Ortega: La paz de los sepulcros

Daniel Ortega en el 40 aniversario de la Revolución Sandinista. Foto: Jorge Torres / EFE

El montaje de la mesa de negociación fue una artimaña para ganar tiempo, capear el vendaval y maniobrar para cambiar las correlaciones de fuerza.

Por Enrique Saenz  (Confidencial)

HAVANA TIMES – El discurso de Daniel Ortega el 19 de julio dejó tres cosas claras:

Primero. Que su voluntad de perpetuarse en el poder a sangre y fuego sigue inalterable. Habló de elecciones en el 2021, pero añadió que desde ahora están listos para ganarlas. ¿Cómo van a ganar elecciones limpias si son una minoría? Sencillo, desde ahora está listo para cometer otro fraude más. Eso fue lo que dijo.

Segundo. Que para mantenerse en el poder está dispuesto a seguir asesinando, persiguiendo, torturando y encarcelando nicaragüenses. Porque cada vez que Ortega se desgañita hablando de paz, estemos claros, más bien, estamos claros, que está hablando de guerra. Si Ortega habla de paz, significa que seguirá haciendo la guerra al pueblo nicaragüense. En el 2018 pasó hablando de paz y el mundo entero conoce la masacre. Porque la “paz” de Ortega, es la paz de todo tirano. La paz de los sepulcros.

Tercero. Que el montaje de la mesa de negociación fue una artimaña para ganar tiempo, capear el vendaval y maniobrar para cambiar las correlaciones de fuerza, tanto a nivel nacional como internacional.

Lo demás, es el envoltorio de mentiras que le sirven para engatusar a sus seguidores.

No tuvo empacho en presentarse como un santo varón: Un catequista, piadoso y virtuoso, en su pretensión de manipular la sencillez de las creencias religiosas de los incautos. “Aquí no hay restricciones para ninguna iglesia”, exclamó. Cuando todos los nicaragüenses hemos podido ver en directo los ataques a religiosos y fieles en los templos católicos por parte de las turbas comandadas por esbirros del régimen. El mismo Ortega se encargó el año pasado de atacar a los obispos ¿recuerdan?, les llamó terroristas, golpistas y una sarta de ofensas. Ahora viene de santo varón.

Y tuvo el desparpajo de proclamar que la emigración es un derecho. Afirmó que en contra de los migrantes se están aplicando formas de agresión de una manera totalmente abierta, descarnada.

¿Acaso piensa que ya olvidamos que para congraciarse con el gobierno norteamericano puso un tranque en la frontera con Costa Rica para impedir que transitaran por territorio nicaragüenses los miles cubanos que se dirigían al norte?

¿Acaso piensa que ya olvidamos cómo persiguen y se ensañan en los africanos, sudamericanos y asiáticos que pretenden transitar por territorio nicaragüense? Prisión, muerte y tratos infamantes receta Ortega a los migrantes.

Verdaderamente, la capacidad de Ortega para la hipocresía y los embustes no tiene límites. Difícilmente alguien puede superarlo.

Pero dijo más. Habló de las sanciones. Según él, para que se aplique una sanción tiene que estar fundamentada en el Derecho Internacional, de lo contrario ningún Estado tiene la potestad de sancionar. El Estado que actúa de esa manera -agregó- sencillamente está cometiendo delitos de índole internacional.

¡Qué cáscara!

Nada más y nada menos que el violador de la Carta Democrática Interamericana. El violador de los principios y normas del derecho internacional en materia de derechos humanos. El mismo que ha sido señalado por la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los derechos Humanos de cometer delitos de lesa humanidad. El mismo que ha sido señalado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de cometer delitos de lesa humanidad. El mismo que ha sido censurado, a nivel mundial, por el Consejo de Naciones Unidas para los Derechos Humanos.

Es el mismo lobo que se pretende disfrazar con piel de corderito para criticar las sanciones. Las sanciones le duelen porque le tocan reales. Porque hasta ahora el único castigo ha sido a los reales de la camarilla gobernante. Nada tienen que ver los pobres ni la soberanía que las sanciones que les impusieron.

Ortega anunció la cancelación de la mesa de negociación. La clausuró, por ahora. Cuando sienta necesidad, intentará desenterrarla de nuevo, con el mismo propósito: Distraer, confundir y ganar tiempo.

¿Por qué Ortega abrió de nuevo el capítulo de la negociación y ahora lo cierra?

Sencillo.

Cuando sintió que se le apretaba la soga al cuello, aflojó. Cuando sintió que la soga se aflojaba, apretó. Tan sencillo como la palabra Juan.

En el primer diálogo la movilización popular lo puso contra la pared. Respondió con diálogo para darse tiempo y preparar la masacre. En este segundo capítulo, cuando observó que estaba en marcha una operación para desplazar a Maduro del poder, en Venezuela, con Guaidó a la cabeza, calculó que después le tocaría el turno de quedar a media calle, expuesto al mismo destino. Se apresuró entonces a abrir la mesa de diálogo para mostrar que en Nicaragua estaba en curso una solución negociada.

Pero el proceso político en Venezuela se estancó y mostró los límites de la comunidad internacional para lidiar con una dictadura mafiosa. Guaidó es reconocido por más de 50 países. El gobierno de Maduro fue separado de la OEA. Pero la mafia gobernante sigue campante hundiendo en la desgracia al pueblo venezolano. El monarca tomó el pulso e hizo su cálculo: lo que no le han hecho a Maduro, tampoco se lo van a hacer a él. Y socó la tuerca.

La lección que debemos extraer de la decisión de Ortega es la de siempre, aunque a veces algunos olvidan: solamente entiende el lenguaje que él mismo utiliza. Por consiguiente, si queremos derrotar a Ortega por vías pacíficas, la estrategia debe enfocarse en arreciar las presiones internas y externas. Y por esa vía no se avanza sin apartar antes las mezquindades, cegueras y personalismos.