Salto de altura con obstáculos para Cuba

Por Lázaro de Jesús

Foto: Angel Yu

HAVANA TIMES, 1 dic. — Nadie lo dude: la anunciada eliminación de unos 500 mil empleos públicos (en una primera etapa) ha sido una decisión ineludible y espinosa para el gobierno cubano.  De que su cumplimiento suceda -como se ha concebido- de manera deliberativa, gradual y coordinada dependerá, en buena medida, la reducción máxima posible de sus efectos negativos; en mi opinión, exiguos ante los potenciales beneficios, que no por ello inmunes a desaciertos e incomprensiones.

El subempleo es un lastre que arrastra nuestro sistema social hace ya varios años, cuya solución fue postergada infinitamente por múltiples causas, con el consecuente agravamiento del problema.  No podrá remediarse de un plumazo, ya se ha dicho.  Pero prepararse para la carrera de impulso previa a la ejecución del salto ya no es una opción, sino una imperiosa necesidad.

No habrá probabilidad alguna de progreso económico (ni nacional ni individual), hasta que el trabajo adquiera su verdadero valor, la productividad crezca y madure una “conciencia de la utilidad social” en las fuerzas productivas.

Por supuesto, nuestro gobierno dice que no abandonará a su suerte a medio millón de ciudadanos.  Quienes queden disponibles podrán dedicarse al trabajo por cuenta propia y ejercer disímiles oficios, hoy deficitarios, ofrecer innumerables servicios que el Estado hace mucho tiempo no puede prestar con eficiencia en todo el país.

A tal efecto, desde hace meses vienen estudiándose (y en algunos casos implementándose) cambios legislativos, administrativos y estructurales que, antes del reajuste de plantillas, supriman trabas y allanen el camino al desarrollo de un sector no estatal todavía muy incipiente, no obstante a la apertura de mediados de los 90.

Las reformas en el régimen tributario constituirán parte importante del sistema nervioso central de este proceso, cuya salud estará sujeta al equilibrio racional que se logre entre los contribuyentes y el fisco.

En la calle los defensores del viejo arquetipo de socialismo real, estadocéntrico a ultranza, critican la medida de marras, alegando que la expansión del sector privado será el caballo de Troya de la Revolución Cubana.  Y algo de razón no les falta -a pesar de la reconocida ineficacia de ese modelo-, si tenemos en cuenta los peligros que contrae el auge de las relaciones de producción capitalistas; por lo general, como ha sucedido en nuestro embrionario caso, inherentes a este tipo de propiedad (aunque no exclusivas de esta).

Foto: Angel Yu

¿O acaso quienes cocinan, friegan, sirven limpian y despachan en las paladares, hostales, merenderos y casas particulares no son explotados por los dueños del negocio, algunos ya pequeños burgueses?  Ah sí, son mejor remunerados que muchos profesionales empleados estatales, pero esa es harina de otro costal -¿o del mismo?- y, como decimos los cubanos, “lo cortés no quita lo valiente.”

No importa que jurídicamente no vayan a predominar los dueños legales definitivos de terrenos, recintos o algunos medios de producción; el carácter capitalista (despótico y enajenante) de una actividad productiva lo determinan los modos de explotar la propiedad, organizar el trabajo y distribuir las ganancias, como han explicado durante años varios investigadores criollos.

Ahora, ¿puede este polémico timonazo profundizar el carácter socialista de nuestro proceso transitorio, imperfecto y asediado?  Pareciera que sí.  Y dependerá fundamentalmente de los encargados de darle vida a ese creciente sector no estatal -para nada mayoritario, pero tampoco despreciable-; si bien corresponde al aparato estatal desmadejar e impulsar, como nunca, dicha radicalización, mediante nuevos instrumentos legales y condiciones objetivas favorables, sin paternalismo ni control excesivo.

Nuestros familiares, amigos, vecinos, colegas y conocidos que habrán de reorientar sus fuerzas hacia nuevas actividades, tendrán también la posibilidad -según se ha anunciado- de asociarse libremente en cooperativas, aunar empeños y poner en práctica nuevas relaciones de producción más socialistas, justas y equitativas, que significa dar a cada quien lo que merece.

¿Cómo?  Pues podrán experimentar métodos de dirección cooperativos en sus pequeñas unidades productivas, donde los trabajadores (no asalariados) participen democráticamente en la administración (autogestión laboral) y en la repartición de las utilidades según el trabajo realizado, obviamente, luego del pago de los impuestos correspondientes.  Las dimensiones reducidas de estas asociaciones suelen facilitar las experiencias de gerencia colectiva; habría que ver si a la hora de la verdad prosperan, luego de siglos de administración vertical tecnocrática.

Con la agrupación de varios trabajadores en semejante esquema de producción podría surgir una nueva fuerza productiva social: las verdaderas “corporaciones de trabajo” previstas por Marx en su “sistema armónico y vasto de trabajo cooperativo,” concebido para la etapa de transición al socialismo.

Foto: Angel Yu

Si de lo contrario, persiste en este sector productivo la explotación de los asalariados, la monopolización de las ganancias y el excedente, por parte de un pequeño grupo que controla los medios de producción y los recursos, lejos estaremos de perfeccionar nuestro sistema.

Aunque se recupere el valor del trabajo y aumente la productividad, la conciencia solidaria del servicio a la sociedad (al otro) tan cara al socialismo, estará en serio peligro de extinción, por su incompatibilidad con la esencia egoísta, lucrativa y fragmentadora del método de producción capitalista, depredador de la naturaleza, incluida la humana.

¿Estarán preparados los futuros disponibles para fundar las “sociedades cooperativas” vaticinadas por Marx?  Parece ser este un tema cuya tela sobrepasa la capacidad de las tijeras a mano y, sobre todo, el tiempo disponible para el debate.

Comoquiera, el pueblo cubano tiene la varilla bien alta: es cuestión de supervivencia (socialista, claro).  La carrera de impulso ya comenzó.  Cada paso debe meditarse con suma precaución, aunque sin miedos.  Infinidades de obstáculos pueden divisarse, antes y después del área de salto; otros tantos simplemente no están a la vista.  Hay espectadores amigos, muchos otros no.  Algo es sabido: saltaremos.  Pero… ¿caeremos de bruces o de pie?  Ojalá que la aurora no de gritos que caigan en nuestras espaldas.