Mis noches en La Habana

Katherine Dobbs

HAVANA TIMES — No puedo comenzar a contarles toda la experiencia sensorial que Cuba tiene para ofrecer: experimentar la fuerza y el espíritu del pueblo cubano, comer montañas de arroz sabroso y frijoles negros durante casi todas las comidas, bailar reggaetón y beber los dulce Cuba Libres (una mezcla de Ron y Coca-Cola), nadar en brillantes océanos de color turquesa, sentir en lo profundo del pecho el latido de la música y los sonidos que provienen de todos los rincones; Cuba me tomó por sorpresa y me enamoré de ella.

Es un lugar hermoso, a veces muy inquietante. En las estrechas calles de la Habana Vieja me sentí como en casa. Viví los olores de la comida callejera, los sonidos de la activa vida nocturna, esquivando constantemente los rápidos clásicos Chevrolets, y el calor del pueblo cubano que me recibió a cada paso.

Los edificios son impresionantes, y están decorados con murales del Che Guevara y frases revolucionarias. Gran parte de la hermosa arquitectura colonial que reviste el famoso Malecón habanero, ha sido restaurada magníficamente.

Sin embargo, hay otro lado más colapsado de la infraestructura que existe en Cuba, pero es un lado que parecía conectarse conmigo de una manera muy personal. Me encontré a mí misma imaginando las historias de todos los que habían caminado a través de esas puertas dañadas y permanecido en esos balcones colgados aparentemente por unos pocos ladrillos. Era una aventura constante para comprender la ciudad.

Dicho esto, llegué a amarla con todo mi corazón. Yo estaba en La Habana en un viaje de estudios en el extranjero. Por la noche, después de las clases, me subía en una máquina (los taxis de Cuba, los clásicos Chevrolets, Fords, conducidos a la velocidad de la luz) para ir a explorar la ciudad.

Avanzaba unos quince minutos en un divertido viaje en taxi, y me dejaban en el Malecón; las olas del mar rociando el muro y dándome la bienvenida a la fiesta nocturna de la ciudad.

El Malecón vibra y se llena de gente después del anochecer, se convierte en un ser vivo, algo que respira y que bien podría resumir el espíritu de toda Cuba. Jóvenes y viejos se reúnen aquí para conocer, saludar, beber y socializar. Es una hermosa fiesta noche tras noche, que no requiere RSVP o invitación; le da la bienvenida a todos con brazos abiertos y espíritu rebelde.

Después de las noches en el Malecón, me gustaba ir a bailar salsa. La salsa es una forma de vida en Cuba. No tengo mucha esperanza con el baile. Después de varias experiencias de baile, que destruyeron mi alma, en una escuela de enseñanza media, renuncié a mis sueños de convertirme en una bella bailarina. Sin embargo, ahora tengo un par de movimientos, y siento orgullo de decir que es gracias a los esfuerzos de todos mis nuevos amigos cubanos.

Si hay algo que sé con certeza, es lo siguiente: cuando la vida te da algo bueno, lo tomas. Esta fue mi experiencia en Cuba. Me encontré con una vida en constante movimiento, caótica, sin embargo pacífica, y eso es algo que vale la pena tener.

Tengo pensado volver pronto a la hermosa Habana, para conocer más sobre la increíble y fuerte población cubana y continuar mi felicidad por siempre allí, con un mojito en la mano y una sonrisa sincera y fiel en mi rostro.

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