la Trova de Ciego de Ávila, donde me abrieron las puertas incondicionalmente desde que canté ahí por primera vez.

Así estuve viviendo más de dos años. Llevando café a Florida y  a Ciego de Ávila. Disfrutando del dinero con mi novia en la Casa de la Trova de Ciego de Ávila.  Aún conservo muchos amigos de esa época.

Un tiempo después comencé a traficar el preciado grano hasta esta provincia. Corriendo aún más peligro de ser atrapado, porque viajaba en el tren nacional Bayamo – La Habana, transportando el café dentro de la guitarra, la cual, por supuesto, al intentar tocarla perdía todo su sonido. Si aquella guitarra hubiese podido hablar, cuantas historias contaría. Por eso a veces me disgusto cuando alguien casi sin conocerme me dice:

 

-¡Ah! Tú eres una persona que no has pasado trabajo. No permito a nadie que opine sin saber de mi pasado.

 

He sido vendedor de pru oriental, limpia botas, jinetero, traficante de café y mucho más. Todas han sido ocupaciones marcadas por la necesidad y la persecución.

 

El hombre forja su carácter en la raíz de sus vivencias, desde la infancia inocente hasta la consciente experiencia de la vida.

9 thoughts on “Un tren cubano del contrabando (2nda Parte)

  • Excelente Fernando. Realmente sabes contar historias que son mucho más interesantes porque son reales. Socio, tambien fuiste jinetero?, entonces nos debes una serie con esta fase de tu vida.

    Creo que con tus vena de escritor y tus historias personales tienes material para abrir tu propio blog. Yo recuerdo con mucho agrado el blog del Yoyo “Jinetero y que”. Creo que fue uno de los primeros blog cubano que leí en Internet y para mi unos de los mejores escritos.

  • las historias de miles de cubanos, por suerte son tantos los que las han vivido, que entre ellos surge uno que las sabe contar, resultan amenas e interesantes, porque el que las cuenta las vivió.

  • Eres un luchador de la vida y por eso mereces un diez. Saludos.

  • esta zaga esta mucho major que la de Elio….me gusta…..esto es el resultado de las acciones Heroicas de Elio y sus amigos…!!!!!Vaya,como una segunda parte de “Elio el Guerrillero”…..

  • Buenazo Fernan, como todo lo que echas acá en HT. Abrazos desde el sur de Quito!

  • Muchas gracias hermano,. Pues te cuento que nunca había escrito prosa, mi obra se limita a todas mis canciones y algún que otro poema. Pero nunca prosa… Gracias a mi a amigo Alfredo, quien también escribía para Havana Times descubrí esta otra faceta, que me encanta por cierto. Había estudiado y leído muchos libros de redacción artística, pero nunca me había animado. Estoy pensando con todas estas historias editar un libro
    ¿Puede funcionar verdad?
    Y si, les debo la saga del jinetero.
    Y por lo del Blog, estaría exelente, pero no soy muy ducho el asunto, creo que me hice uno hace tiempo en BLogspot.
    ¿Con ese bastaría?

    Un abrazo

  • Pon el link de tu blog para visitarlo. Lo del libro es buena idea. Hoy día no necesitas imprenta, puedes publicar en las múltiples web de libros on line que permiten descargarlos por un módico precio pero si si son miles los interesados suena la alcancía.

  • Jajaja, así es José Dario pero a diferencia de Elio, Fernando si tuvo al enemigo a escasos metros.

  • Que bien me gustó asi es la vida compay, creo que por aquella época nos conocimos algunas que otra vez descargamos en la casa, me acuerdo, bueno seguimos en contacto un abrazo

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