Los que nos quedamos

Por Amrit

Por Yasser Castellanos.

HAVANA TIMES, 22 marzo — En aquella primavera del año 80, con los sucesos de la embajada del Perú y el éxodo por el puerto del Mariel, mi familia también aspiraba a formar parte de esa multitud que abarrotaba embarcaciones poniéndolas en peligro de zozobrar, y que sólo vi muchos años después en grabaciones filtradas que han puesto en algún canal de Miami y han circulado aquí, de computadora en computadora.

Pero este proyecto de irnos sólo se mencionaba puertas adentro, mi madre nos tenía prohibido hablar del asunto fuera de la casa. El por qué lo comprendimos pronto, con aquellos escándalos de los que solo nos llegaban palabras confusas: “¡Fuera….” “Gusanos….” “que se vayan…!” y el estallido de algún huevo contra la pared de una casa vecina.

Como en tantos acontecimientos que han pasado rozándome a lo largo de mi vida con una levedad inexplicable, no fui testigo de los golpes, de las humillaciones, y la resonancia de esos gritos se disolvió en el laberinto de mi memoria. faro

Ahora, a casi 31 años de distancia, veo en uno de esos videos “filtrados” a una mujer que entonces tenía 16 años y confiesa que aún siente el eco de aquellos gritos dentro de su cabeza. Yo tenía catorce en ese convulso abril del año 80, y mientras esa muchacha atravesaba las míticas 90 millas en un yate atiborrado con más extraños que parientes, yo, que no la conocí nunca, sin saberlo hacía alguna cifra en la estadística opuesta.

Entre “los que se quedaron.” había miradas de mutua vigilancia y la incertidumbre de si se estaban perdiendo algo, de que podían estar equivocados. Los chiquillos se colaban en las casas abandonadas por sus dueños a toda prisa, (casas marcadas con manchas de huevo en las fachadas), y las saqueaban también a toda prisa, antes de que inmigración las confiscara.

Entre los chistes que corrían estaba la frase: “El que se quede, que apague el Morro.” y en aquella pesadilla donde parecía Cuba el verdadero barco a punto de hundirse, mucha gente seguía huyendo aunque tuvieran que taparse la cabeza bajo las injurias y los golpes.

“Cuba se está vaciando.” decía asustada mi madre que ya había intentado un primer exilio por Camarioca, con mis hermanas agarradas de su mano y yo pataleando dentro de su vientre.

Veo las caras de “los que se fueron” en la pantalla, veo las lágrimas y la añoranza en la mirada, siento un vuelco en mi pecho, como si algo girara para remolcar la angustia, una vez más, una angustia también inexplicable. ¿Se fueron ellos, realmente? ¿Conseguimos “quedarnos” nosotros? –me pregunto, mirando por la ventana hacia la costa donde se agita un mar que esconde tantos muertos.

Fantasmas que en silencio se han alineado para hacer un puente (aquel puente entre la Habana y Miami de los chistes de mi infancia), un puente de suspiros y de gritos más poderoso que las fronteras políticas, las coacciones ideológicas y las cláusulas migratorias.

Como víctimas aturdidas de una guerra (también fantasma) nos veo: a ellos, “los que se fueron” y a “los que nos quedamos.” ocupando posiciones inversas frente a un espejo. Veo el rostro de esa mujer que se sobrecoge aún con la resonancia de los gritos “¡Que se vayan, que se vayan!.” y me reconozco, porque sin irme he recorrido más veces que ella las ciudades de ese país en mis sueños, buscando a mi padre, a mi hermana, y ella ha reconstruido en su mente los contornos de una Habana que se le pierde en ese agujero negro que es el tiempo.

Mientras, en el espacio de agua que hace la vieja distancia de 90 millas, un Miami fantasmal se levanta para ser (una vez más) el sueño de oropel de nuevas generaciones que no conocieron el Mariel, ni Camarioca, ni aquel reguero de balsas frente al malecón en el 94 y planean irse, “como sea.” porque, eso sí, ya no son tan románticos como fuimos nosotros, y buscan estrategias más individualistas y feroces.

El año pasado en el 30 aniversario del éxodo de Mariel publicamos: “Mariel, 30 Años Después