Las murallas del régimen político cubano

Haroldo Dilla Alfonso*

El problema que afrontan los dirigentes cubanos es que ha cambiado no solo la sociedad sino también el sistema político.

HAVANA TIMES — Existe una similitud entre la manera como las fortalezas organizaban sus defensas y como lo hacen los regímenes políticos.

Las fortalezas tendían a delimitar una zona defensiva que llamaban glacis, y que generalmente se definían por el alcance de un tiro de cañón. El glacis era una zona de exclusión más o menos severa, donde nunca se permitían construcciones perdurables, y eventualmente se proscribían merodeadores.

Los regímenes políticos también lo hacen, y en sus glacis simbólicos controlan y reprimen.

Obviamente las viejas fortalezas siempre estaban obligadas a redefinir sus zonas de exclusión, asediadas por las sociedades que crecían y se diversificaban, y por eso los glacis se iban acortando, y pasaban desde una medida convencional de 1200 varas a un par de centenares.

Hasta que los muros terminaban derrumbándose, transformando los glacis en temas inmobiliarios y con el tiempo a los castillos en atractivos para turistas encantados.

Cuando los regímenes políticos son flexibles y creativos, hacen lo mismo, y terminan redefiniendo sus glacis, acortando exclusiones e integrando disidentes, aunque siempre mantengan una zona defensiva detrás de la cual está el diluvio.

Entrada a la fortaleza, San Carlos de la Cabaña.

Evidentemente el régimen político cubano no clasifica en esa última distinción. Tiene muy poco de flexible, y como tozudos administradores de viejas fortalezas, los dirigentes cubanos siguen cazando como conejos a los que merodean su dilatado glacis.

En otras palabras, a pesar de que la sociedad cubana cambia dramáticamente, quieren seguir gobernando como lo hicieron antes de los 90, cuando controlaban la movilidad social y la comunicación política hasta en sus detalles.

No quieren renunciar a su vocación totalitaria a pesar de la que sociedad ya no admite esa subordinación, y que ellos mismos no pueden ejercerla.

El problema que afrontan los dirigentes cubanos es que ha cambiado no solo la sociedad sino también el sistema político.

No es simplemente que se extienda la inconformidad social ante la mediocridad política y económica y que se exprese en un descontento desestructurado que se lleva al extranjero a buena parte de lo mejor. Tampoco se limita a que aparezcan espacios de propiedad privada.

El problema es que han cambiado las coordenadas de poder social y la disposición de los espacios políticos, y que hay una parte de la sociedad que no se va a ir, y que espera un cambio político que de cuenta de sus aspiraciones legítimas.

La sociedad cubana está cruzada por variables de acciones públicas y privadas impensables hace dos décadas. Y todo esto, en sentido laxo, es político.

Hay una oposición militante —en los espacios públicos reales o virtuales— que a todas luces llegó para quedarse. Hay espacios críticos más moderados respecto al régimen político, pero muy innovadores en términos culturales, y que se expresan regularmente en una serie de demandas gremiales ante el propio Estado.

La Habana de noche desde la fortaleza San Carlos de la Cabaña.

Y finalmente todo aquello que Granma llamó “situaciones inusuales” a la luz de los ripios de la “moral revolucionaria” y que van desde las suntuosas noches de glamour del jet set de los nuevos ricos hasta las alucinaciones del pastor que se atrinchera con su rebaño en un templo esperando la llegada del mesías.

El reto de los dirigentes cubanos está en mover el régimen político, gradual pero consistentemente hacia un sistema pluralista sin exclusiones.

De lo contrario la sociedad cubana seguirá viviendo esa situación morbosa de ser sometida a un régimen de subordinación incompatible con su calificación educativa y política, menos aún con el mundo en que todos vivimos.

Seguirá sufriendo su dramática condición de una sociedad flagelada por los extremismos, las polarizaciones, las exclusiones y los disidentes trocados en traidores. Y la Isla continuará despoblándose, y la apatía y el cinismo político seguirán siendo las monedas fuertes del mercado político.

Pero me temo que para hacer esto, los dirigentes cubanos requerirían algo de que carecen: una visión estratégica de nación que señalice hacia donde ir de manera realista y consensuada.

Mientras no lo tengan van a seguir parapetados tras los muros, escudriñando el glacis, prohibiendo construcciones y reprimiendo merodeadores independientes.
—–
(*) Publicado originalmente por Cubaencuentro.com.

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