Rastrojos humanos

Por Aurelio Pedroso (Progreso Semanal)

Foto: Juan Suárez

HAVANA TIMES – Tan sencillo como que viene mi amigo Roberto, veterano de guerra, para hacerme el favor de pintar y chapistear el refrigerador de hace casi un cuarto de siglo que mantengo por necesidad y no porque esté dedicado a coleccionar reliquias.

Luego de un esfuerzo notable entre ambos logramos llevarlo a la terraza para trabajarlo allí con más comodidad y evitar suciedades dentro de casa. Impecable la labor de reconstrucción. Tan minuciosa faena como aquella de desactivar una potente mina a la salida de Babile, Etiopía, camino del desierto.

Una vez concluida la ceremonia de restauración, tres horas afuera, para que el aire secara la pintura y Roberto en otros menesteres también solidarios, salgo a la búsqueda de quien me diera una mano:

Mi vecino, el doctor San Román, en silla de ruedas; Pepe, el del frente, con una hernia discal; el débil sordomudo de los bajos, incapaz de levantar un bulto de diez libras; Francisco, algo fuerte, con la columna y algo más bien jodidas; el mensajero, con no sé qué cosa dentro del corazón; Oscar, joven y musculoso, en una siesta que no oso interrumpir por tal sencillez; en fin, nadie útil en los alrededores.

Rastrojos humanos a diestra y siniestra. Diez, quince, veinte años atrás, el muro del edificio era sitio de reunión de un grupo de jóvenes capaces de mover el faro del Morro al Cristo de La Habana, y luego, cerveza en mano, llevar el santo hacia el pedestal del faro, pero ya hoy no queda ninguno en la Isla. Disgregados por este mundo moviendo otros faros que no les pertenecen. Solo quedamos viejos que juntándonos todos no podríamos soportar tan ligera carga en un traslado de diez metros.

La moraleja está más que clara. En estos tiempos de la covid-19 los viejos debemos cuidarnos al extremo y también, con igual énfasis, velar por la salud de nuestros electrodomésticos.