Ojos bien abiertos
Por Carlos Lechuga (El Estornudo)
HAVANA TIMES – Una vez que los ojos están abiertos es muy difícil volverlos a cerrar. Cuando ves algo, descubres, entiendes y te llega la luz es casi imposible volver atrás. Hace unos días hablaba de esto con un amigo de mi madre. Un hombre de unos sesenta años, que toda la vida ha estado vinculado a la cultura del país y que, aunque para muchos ha sido un valiente, para la gente de mi generación es un completo cobarde.
Ya sabemos que es muy relativo eso de valentía/cobardía, pero hay una realidad. Una realidad que es muy difícil de ignorar. El socio de mi madre había sido parte de la expulsión de un escritor de una institución estatal por cuestiones políticas; y sabiendo que estaba muy mal lo que hacía, no firmó una carta en contra, no se puso del lado de la víctima.
También es bien cierto que cada ser humano responde de la manera que puede y dependen muchos factores: la época, el entorno, el carácter, etc… Yo mismo me siento como un cobarde conversando con gente más joven que yo (gente que ve las cosas de una manera más clara, más directa, sin tantas vueltas).
Bueno, a lo que iba. Es muy difícil ser cubano, vivir en Cuba (o incluso afuera) y establecer una relación sana con sus gobernantes, con lo que le han hecho al país. El nivel de división social, de violencia creada por el estado, de problemas sociales y dramas migratorios ha hecho que la mayoría de la gente que yo conozco reaccione de dos formas diferentes. Y ojo, no quiero generalizar, pero en mi círculo personal esas dos formas son o la confrontación o la enajenación.
No sé por qué en mi mundo no conozco a nadie que esté de acuerdo con las gestiones del gobierno (desde las más elementales, hasta las más complejas). O sea, que no conozco a nadie cercano que crea en esto, en este sistema, en lo que se defiende en el noticiero nacional de televisión en pleno siglo XXI.
Muchos son bien activos en contra de los mandatarios y otros simplemente se han buscado una forma de desconectar. Es como aquello de que, si no estás pensando en el monstruo, el bicho desaparece como por arte de magia, o simplemente afecta menos.
Tengo amigos que han optado por salirse de las redes sociales, por irse más a menudo al campo a ver los paisajes hermosos de esta isla, por sembrar, criar, amar, cantar. Y también tengo otros amigos que han optado por seguir señalando lo mal hecho, por quedarse más en la candela, por amar y por cantar (pero con el foco centrado en la denuncia).
Hoy es muy difícil no ver ciertas cosas. Hace algunos años, con Fidel Castro al mando, sin internet, sin tener otras vías de comunicación y denuncia, era más fácil hacerse el sueco. Había cosas que se sabían, pero se mantenían más ocultas.
Ahora mismo es muy difícil borrarse de la cabeza la imagen del Ministro de Cultura boxeador, del nieto del comandante manejando un Mercedes, del mitín de repudio burdo que repiten una y otra vez (con diferentes tipos de violencia) contra los que disienten de una manera abierta.
Es imposible no sentirse identificado con los ciudadanos y las ciudadanas que lo mismo en una cola o en una callecita de la Habana Vieja sufren golpizas y vejaciones de la policía. Una policía que, aun sabiéndose filmada, se lanza a puño y palo contra el pueblo.
Yo no tengo la solución. Quisiera tenerla o quizá poder ser más corajudo, no sé. Pero lo que si sé es que, como testigo y parte de lo que estamos viviendo, se me hace muy difícil entender a una persona que evita hablar o enfrentar el tema, la cosa, el gobierno, la dictadura (como lo quieran llamar).
El amigo de mi madre es un tipo que es hasta simpático. Es un cerebro, ha leído un montón, es una persona fácil de tratar; pero en su cabeza hay una cortina de hierro que, cuando ve que la cosa se pone mala, se cierra. Una lámina metálica que lo hace bajar la cabeza, reaccionar con violencia y tratar de pasar a otro tema. Una «pared» que no lo deja mirarse de frente al espejo y ver lo que realmente hay.
El socio no habla de su participación en la expulsión y parametración de su igual. Cuando le mencionas alguna de las grabaciones hechas con celulares en las que se ve la represión oficial, siempre trata de buscar la culpa en la víctima: «¿Quién lo mandó a responder? ¿Por qué se enfrentó? ¿La casa no era suya? ¿Trató de salir del país?»
El tipo siempre se pone de parte del «gran grupo», del estado, del victimario. Es incapaz de ver cómo se repiten los rostros de negros entre los oprimidos. No puede pensar en el nivel de racismo inscrito en eso que él le llama «la revolución cubana».
Cuando ve a alguien que habla de Cuba desde fuera siempre dice lo mismo: «Eso lo dice desde allá, ¿pero por qué no viene?» A mí esa separación de cubanos que pueden hablar del país y cubanos que no, porque están afuera, me parece de una tontería soberana.
El hombre pide que todos los artistas hablen y denuncien el bloqueo (odia la palabra embargo), pero al mismo tiempo es incapaz de pararse y señalar con el dedo hacia arriba, hacia sus gobernantes. (Es verdad que el tipo ha visto los videos de como le ponen la cara llena de moretones a los hombres que se enfrentan a esto). A mi me pasa lo mismo, el miedo es mucho, pero no sé.
El socio de mi mamá es padre de un chamaco que es un poco menor que yo. Un muchacho que me ha contado que su padre está claro, entiende todo, pero que simplemente por los tiempos que le tocó vivir le es imposible comportarse de otra manera. Su proceder es ese: no buscarse problemas y rezar porque a sus cercanos no les pase nada malo (porque por supuesto que sabe que están pasando muchas cosas terribles).
El sesentón está molesto con su hijo porque el chamaco fue parte de los que se pararon afuera del ministerio de cultura el 27N. Le preocupa el futuro del chico, pero el muchacho, al mismo tiempo, cree que lo que el padre tiene es envidia. Envidia por no haber podido hacer algo así cuando tenía su edad. Por no haberlo hecho y por seguir sin hacerlo.
De este tipo de dinámica (que me ha inspirado este texto) surgen un millón de aristas. No es nada sencillo. Muchas familias se han destruido y muchas otras viven en una tensión constante. De una parte, hay un grupo que pide que se haga más (a fin de cuentas, buscan lograr un mejor país) y del otro lado de la soga hay gente que lo que quiere es un DEUX EX MACHINA que resuelva todo sin tener que hacer nada a nivel personal (total, la vida es una sola).
En mi caso personal, sin convertir esto en un acto de odio, después de haber sufrido la censura y el acoso de la Seguridad del Estado; después de haber visto afuera de mi casa a una serie de agentes, me es imposible volver a cerrar los ojos. Se lo he dicho al socio de mi vieja, a veces uno es medio inocente y no cree que esto pueda pasar hasta que te pasa, pero a nivel personal no me cala tanto como otras cosas.
Lo que más me decepciona es ver gente cercana, gente que me vio de niño, que vio a mi madre sola, criándome, haciéndose los «poco enterados». Supuestos amigos que, a la hora de la verdad, cuando la cosa se pone mala, desaparecen como en un acto de magia y evitan cualquier contacto.
Hombres y mujeres que sufren los mismos males que sufro yo. Que están tan jodidos como uno. Que optan por darle la razón al opresor y entre dientes mascullan: «Es que Carlitos se ha puesto muy extremo, está mucho en las redes, no está viendo las cosas con claridad».
Para tener los ojos abiertos tan solo tienes que haber chocado con el Estado o simplemente haber pasado mucho tiempo aquí. El tiempo en esta olla de presión, las decepciones, las arbitrariedades y lo que nos dictan como si fuéramos carneros bobos, poco a poco nos va despertando cada vez más.
Con el paso de los años la gente se ha vuelto más crítica, ha ganado en valor, pero al mismo tiempo, y no solo por acumulación, la cosa se ha puesto peor (si es que esto fuera posible). Ya no puede aparentarse «normalidad», que no pasa nada. Todo el mundo está enterado, todos sabemos lo que pasa. O levantas muros, engrasas las cortinas de hierro y no miras al espejo de frente. O, en su defecto, no viras la cara, no te haces el sueco.