San Isidro: Un niño, una calle, un país
Por Jesús Arencibia (El Toque)
HAVANA TIMES – San Isidro hierve. Se vuelve calle hinchada de gritos y puño en alto del que cuelgan un par de esposas. San Isidro irradia. Con miles de ojos replicando pantallas, en unas caóticas transmisiones directas que entran directo al pecho y sacuden los letargos. San Isidro explota. Porque la presión que no se libera y el puente que no se tiende termina dinamitado por el imposible.
San Isidro, ese barrio marginal de La Habana que nos recuerda cuán al margen andamos todos, volvió a ser noticia. Su gente, que a las 8:00 de la noche oye predicar a los televisores sobre golpes blandos y en colores, y al otro día sale a luchar la dura yuca de la subsistencia, en blanco y negro, entendió y asumió el lenguaje de un dominó trancado.
San Isidro duele, porque hay cubanos contra cubanos, en una escena filmada, preterida y alabada por otros cubanos; en la encrucijada siniestra de la que tal vez salgan más golpeados los que llevan la vida recogiendo golpes y más encumbrados los que han pasado la suerte propinándolos. O quizá no, quién sabe si este sea el único camino visible y transitable para que alguien en el Olimpo escuche de una vez, a las malas, y comience a realizarse la larga promesa de cambiar lo que se deba.
Como muchos, llevo un par de días con San Isidro en la garganta. Y de todo el barrio, ese barrio con espuelas que sacó de la boca de la patrulla a uno de los suyos, una imagen me sobrecoge. Es la de un hombre, al parecer padre, que intenta meterse en el forcejeo estrepitoso entre policía y rebelde, con un niño pequeño en brazos. ¡Un niño pequeño!
Irresponsable, podría ser el primer adjetivo a mano para calificarlo. Pero no basta, porque cada responsabilidad asumida o no viene con una historia, con un gavetero de vivencias que la condicionan, y le dan la pólvora suficiente para estallar o el bálsamo indispensable para contenerse.
¿Qué puede lanzar a un padre al medio de un tumulto, con su hijo en brazos? ¿Cómo viven o sobreviven, padre y niño, en un ambiente de naturaleza opresivo y de ásperos discursos? ¿Tienen hogar y familia con el mínimo de confort y armonía? ¿Qué comen, con qué frecuencia? ¿Sueñan? ¿Son felices?
Y el chiquillo, ¿será esta la primera riña en la que participa o ya habrá sufrido, solo o con su papá, otras revueltas de calle y solar? ¿Cuánto miedo le sobrevendrá en las noches? ¿Dormirá solo en una cuna o con los mayores en una cama grande? ¿Tendrá juguetes? ¿Hablará con ellos?
San Isidro, reprochan algunos desde académicas butacas, no tiene un programa político. Ni un liderazgo de generalizado consenso, que pueda capitanear una oleada definitiva de país. Y seguro llevan parte de la razón.
Sin embargo, tal vez San Isidro tampoco ha pretendido ser esa vanguardia. Y solo aspira —y conquista en cada gesto— a ser la chispa, un motor, el disparo de nieve para acabar con el insoportable bochorno. Y en esto de poner el cuerpo, las mujeres, los hombres, los viejos y los niños de allí, demuestran sobrada experiencia.
No se construye otra nación a base de ofensas y guapería, reclaman los puritanos. Y seguro también les asiste parte de la razón. Pero solo parte, porque sin guapería y a pura civilidad tampoco parece que se construya nada. Al menos no en una Isla donde tantas palabras han sido desterradas.
San Isidro está “financiado”, “orquestado”, “teledirigido” por el Enemigo, por los restauradores del capitalismo, vociferan en la tribuna. Y puede que sí, que en este país que se mueve cada día, en gran medida, por los dólares que se envían desde fuera, algún billete, explícita o tácitamente, llegue a San Isidro. Sin embargo, eso tampoco alcanza a explicar cómo, sin más atuendo que su pobreza, la gente sale a corear un estribillo de zafarrancho.
Cada día sin oír a San Isidro son kilómetros más que Cuba se aleja de Cuba.
Cada diálogo negado a San Isidro, es un hueco, quizá irrellenable, en el camino necesario de la sanación Patria.
Recordémoslo. Hay un niño en la reyerta. Sobre los brazos temerarios de su padre.