Orgullo cubiche

Por Martín Guevara

La danzarina cubana Gloria Achón “Zegrina” 1932

HAVANA TIMES – El cubano tiene una identidad cultural tan fuerte que parece europea o asiática, de más de 500 años.

Conozco varios hijos de cubanos que nacieron en países de lengua no hispana y no solo hablan muy bien el español, sino que lo hacen con tono cubano, y dicen “veddá”, lo cual me alucina y llena de orgullo.

El resto de los descendientes de inmigrantes latinoamericanos, en su segunda generación, ya portan nombres en inglés o la lengua de destino. Si chapurrean un poco el castellano es con sumo desdén, el mismo que vieron en su hogar hacia sus propias raíces. En cambio, el cubano, no.

El cubano vive orgulloso de sí, de su música, de ser tan buenos bailarines, de su gracia, de sus chistes no siempre de salón, de su bulla identitaria tanto para discutir una jugada de beisbol, un hecho cotidiano, un buen o mal movimiento en el dominó como “pegarse” botar el doble nueve, o quitarse el doble “tres mil y más murieron” manteniendo la data, o el uso de la hipérbole para cualquier asunto referido a su hombría, virilidad, certeza en cualquier tema “te lo digo yo que soy de aquí”, “deja el tango y canta bolero” ,”rema que aquí no pican”.

Esa intensa personalidad y carácter bien puede deberse a la belleza de la Isla que siempre quiso ser seducida por los mandamases de turno a lo largo de la historia: España, EEUU, URSS.

De ahí también un rasgo de no demasiada enjundia, esa marcada veta jinetera. Puede ser por la confluencia de las razas, de las zonas de España y de África que la poblaron una vez exterminados casi todos los habitantes autóctonos, excepto unos pocos descendientes en Baracoa, la mezcla de la gracia flamenca con la yoruba y la seriedad y asturiana.

Sea por el calor, los mangos, el ron, la mulata, el aguacate, el puerco y no la jutía, ya sea porque son fajadores avezados, el cubano mete una galleta y se enreda más rápido que un telegrama, por la poesía, el ajedrez, el mar, sí, ese mar tiene que guardar alguna relación con la excepcionalidad de varias de las cualidades cubiches.

El hecho es que son altaneros, les da igual hablar de cualquier forma, como los andaluces que no sienten complejo de decir Grabiel en vez de Gabriel, sabedores de que su importancia, su identidad estriba en asuntos de mayor enjundia que los meros aspectos formales.

En Europa no se ve un cubano tirado. Todos salen adelante con dignidad, no se dejan avasallar por ningún jefe. Sus homólogos latinoamericanos o africanos se asombran de la determinación que los lleva no solo a decirle a un jerarca:

“Cuidaito compay gallo, cuidaito”, sino que van más allá y dicen, “aquí estoy yo, y hay que respetarme porque soy cubano”… o a veces “por la cabeza de mi….” Habiendo recogido, aunque solo de manera figurada en su educación, una gran cantidad de principios de igualdad, y en la experiencia empírica, de no creer en ninguna muela, únicamente en la capacidad de “resolver” como sea.

Si bien al principio de la emigración se muestran torpes en el desenvolvimiento de sus dotes competitivas, por su falta de experiencia en el trabajo, en el verdadero trabajo, y en el desarrollo de sus más íntimas aptitudes desconocidas bajo aquel magma de simulación de corrección auspiciado por la doble moral, en el cual cualquier examen escolar se aprobaba si se sabía intercalar con cierta gracia las palabras “en el capitalismo: hambre, miseria y explotación”. Incluso hubo quien aprobó Física o Matemáticas con la correcta disposición de estos vocablos. Pero una vez tomada la velocidad no hay quien los pare.

Y aunque yo haya estado estos años criticando a los cubanos trumpistas de Miami, quiero dejar mi homenaje a semejante atrevimiento, a semejante herejía de defender con mayor vehemencia que muchos nacionales, a quienes debería ser más pertinente esa posición, sin perder nunca la cubanía. Es más, con la cubanía como sello y estandarte, la bulla, los carteles con errores ortográficos, la expresividad contagiosa, que llegaron a ser incluso determinantes en aspectos regionales de la contienda.

No sé cómo explicar la enorme suerte que tuve, aunque me haya costado lo suyo, haber nacido precisamente en el otro país latinoamericano bien pagado de sí mismo, haber crecido en aquella explosión caribeña de colores, olores, contacto, y orgullo, y hoy vivir en la madre de esos dos proyectos allende los mares, que si bien se independizaron, llevan lo mejor del espíritu ibérico, de un orgullo hispano ya perdido en el tiempo, también in situ, pero del cual todos, incluso los españoles somos también descendientes.

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