Mi experiencia y mirada de nacer mujer en Nicaragua

En Nicaragua, las mujeres, feministas y defensoras de derechos humanos no pueden realizar marchas para conmemorar el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer porque el régimen de Ortega prohibió las movilizaciones desde septiembre de 2018. Foto: Archivo

Ser mujer en Nicaragua es vivir presa en tu propio espacio, es vivir con miedo, en silencio, atada de mente y manos

Por Gloria Chamorro (Confidencial)

HAVANA TIMES – ¿Cómo identificamos si alguien necesita ayuda? ¿Cuándo nos damos cuenta que algo no anda bien? ¿Cómo podemos diferenciar conductas para poder intervenir desde la mediación, el diálogo y la transformación? Todas las personas somos diferentes y todas somos vulnerables. Y es esa vulnerabilidad la que nos une y mediante la cual generamos nuestras relaciones basadas en la confianza, la estima, la empatía, el amor; cuando nos exponemos y decidimos ser parte de un entorno y un contexto. Pero, estar expuestos representa riesgos y si el sistema y los factores que nos deberían servir de sustento fallan, o bien, quien nos debería de proteger nos daña, entonces, empiezan a crecer emociones desconocidas, que, en algunos casos, se convierten en fortalezas, pero habitualmente lastiman, hieren y dejan marcan. Dejan traumas. 

Nacer mujer, nacer en Nicaragua, la experiencia sobre la vida es la única construcción individual y la mejor construcción social, sobreponerse a los retos que enfrentamos por nuestros condicionamientos iniciales, construyen la conciencia que las personas tenemos de nosotras mismas y del mundo que nos rodea.

La historia individual y la manera en la que la experimentamos se convierte en social cuando compartimos y comentamos lo que hemos atravesado y los significados son compartidos por alguien ajeno a nosotras. Por ello quisiera abordar la construcción social de la mujer nicaragüense desde la construcción personal, porque “nada hay más universal que lo individual…” como dijo Unamuno. 

Yo soy Gloria Chamorro, especialista en Salud Mental y Máster en Transformación de Conflictos y Paz. Soy una mujer líder, joven y exiliada política que lucha por la defensa de los derechos humanos de los jóvenes y las mujeres, que además exige el derecho de brindarles espacios de diálogo, liderazgo y desconstrucción de la violencia a través de la rehabilitación del trauma. Yo sufrí abuso físico, sexual y psicológico desde muy joven, específicamente siendo una niña.

Desde pequeña, se me enseñó a no decir nada, a no hablar sobre el abuso y mantenerlo en silencio, porque la vergüenza del abuso recae en la víctima, fui yo quien sufrió más de la ejecución social al hablar del abuso, que los mismos abusadores, pues la sociedad machista los protege y culpa a la víctima todo el tiempo. El abuso en el seno de la familia es un trauma muy difícil de superar, y que, por consecuencia, crea una serie de repercusiones con conductas que no tienen explicación ni razón de ser para la propia víctima.

Primeramente, nacer en Nicaragua, el segundo país más pobre de Latinoamérica conlleva a hablar de un territorio donde se agudizan y viven múltiples vulnerabilidades, lo cual conlleva a profundas desventajas a nivel de calidad de vida, de acceso a bienes y servicios básicos, donde las precariedades mantienen al individuo en modo de supervivencia, alienado de la realización personal.

Adicionalmente al contexto del fatalismo geográfico, añadir la diferencia de clase y el clasismo vivido al desarrollarte en una sociedad altamente polarizada. Altamente violenta. Donde ser mujer se convierte en una tortura, es vivir presa en tu propio espacio, es vivir con miedo, es vivir en silencio, atada de mente y manos, ser mujer en Nicaragua es ser sobreviviente de una sociedad patriarcal, donde se te asignan roles en dependencia de tu sexo biológico desde el momento de tu nacimiento; como consecuencia, las mujeres y niñas crecen en un sistema que dicta lo que deberán hacer el resto de sus vidas. Ser mujer en Nicaragua es vivir en silencio de las verdades, de las heridas, de lo que duele y no puedes hablar. Ser mujer en Nicaragua es vivir en un silencio que grita justicia. 

De mi propia experiencia puedo comentar a viva voz las carencias y dificultades que representa vivir y desarrollarse bajo los conceptos modernos de género y las demás configuraciones interseccionales que nos rigen en una latinoamericana herida. La asignación femenina a mi género, el nacer mujer, con las propias condiciones y estatutos que una sociedad patriarcal de primer orden puede designar. La sociedad machista en la que me formé estampó su discurso pseudo científico de superioridad biológica en mi mente, y, durante muchos años de mi vida, actué adoctrinada y desde la sugestión colectiva, heredada por una sociedad traumada y sobreprotectora, donde ir con la corriente y mantener las apariencias, era la forma sencilla de vivir y de sobrellevar la vida, donde sufrir en silencio y reír en público era la construcción de la felicidad.

Es por ese conjunto de condiciones iniciales que comprendo y experimento la construcción de género y la interseccionalidad, porque no es únicamente el designio biológico de definir los roles, sino también, los designios de raza, de clase, de culto y de ideología los que te dan y te quitan los privilegios, los que han permitido que la supremacía blanca heteropatriarcal haya dictado el ritmo de la vida tal cual la conocemos hoy en día, y que imaginar otro mundo sea prácticamente imposible, creando una impotencia responsable de llevarte a autoflagelarte e involucionar como ser humano, manteniéndonos en un estado continuo de depresión colectiva. 

Esta situación es similar a la que sufrimos a nivel global los cuerpos designados mujeres y quienes nos identificamos como tal, y las personas que perpetúan el sistema son las víctimas que aún no han iniciado un proceso de sanación, por lo cual, no pueden distinguir entre el bien y el mal de sus acciones. Están aún cegadas por el trauma. Los procesos de sanación son largos y tortuosos, pero lo más duro es vivir en la ignorancia emocional. 

El simple hecho de iniciar por la aceptación del abuso, el reconocimiento del desbalance en el juego de poder es tan revelador, que permite que una voz interior se alce y pueda hablar con autoridad sobre las injusticias del mundo. Esta misma acción, extrapolada a nivel global, sería una de las armas más importantes para la rehabilitación de las naciones. La simple aceptación del suceso traumático: el machismo, el abuso de poder, la imposición del discurso heteropatriarcal. 

Es por ello, que, desde mi percepción y experiencia, es fundamental enfocar la reconstrucción del tejido social nicaragüense hacia las mentes y cuerpos abusados, quienes aún viven en la negación, y empezar un proceso de deconstrucción de la violencia y rehabilitación del trauma. No se trata únicamente de identificar al patriarcado como la fuente de todos los males, sino también, tener una mirada compasiva sobre todas las víctimas abusadas a nivel histórico e inter seccionalmente, identificando y señalando otros protagonistas, como lo sería la supremacía blanca, el capitalismo salvaje, el eurocentrismo, las dictaduras. 

Pero desde la mirada compasiva, si algo he aprendido de mi propio camino en la superación del abuso, es que de nada sirve el odio, la venganza, la guerra o la protesta violenta. Estas conductas conllevan a una inmersión de la otra persona y al bloqueo al diálogo. Hoy más que nunca es fundamental continuar con el discurso de hacer del feminismo un movimiento político, desde un manifiesto que asiente las bases de una sociedad sostenible, desde una mirada totalmente reconstruida, incitando y fomentando la aceptación y reconocimiento del trauma en todas las víctimas de la sociedad, escalando las voces y bajando los discursos teóricos y fundamentalistas sobre género que pasan en las sociedades eruditas occidentales, hacia un contexto del mundo que aún experimenta grandes fracturas y retrocesos evidentes, físicos y tangibles.

Sé que somos capaces de transformarnos y juntos somos capaces de transformar el mundo, a un mundo más humano, más pacífico, más inclusivo, donde se respeten y se garanticen los derechos humanos de todos los seres que habitamos. Pero para ello necesitamos culturas más valientes, líderes más valientes, necesitamos de la participación de todos los sectores de la sociedad y un liderazgo más democrático, más transparente, más positivo, pero también precisamos cambiar la mentalidad arrasadora de competencia salvaje, de aniquilación, de justificar las acciones en dependencia de los resultados y transformar nuestros conceptos de éxito, desarrollo y de humanidad. Desde nuestro coraje, desde nuestros valores, desde nuestros principios, edificándolos y dejando atrás las concepciones de aquella firmeza violenta de líderes autoritarios, de abusos e imposiciones de poder y aprender a vivir en libertad, en verdadera paz, con uno mismo y con los demás. 

Por todo esto, es que puedo concluir, que los principales privilegios que he logrado obtener a partir de mi trabajo personal y profesional en la rehabilitación del trauma y la transformación de los conflictos, han sido la deconstrucción de la violencia basada en género y la claridad, la compasión y el empoderamiento de una voz que lucha por la restauración y la sanación de una Nicaragua libre, democrática y sin violencia, donde el éxito y la felicidad se definen como calidad de vida con respeto, justicia y verdad con todo el entorno que nos rodea.

*La autora es especialista en salud mental. Máster en Transformación de Conflictos y Paz.

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