Los riesgos de trabajar con un perfil equivocado

Por Reynaldo Escobar (14ymedio)

Coche de la Seguridad del Estado vigilando la casa de la periodista independiente Mónica Baró. (Facebook)

HAVANA TIMES – En una de esas esporádicas detenciones arbitrarias que he conocido a manos de la Seguridad del Estado, uno de los agentes que me conducía empezó a insultarme de manera descontrolada haciendo énfasis en que todo lo que yo hacía tenía como motivación el dinero recibido del imperio.

Como tengo por hábito no discutir de política con la policía ídem, me limité a agradecerle sus improperios, porque estos me indicaban que tenían un perfil equivocado sobre mi persona.

Recuerdo que puse el ejemplo de un boxeador instruido por su manager en que su próximo adversario es peligroso con los jabs, pero en cuanto sube al ring recibe un uppercut en su mandíbula que lo deja fuera de combate.

“¿Entendió por qué es peligroso tener un perfil equivocado de su oponente?”, le pregunté, y dejó de insultarme.

En la omnipresente KGB de los soviéticos y en la eficiente Stasi de los alemanes se confeccionaron patrones para controlar a los opositores. La Seguridad del Estado cubana es deudora de aquellas experiencias y hoy los servicios de inteligencia de Venezuela aprenden de los cubanos

Desde que a mediados del pasado siglo las mejores policías del mundo empezaron a desarrollar técnicas de investigación más avanzadas, aparecieron los perfiladores de delincuentes, cuyo objetivo fundamental era comprender el comportamiento y características probables del autor desconocido de un delito y, de paso, encontrar la manera más adecuada de interrogar sospechosos.

En la omnipresente KGB de los soviéticos y en la eficiente Stasi de los alemanes se confeccionaron patrones para controlar a los opositores. La Seguridad del Estado cubana es deudora de aquellas experiencias y hoy los servicios de inteligencia de Venezuela aprenden de los cubanos.

A diferencia de los delincuentes comunes, a los opositores políticos no es necesario descubrirlos, pero la principal divergencia entre un opositor y un delincuente común es que las actividades políticas que se oponen a los gobiernos solo constituyen un delito en los regímenes dictatoriales. Otro es el caso de los espías al servicio de una potencia extranjera, castigados con duras penas en la mayoría de las naciones.

Aquí se produce un fenómeno digno de estudio. Para justificar la represión a los opositores se les trata de identificar, o al menos asemejar, con las actividades de un espía enemigo, pero sucede que los perfiles para investigar a unos resultan incompatibles para trabajar con los otros.

Muchas veces, en medio de un interrogatorio, los opositores se preguntan si el seguroso que tienen del otro lado de la mesa forma parte del equipo que fabrica las mentiras o si solo está aleccionado para repetirlas, incluso entrenado para creerlas. Ese oficial es un profesional, o al menos intenta parecerlo.

Como no quieren identificarse como “la policía política” enmascaran su tarea represiva de ideas discrepantes con el disfraz de veladores de la independencia de la nación

Si su víctima no es un reincidente tal vez le diga algo como “nosotros sabemos que tú eres un patriota, pero te están usando y queremos ayudarte”; si aparece en la lista de los “connotados contrarrevolucionarios” le muestra todo su desprecio, le asegura que “ya lo sabemos todo” y llega a lanzar, de manera más o menos velada, amenazas contra él y su familia, donde se incluye la presumible posibilidad de que él o alguno de sus allegados haya incurrido en algún delito común.

Como no quieren identificarse como “la policía política” enmascaran su tarea represiva de ideas discrepantes con el disfraz de veladores de la independencia de la nación. Actúan como defensores de la patria agredida ocupando la trinchera que protege la soberanía.

En una buena parte de la población, nacida en las últimas seis décadas, resulta relativamente fácil activar el prejuicio de que todo aquel que se manifieste contra el sistema solo pretende “entregar la nación a los imperialistas yanquis”, o “regresar al pasado capitalista para que los explotadores de ayer recuperen sus propiedades”.

Como todo prejuicio necesita de una mínima base en la cual asentarse, se muestran las pruebas del apoyo que el Gobierno de Estados Unidos dio a la Brigada 2506 en el desembarco en Playa Girón o el suministro de armas a los alzados en el Escambray. Basta visitar el Museo de la Revolución para ver allí la relación de latifundistas y dueños de empresas confiscadas que vinieron, ellos o sus hijos, en la invasión de abril de 1961 “con el único propósito de recuperar sus propiedades”.

Las obsesiones más recurrentes para intentar hacer coincidir los prejuicios inoculados por la propaganda con la realidad son las relaciones con extranjeros y el origen del dinero.

La pregunta más difícil de responder es si ese seguroso que detiene e interroga a un inconforme desconoce que el principal objetivo de su víctima es recuperar derechos, no propiedades. Que entre los derechos a recuperar se encuentre el de poder tener propiedades y poder proclamarlo libremente lo interpreta como una prueba inculpatoria de su intención de destruir las conquistas de la Revolución.

Tal vez el detalle más importante que hace parecer insignificante la diferencia entre la realidad y el perfil que la Seguridad del Estado se forma de los opositores políticos, los activistas de derechos humanos y periodistas independientes es que a la hora de presentarlos a juicio como acusados de terrorismo, propaganda enemiga, colaborar con el bloqueo o un delito común fabricado, no es un requisito convencer al tribunal, porque los jueces forman parte de la trama.

Es como si el manager del boxeador noqueado se hubiera puesto previamente de acuerdo con el árbitro y aun en la lona e inconsciente le levante la mano para señalarlo como vencedor. Sí, el perfil es falso. ¿A quién le importa?

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