Mirar en Cuba con ojos de águila

Foto: Yander Zamora / EFE

Por Aurelio Pedroso  (Progreso Semanal)

HAVANA TIMES – Desde que el Gran Almirante puso pie en tierra firme, allá por 1492, y fue minuciosamente observado de gorro a zapatos por los aborígenes, hasta el pasado sábado, el cubano ha tenido costumbres nacidas bajo circunstancias que le tocó vivir. Otras, sin embargo, son como de nacimiento, heredadas, importadas, imperecederas, que van en sangre.

La correspondiente a estos tiempos casi que es excepcional o, al menos, reforzada como nunca antes. Y para no alejarnos mucho del tema en cuestión, me voy a referir a lo relacionado con la alimentación y otros artículos para las necesidades del día a día en el hogar. Como faro, la visión.

Personas que comen con los ojos han existido toda una vida en cualquier rincón de este planeta. De igual modo, esas que al entrar a un restaurante miran con insistencia caníbal o con disimulo afrancesado hacia los platos de los comensales por esa rara curiosidad de saber qué están comiendo.

El experimento realizado por quien suscribe no cumple en absoluto con ninguna de las reglas de los expertos en la materia. Sin embargo, sirvió como confirmación, como prueba práctica de que, si uno se mueve en la calle con una jaba o bolsa, no pocos viandantes fijan la vista en ella y tratan de adivinar su contenido. Sus ojos son como mirilla telescópica de un francotirador.

Son personas desconocidas, que practican varias de las preguntas claves para redactar una información. Es lo que en periodismo llamamos el Lead. Qué, cómo, cuándo y dónde. Qué ha conseguido, cómo lo adquirió, cuándo lo hizo y dónde se puede encontrar.

El abordaje o interrogatorio de emergencia solo puede tener dos maneras. La práctica y directa, y la decorada en decentes palabras como esas de “por favor, usted disculpe, si me hace el favor”, y otras por el estilo que denotan educación y, además, necesidad o apremio.

Por la semitransparencia de las bolsas o “jabas”, estos expertos con visión de águila rapaz detectan si se trata de bolsas de yogurt o leche en polvo, picadillo de carne, puré de tomate, medio kilo de frijolitos chinos, detergente líquido, biosensores para controlar glucosa en sangre distribuidos a cuatro por persona… y hasta si es queso Gouda o blanco.

Para los débiles visuales, que forman parte también de la tropa inquisitoria, quedan las cervezas en caja, el papel sanitario, las botellas de aceite y otros artículos de primera necesidad y también de primeros en la lista de faltantes, o que poseen la facultad de aparecer y desaparecer de los estantes.

Tal curiosidad alcanza de igual modo al aeropuerto. Mientras se aguarda por la llegada de un familiar o amigo, hay quienes “clavan” la mirada en cuanto bulto prensado, semejante a embutidos gigantes, emerge de los salones de aduana. Se trata de un ejercicio de pura imaginación y fantasía el suponer qué va ahí dentro, privilegio correspondiente a los aduaneros que, a la par de sus principales funciones en evitar la entrada de drogas, explosivos o material subversivo, deben contar hasta seis si se trata de calzoncillos, ajustadores u otras prendas que a partir de una cifra ya constituyen posibles mercancías a comercializar. Confirma, de igual modo, que ya los cubanos no viajamos con maletas, sino con bultos.

Y al final, con mi jaba y varios zapatos viejos dentro de ella, además de ser observada con interés por varias personas, fue una de ellas quien no dudó en aproximarse para preguntar:

—¿Hay cerca algún zapatero?

Preguntando —y también mirando— no solo se llega a Roma.