Padura: indolente, mirando para abajo

Haroldo Dilla Alfonso*

Leonardo Padura

HAVANA TIMES — Casi no conozco personalmente a Leonardo Padura. Nuestro único contacto personal fue un saludo de iniciación en el antiguo Cuartel de Ballajá en el Viejo San Juan. Pero soy un lector regular de su obra, que siempre admiro. Toda ella anuncia a una persona trabajadora, talentosa, sencilla y sincera.

Son cualidades envidiables. Pero al parecer no son suficientes para decir cosas políticamente equilibradas, aunque confieso que esta es una cualidad difícil en nuestro escenario polarizado de políticas pasionales.

Padura nos lo acaba de demostrar hace unas semanas con su artículo sobre el cardenal Ortega que ha sido publicado en dos de los órganos de prensa que el proyecto de la llamada “transición ordenada” (mucho orden y muy poca transición) tiene a su disposición para la difusión de sus argumentos políticos: Espacio Laical y Progreso Semanal.

Huelga anotar que coincido con Padura en el reconocimiento del derecho que tiene la Iglesia a impulsar un proyecto político propio, en que hay datos positivos de su gestión social y política reciente y en el repudio a los ataques personales y difamatorios contra el Cardenal.

Y si no abundo en ello, es porque ya expliqué mis puntos de vista al respecto en un artículo varias semanas atrás en este mismo diario, y probablemente a los mismos lectores que ahora leen esto.

Por eso me detengo con más esmero en la parte en que creo que Padura se ha sumado a una línea argumental parcializada y trillada y donde se ha colocado por debajo de su propia leyenda intelectual.

Padura es unilateral en su juicio. Si somos absolutamente fieles a los hechos, habría que reconocer que el Cardenal no ha sido una víctima inocente del “fuego cruzado de los extremistas”, sino uno de los fusileros.

No olvidemos que esta historia se inflama cuando el Cardenal hizo una “devaluación ofensiva” de las personas que ocuparon una iglesia en los umbrales de la visita de Ratzinger, y que lo hizo en un lugar tan céntrico como la Universidad de Harvard.

Aunque el siempre dinámico Orlando Márquez hizo todo lo posible por demostrar que no dijo lo que dijo, en realidad solo pudo confirmar que lo dijo. Y hasta el momento el Cardenal no se ha excusado, lo que en realidad hubiera sido algo superior. Hubiera desinflado toda esta campaña en su contra.

Pero todo esto sería intrascendente —parte de ese pasado que ya está pasando, diría Lichi— si no fuera porque el propio Padura también se ha convertido en fusilero.

Si leemos su texto, encontramos que todo lo que resulta fundamentalmente crítico (no de detalles críticos como se autoproclama el novelista, sino fundamentalmente crítico) queda encerrado en el mismo dilema binario que arropa a los detractores del Cardenal.

Así, habla con insistencia de “extremistas de afuera y de adentro” alimentados de “odios enconados”, seres sumergidos en “la confrontación y el odio”, “ingratitud y posturas extremistas” que “solo sirven para exhibir protagonismos personales o, en el peor de los casos, para que nada cambie”.

Otra vez volvemos a lo mismo, a buenos y malos, a virtuosos y pecadores, a amorosos y odiosos. A toda la dicotomía maniquea que efectivamente nos llevará a ese futuro de “odio y resentimiento” que Padura quiere evitar ensalzando unilateralmente al Cardenal.

Otra cuestión que me parece muy poco edificante es la indolencia del escritor. Padura sabe escudriñar la realidad social, y por eso escribe cosas memorables. Y por eso sabe que, como decía Boff, todo punto de vista es la vista desde un punto.

Y el punto desde el que mira Padura a la realidad cubana es muy diferente al que disponen los “odiosos extremistas”. Y por eso no es extraño que vea cosas diferentes.

Padura es —con méritos sobrados— un miembro de la élite cultural cubana. No tengo nada en contra de esa élite, a la que yo, desde el modesto balcón de las ciencias sociales, pertenecí. Esa élite se beneficia de una serie de derechos delegados —yo me beneficié— que los “ingratos” no tienen.

Leonardo Padura.

No es culpa de la élite, sino del sistema, y de esa selectividad de la memoria que siempre retoza con el olvido y llega a relegar hasta “…los momentos que no pueden ser olvidados”. Y que creo que Padura, indolente, y mirando para abajo, llega a olvidar.

Recordemos algunas cosas para entender porqué hay tantos “odiosos y extremistas” y por qué los integrantes de la élite cultural no tienen necesidad de serlo. Así, en virtud del pacto castrante de la UNEAC con el PCC, ellos pueden viajar, salir y entrar de la Isla sin mayores dificultades, vivir un tiempo afuera si lo requirieran, y en ocasiones hacerlo con sus familias.

Pueden hacer críticas light que incluso pueden ser publicadas en Cuba. Pueden hacer dinero y gastarlo como mejor les convenga. Muchos de ellos están en la lista de los que pueden comprar un auto nuevo, y tienen acceso a Internet.

Y para mayor regocijo algunos son comensales frecuentes de los espacios de “diálogo, reflexión, crítica y presencia social” que se han abierto desde la Iglesia. Y donde se conforma un nuevo bloque ideológico aliado de la apertura pro-mercado que implementan los militares.

A nivel mundial eso no es gran cosa. Son derechos que los cubanos emigrados gozan en sus respectivas patrias adoptivas sin necesidad de hacer ninguna concesión política. Pero en Cuba se trata de un estatus que muy pocos elegidos disfrutan. Y que por supuesto no disfrutan los “extremistas odiosos y enconados”.

Para los “extremistas” no hay espacios de debates, y cuando tratan de organizarlos los acosan y los meten presos. Las acusaciones vertidas contra el pasado Festival CLIC son un ejemplo.

Muchos “extremistas” estuvieron en prisión por muchos años sencillamente por expresar sus ideas. Ahora se les detiene por horas, donde los amenazan, maltratan e intimidan. Es decir, no los encarcelan por años, sino varias veces en el año, lo cual algunos voceros del nuevo bloque ideológico aplauden como pasos hacia la liberalización.

Varios “extremistas” han muerto en huelgas de hambre. Y otros son bloqueados y apabullados en sus casas por turbas organizadas por el Gobierno. A Reinaldo Escobar —un intelectual— lo arrastraron por la calle en uno de los hechos más perturbadores y miserables que yo haya visto.

Se les acusa —a los “odiosos”— de agentes del imperialismo yanqui, pero muy pocos tienen a su haber acciones que denoten complicidad alguna con el Gobierno estadounidense. Y los hay, tan reprimidos como todos, que nunca han pisado la oficina gringa de intereses y se oponen al bloqueo/embargo.

En Cuba no existe el derecho al libre tránsito, por lo que varios “enconados” han obtenido visas para asistir a eventos internacionales, y el Gobierno les niega el derecho a salir del país. Creo que Yoani Sánchez va por unas 22 negativas, por lo que solo le quedan 4 hojas disponibles y aún no ha pisado el aeropuerto.

Al economista Espinosa Chepe no solo le niegan la salida, sino que de paso el Presidente de la misma UNEAC que garantiza los derechos a la élite cultural, le tilda en público de mercenario. Solo les darían el permiso de salida si aceptaran una expatriación definitiva y la expropiación de sus derechos ciudadanos.

Y es conocido que si una persona emigrada adopta una posición crítica es muy probable que se le niegue el regreso, siquiera de visita, a su país.

Conozco muchos casos de cubanos a los que se ha negado el permiso para despedirse de un familiar moribundo, y han tenido que velar en la lejanía los últimos momentos de padres y madres.

O que solo ven a sus hijos crecer en fotos y videos, distanciados por una política gubernamental que usa a los familiares como rehenes. Finalmente mueren solos —lejos de su gente y de sus lugares— en esto que para algunos es exilio, emigración para otros y destierro para todos.

Querer que esta gente se estremezca de emoción ante “los intentos de comprensión” del Cardenal me parece demasiado ambicioso.

No critico a Padura por participar en el muy restringido proceso de “diálogo, reflexión, crítica y presencia social” que la Iglesia católica organiza en el país. Según veo es un proceso que atrae de todo, desde gente de primera hasta todo tipo de oportunistas.

Con seguridad Padura está en la primera categoría y solo le aconsejo que se aparte de los caminos trillados y lleve a esas concertaciones su mensaje avanzado sobre la vida que he tenido la oportunidad de leer y disfrutar.

Solo le pediría que no sea indolente.

Tal y como el mismo Padura definía indolencia en uno de sus excelentes ensayos: como “insensibilidad de un individuo hacia la suerte de los otros”, como “imposibilidad de sentir dolor por el destino de los demás”.
—–

(*) Publicado originalmente por Cubaencuentro.com.

 

6 thoughts on “Padura: indolente, mirando para abajo

  • Con un especial abrazo a Haroldo
    Confieso que me sentí profundamente perturbado cuando me anunciaron que “Haroldo barrió el piso con Padura”. Soy amigo de Dilla y soy amigo de Padura y lo menos que disfruto en esta vida es el daño que se le pueda hacer a un amigo, y más si proviene de otro que también lo es. Sin embargo creo que el juicio de quien me alertó sobre el artículo de Haroldo ha sido exagerado, y eso me alegra. Creo que Dilla ha sido respetuoso en sus observaciones acerca del creador de Mario Conde y que ha levantado todo un conjunto de críticas sobre el posicionamiento asumido por Padura ante la realidad cubana que se revisten de una total legitimidad.
    Estoy de acuerdo con Haroldo en su señalamiento sobre el hecho de que fueron las expresiones del Cardenal Jaime Ortega en la Universidad de Harvard las que tuvieron una gran responsabilidad en desatar lo que Padura llama en su artículo ” una andanada de ataques, muchos de carácter personal”; y como creo que esas expresiones del arzobispo fueron muy desafortunadas, también estoy de acuerdo con Dilla en que el Cardenal debió, aún cuando puedo compartir las razones que tuvo la Iglesia para no permitir las ocupaciones de los templos, emitir una señal de rectificación sobre tan penosa situación, despues de todo un gesto de esa naturaleza ejemplificaría perfectamente lo que la Iglesia expone como “reconciliación”. No obstante, Dilla tiene que estar consciente en que los insultos al Cardenal y a la Iglesia católica en Cuba anteceden a las expresiones de Ortega; y sobre este particular no tengo la menor duda de que el origen de esas “andanadas” tiene como uno de sus componentes el deseo de torpedear cualquier gestión que se haga a favor de una transición que sea lo menos traumática para el país. En ese sentido me coloco al lado de las preocupaciones que sobre este particular expresa Leonardo Padura en su artículo “Cuba: ¿odio o conciliación”.
    Es verdad que la angustia de Dilla, y yo la comparto, es que en Cuba se está forjando una transición que hasta cierto punto puede estar hegemonizada por lo que él llama un “nuevo bloque ideológico aliado de la apertura pro-mercado que implantan los militares”; en lo que no estoy muy seguro es que, como sugiere Haroldo, la Iglesia sea complice de ese tipo de transición. Intuyo que la realidad es mucho más compleja de que lo propone Dilla en este y otros artículos. No niego que uno de los posibles actores de la transición que se está llevando adelante en Cuba se constituya a partir del poder real que tiene el sector militar dentro de la vida política y económica de Cuba pero esa existencia no significa que sean los únicos o que el proyecto que se sustenta desde esta posición sea compartido por otros que como la Iglesia pujan mover a Cuba hacia otra realidad. En ese sentido prefiero apoyar la iniciativa de la Iglesia católica en Cuba -con todos sus defectos- que la de los militares pro-mercado.
    Por último una observación sobre como Dilla discute el asunto de los “extremos”. Si he leido bien a Padura, cuando el creador de Mario Conde habla de posiciones extremistas incluye también a quienes desde el régimen se atrincheran y rehusan reconocer la necesidad de promover una sociedad diferente a la que existe en la Cuba de hoy y no, como parece sugerir Haroldo, los que desde “afuera” (del régimen, pienso yo) se oponen a que se de con el menor trauma posible una transición. Es más, concluir, como creo que hace Dilla con sus ejemplos, que Padura critica a cierta disidencia (Yoani, Escobar, Festival Clic) me parece una temeridad que también debe ser corregida. En ese sentido no creo que se pueda acusar a Padura de ser indolente.

  • Padura es un cubano que lucha por encontrar puntos de coincidencia entre cubanos de opiniones muy diversas. Es un trabajo muy difícil que merece todo respeto.

    Padura no se merece que le ataquen de esa manera.

  • Un ataque exagerado. Aunque Padura se haya equivocado en su juicio sobre el Cardenal, Haroldo Dilla lo acusa de ser “indolente”, y Padura ha demostrado no con un artículo, con su obra toda, que no lo es. Padura debió haberse callado, y Dilla también sobre Padura.

  • Haroldo, hace unos días quería escribir que no me parecía correcto criticar la opinión de otro pero a la vez pensaba que criticándote incurría exactamente en lo mismo que te criticaba, finalmente termine no escribiendo nada.

    Creo que cada ser humano tiene derecho a equivocarse. Hay quien se equivoca poco y tambien aquel que se equivoca en cada paso. Pero estoy seguro que todos nos equivocamos. Hay una frase en ingles que dice algo como esto.

    “Errar es humano, perdonar es divino.”

    Creo que tenemos que aprender a perdonar los errores de otros incluyendo los nuestros.
    Saludos

  • No hay razon para n criticar a Padura. Quien escribe para el publco se expone a la critica. Y dille lo hace con respeto y balance. Cual es el problema?

  • Ambos autores sostienen puntos de vista válidos. Sólo una pequeña diferencia: uno emite sus criterios en La Habana; el otro en República Dominicana. No hay que perder la perspectiva.

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