“Me duele respirar”, “I can’t breathe. Sir, please!”

La gente marcha durante una protesta de Black Trans Lives Matter como parte de la respuesta pública más grande contra la brutalidad policial provocada por la reciente muerte de George Floyd, un hombre afroamericano que fue asesinado el mes pasado mientras estaba bajo la custodia de la policía de Minneapolis

 

Le faltó el aire a Alvarito Conrado por una bala asesina de la tiranía, le faltó a George Floyd cuando lo asfixió el policía racista

Por Isolda Hurtado*  (Confidencial)

HAVANA TIMES – Un aullido ronda el verano de 2020 en los Estados Unidos. Un hecho atroz destapó la olla de presión el 25 de mayo en Mineapolis, Minnesota: George Floyd, hombre de raza negra de 42 años le imploraba desde el suelo al policía blanco, I can’t breathe. Sir, please! (¡No puedo respirar; por favor, señor!) mientras éste le presionaba el cuello con su rodilla, hasta asfixiarlo. El video conmocionó al planeta.

Las protestas multitudinarias al grito de Black lives matter (importa la vida de los negros), estallaron desde entonces en ese país y alrededor del mundo. Explotó un lema moral propagado veloz como el enigmático Coronavirus Covid 19, un desafío en sí, durante el confinamiento de gran parte del mundo para evitar su letal contagio al interrumpir igualmente la respiración, hasta morir.

Estudios sociológicos registran que la crueldad policial (police brutality) se agudiza “selectivamente” [en Estados Unidos] en personas de raza negra, seguida de “Latinos”. La discriminación y la desigualdad racial empobrecen más el corazón de esa democracia mientras no resuelva las tareas trascendentales pendientes.

La historia reviste capítulos sombríos de sometimiento y privación de la libertad fundamentados en el color de la piel.  Desde finales del siglo XV, la esclavitud nos desplaza hacia el mayor traslado forzoso de personas de raza negra de África hacia América, la cual, abarcó la violación de todos los derechos humanos de hombres y mujeres; se apropió de ellos como mercancías, les encerró y obligó al trabajo rudo. En las mujeres, ejerció un dominio avasallante; con ingratitud y egoísmo, las violó y subyugó de por vida y les impuso la separación forzada de sus propios hijos/as, un monstruoso dolor para el corazón de una madre.

A finales del siglo XIX, cuatro siglos después, se dictaba en 1863 la Proclamación de Emancipación que ordenaba la liberación de los esclavos y confería a los ciudadanos, sin distinción de raza, los mismos derechos y privilegios bajo la ley.

Desafortunadamente, los patrones de humillación y dominación continuaron durante más de un siglo hasta 1964 cuando la Ley de Derechos Civiles prohibió la discriminación contra los negros, las mujeres y la segregación racial en las escuelas, empleos y vivienda. Sin embargo, la violenta injusticia racial en las décadas posteriores hasta el presente, opacó la intención, en ese país de 325 millones de habitantes, donde casi 37.6 millones son de raza negra conformando la mayor minoría racial, el 13% de su población. Un dolor tan grande y antiguo no se puede ignorar mucho tiempo más.

Un estudio reciente de las universidades de Yale y Duke sobre el empleo, muestra  la disparidad desproporcionada del salario actual entre hombres negros y blancos, comparable a los indicadores de 1950 desfavorables para los primeros. Resulta comprensible la frustación de millones de afroamericanos que engrosan las filas del desempleo elevándose para ellos desde 1980 y pasando obviamente a integrar inmensos núcleos de pobreza en un círculo de infortunio difícil de abandonar.

¿Hasta cuándo cesarán la desigualdad y la violencia racial si ya han transcurrido cinco siglos desde la Esclavitud; 157 años desde la Proclamación de la Emancipación y 56 años desde la Ley de los Derechos Civiles? ¿Hasta cuándo obtendrán sus garantías constitucionales; cuándo sus derechos humanos y civiles, serán respetados y cuándo las libertades y oportunidades confiscadas por siglos, les serán finalmente otorgadas?

La “brutalidad policial” no ha cesado aún durante las protestas. Acaso sea producto del relajamiento temerario ante el delito por la inmunidad e impunidad que han prevalecido históricamente y hoy, severamente cuestionado el sistema se acelere la urgencia de impulsar su reforma.

Algunas acciones recientes dejan un aliento en esa dirección, como el cierre de estaciones policiales en conflicto con sus comunidades y la apertura de procesos legales contra algunos crímenes en una inaugurada experiencia de justicia y verdad, reivindicaciones democráticas exigidas para perdurar.

La  intolerancia enreda y estorba; resulta peligroso encubrir la indolencia con engaños y amenazas creyendo aplacar la violencia con más violencia divisionista tal como algunas voces insensatas actualmente pretenden defraudar este reto. Bien haría la democracia de esa república, ejercitar sus propios mecanismos para revertir las profundas heridas raciales con políticas y leyes de reparación y creación de oportunidades transformadoras.

Me admira la vigencia que toma la obra de Toni Morrison (1931-2019), estadounidense, Premio Nobel de Literatura 1993, ella, quien narró con su pluma sagaz la verdad afroamericana, la suya propia, transmutada en este despertar de la conciencia de la población puesta a prueba en los hechos recientes en su país.  El tiempo se agota pero nunca la esperanza ni la dignidad humana.

Mirando al sur

En otra geografía, en Nicaragua, país de 6.6 millones de habitantes, se han agravado en los últimos 84 años (1936-2020) prolongados escenarios de tiranía gubernamental y represión policial. Demasiado tiempo repartido entre la dictadura dinástica de tres Somozas y distintas facetas de poderío autoritario de Daniel Ortega con una breve pausa de gobiernos democráticos (1990-2006) también lesionados por disturbios promovidos por este último desde la oposición.

Siguiendo un nocivo patrón repetitivo, en abril 2018, el régimen Ortega-Murillo intensificó la brutalidad de su modelo a través de una Policía doblegada y corrupta que aparecía reforzada con otra estructura paralela paramilitar, armada para la guerra, encargados de reprimir las manifestaciones pacíficas de estudiantes y población civil surgidas espontáneamente ante los abusos del poder.

Alvaro Conrado

El 20 de abril 2018, un estudiante de 15 años, Álvaro Conrado, cayó abatido por una bala en su cuello mientras llevaba agua a sus compañeros arrinconados por la barbarie. “Me duele respirar” repetía cansado en la entrada del hospital público donde le negaron atención médica, desangrándose hasta morir.  

Qué endiosamiento reviste el poder en Nicaragua tan perturbado?  Desde esquinas opuestas tomaban distancia, la rabia del opresor contra la razón ética de las multitudes.  El resultado fue una “masacre” plenamente documentada por Organismos de Derechos Humanos, nacionales e internacionales.

El Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas recién retomó en Ginebra su Informe “con gran preocupación por el uso desproporcionado de la fuerza por parte de la Policía para reprimir las protestas sociales y la comisión de actos de violencia por grupos armados”… “denuncias de constantes casos de detención ilegal y prisión arbitraria, hostigamiento, y torturas desde abril de 2018”.  

El régimen desatendió las recomendaciones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH/OEA) de desarmar a los “paramilitares” y del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) de crear una Fiscalía Especial. En su Informe Final (diciembre 2018), éste aconsejaba investigar a Ortega como jefe supremo de la Policía, a directores y subdirectores por crímenes de lesa humanidad.  La Policía de Nicaragua fue catalogada recientemente por World Population Review entre las más violentas del mundo. Quedan importantes tareas pendientes: respetar ciegamente la Justicia y reparar a las víctimas de tanto dolor.

Falta el aire, enrarecido desde hace tiempo. Le faltó el aire a Alvarito Conrado por una bala asesina de la tiranía, le faltó a George Floyd cuando lo asfixió el policía racista y a millares de personas en el mundo muertas por la pandemia, les faltó el aire. Una pandemia tantas veces politizada con desfachatez.

Una crueldad exhortada en discursos agresivos de gobernantes cínicos mientras el resto de personas en alerta permanente, perciben altísimo el peligro de muerte. Saturado de testimonios tristes está el mundo. Urge en nuestros países abrazar una nueva ética política revestida de humanidad a partir de este mismo año 2020 del siglo XXI.

*Escritora, poeta