Protesta en un barrio con probada trayectoria revolucionaria

Habían pasado más de 100 horas sin electricidad, tras el paso del huracán Ian, y alrededor de nuestra comunidad ya se veían algunas luces encendidas. (14ymedio)

Lo sucedido en Nuevo Vedado, La Habana, debe interpretarse como una señal de que es necesario calibrar mejor el conteo regresivo

Por Reinaldo Escobar (14ymedio)

HAVANA TIMES – La noche del sábado 1 de octubre de 2022 será recordada en nuestro barrio de Nuevo Vedado, La Habana, como el momento en que nos bautizamos de protestones. Habían pasado más de 100 horas sin electricidad, tras el paso del huracán Ian, y alrededor de nuestra comunidad ya se veían algunas luces encendidas. El gran apagón afectaba, además de numerosas viviendas particulares, a al menos cuatro edificios multifamiliares de 12, 14 y 24 pisos, alrededor de 5.000 personas, haciendo un cálculo conservador.

A las nueve en punto de la noche, la misma hora en que hace unos meses los más comprometidos salían a sus balcones a aplaudir al personal de la salud que enfrentaba la pandemia de covid-19, justo cuando se escuchó el legendario cañonazo, sonó la primera cazuela, tímida, casi casual. Como si fuera la espoleta que hace detonar la explosión de unas ganas largamente reprimidas, durante hora y media le siguieron otros; muchos, comprobaron los escépticos; demasiados, temieron los oficialistas.

La mayoría de quienes obtuvieron una vivienda en estos edificios construidos bajo el sistema de microbrigadas tuvieron que pasar por un riguroso proceso de verificación para demostrar que poseían una distinguida trayectoria revolucionaria. El reglamento de distribución de viviendas así lo exigía usando para ello la terminología de «méritos laborales y sociales». Además, en los acápites secretos de los informes que hacían los verificadores se anotaba si el aspirante tenía en su casa imágenes religiosas y si mantenía relaciones con parientes en el extranjero.

El gran apagón afectaba, además de numerosas viviendas particulares, a al menos cuatro edificios multifamiliares de 12, 14 y 24 pisos, alrededor de 5.000 personas, haciendo un cálculo conservador

Ser militante del Partido o de la Unión de Jóvenes Comunistas, haber participado en alguna misión internacionalista, ostentar un cargo de dirección, constituían ventajas considerables por encima incluso de aquellos que, con menos trayectoria, solo podían argumentar haber participado directamente en la construcción del edificio durante tres, siete, diez o más años.

De todo aquel proceso que trajo como consecuencia la adquisición de una vivienda en alguno de estos edificios han pasado unos cuarenta años. En ese tiempo, por ejemplo, en el inmueble de 144 apartamentos donde vivo han fallecido 52 de aquellos propietarios originales, 47 se han mudado y 15 han emigrado (sin contar a sus hijos). Entre los que quedamos viviendo en este edificio, de aquellos que «nos ganamos el apartamento con nuestros méritos laborales y sociales», el promedio de edad supera los 73 años.

Es verdad que aquí solo se reclamó el regreso de la corriente, es cierto que no se escucharon gritos de libertad ni se exigió la salida del poder de quienes lo detentan, como sí ocurrió en otros barrios de la capital, pero fue una protesta masiva y eficiente. Seis horas después restablecieron el servicio eléctrico. Al amanecer ya no éramos los mismos.

Si lo que ha cambiado en nuestro barrio es una indicación de lo que ha cambiado en el país; si este pequeño territorio es apenas una biopsia donde se evidencia el malestar de los otros, que son más y no arrastran similar trayectoria, debe esto interpretarse como una señal de que es necesario calibrar mejor el conteo regresivo, ese que dará por terminada la anomalía en que vivimos.

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