Las confesiones de Padilla y la reedición de un debate inconcluso 

Por Jorge Luis Lanza Caride*

HAVANA TIMES – Por estos días pareciera que el fantasma del escritor cubano Heberto Padilla (1932-2001), nos rondara en la turbulenta Cuba del siglo XXI, en un contexto donde muchos jóvenes ni tan siquiera han escuchado hablar del autor del incendiario poemario Fuera de juego (1968), obra que recibió el premio Julián del Casal que otorga la UNEAC con una nota que consideraba esta obra contraria a los principios de la Revolución cubana.

Han transcurrido décadas desde su publicación y generaciones enteras de escritores y críticos literarios han leído ese poemario y no han encontrado elementos que avalen esa acusación absurda marcada por el dogmatismo imperante durante esos años tan oscuros y difíciles para cultura cubana. La censura del documental PM en 1961 de Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal y el tratamiento que fue objeto el libro Fuera de juego eran el preludio de que lo peor estaba por llegar.

El tema resulta tan complejo y posee tantas aristas que ha suscitado profundos debates tanto en Cuba como en el extranjero en espacios académicos y culturales convocados en su gran mayoría por instituciones oficiales. Se ha publicado un volumen considerable de artículos y ensayos sobre el fenómeno que el ensayista e intelectual cubano contemporáneo de Padilla, Ambrosio Fornet, bautizara con el término de Quinquenio gris o Decenio oscuro, teniendo en cuenta que muchos investigadores consideran que se extendió más allá de un quinquenio con sus secuelas en los ochenta.

De esa vasta producción académica hay un libro que continúa despertando admiración en mí aunque en el plano ideológico discrepe con su autor: Jorge Fornet, autor de El 71, anatomía de una crisis, publicado por Letras Cubanas en el 2015, cuyas páginas nos sitúan nuevamente en ese complejo escenario de inicios de los setenta y concretamente en lo relacionado con la detención y confesión forzada de Heberto Padilla, además de analizar otros aspectos sombríos de ese período nefasto para la cultura cubana donde se celebró el tristemente célebre Congreso de Educación y Cultura de 1971, según Reinaldo Arenas, cuyos propósitos inquisitoriales eran todo lo contrario a lo que proclamaba.

Resulta que cuando muchos académicos e intelectuales tanto en la isla como fuera de ella consideraban que el tema constituía un capítulo totalmente cerrado del debate en la esfera pública, el prestigioso realizador radicado en España, Pavel Giroud (La edad de la peseta y El acompañante), concluyó su documental El caso Padilla (2022), censurado en Cuba, aunque ya circulan copias digitales entre los espectadores cubanos y por tanto la polémica en torno al tema vuelve a activarse desde que comenzaran a circular en las redes y los medios independientes reseñas y artículos sobre el filme de Pavel Giroud, incluyendo especulaciones sobre las posibles vías que usó para acceder a esos archivos.

Como era de esperar el documental ha resultado una pieza magistral del periodismo de investigación que no sólo nos convoca a abordar el tema desde una mirada actualizada en el actual y no menos convulso contexto, sino una manera de analizar las luces y sombras latentes en torno a este patético suceso, desde una perspectiva dialógica que nos alerta sobre la continuidad de prácticas represivas y censoras en la política cultural cubana que atentan contra el anhelo postergado de una Cuba inclusiva.

Me resulta llamativo que durante el proceso de escritura de este artículo me encuentro con un colega y viejo amigo periodista vinculado a los medios oficiales y cuando abordamos el asunto del rodaje del documental y lo absurdo que resulta la prohibición sobre su exhibición éste expresa que no tenía sentido porque los implicados en el triste destino que corrió Padilla se encontraban fuera muertos; en cambio mi colega no se percató de algo esencial: muchas estructuras y dogmas que amenazan la libertad de creación artística se mantienen latentes, tan es así que desde los sucesos del 27N hasta la actualidad son varios los artistas que han tenido que exiliarse tal como en el pasado lo hiciera Cabrera Infante, el mismo Padilla, que pudo salir del país a principios de 1980 gracias a la mediación del senador Edward Kennedy, Reinaldo Arenas, entre otros.

Por cuestiones de espacio no podré realizar un análisis de El caso Padilla con el rigor que requiere el abordaje del tema, al menos intentaré abordar algunas ideas contextuales sobre lo sucedido durante esa histórica noche del 27 de abril de 1971 cuando Padilla pronunció su célebre Autocritica en la sede de la UNEAC junto a otros intelectuales implicados como su propia esposa Belkis Cuza Malé, desde una lectura sobre aspectos psicosociales en torno a un suceso que marcó la política cultural cubana a inicios de los setenta con grandes repercusiones para la izquierda internacional y latinoamericana, al representar un punto de inflexión en la efímera luna de miel de la intelectualidad latinoamericana y europea con la Revolución cubana debido al giro estalinista y totalitario que este proceso revolucionario asumió en ese momento histórico.

Aunque el documental orientó su mirada sobre el aspecto más anecdótico del tema, que es la Confesión de Padilla en la UNEAC, elude profundizar en algunos antecedentes contextuales relacionados con la Autocrítica de Padilla, lo que dificulta la comprensión del tema en su total complejidad y diversidad de aristas.

No olvidemos que desde mediados de los sesenta Padilla había desempeñado diferentes cargos oficiales para el gobierno revolucionario que lo llevaron a visitar el bloque de países ex socialistas y cuando regresó a la isla en 1966 comenzó a experimentar un proceso de decepción con la joven Revolución cubana, discrepancias que sólo se atrevía a ventilar en espacios privados.

El suceso que desencadenó su arresto por parte de la Seguridad del estado junto a su esposa la poetisa Belkis Cuza Malé el 20 de marzo de 1971, fue un recital de poesía que realizó en la misma sede de la UNEAC de su poemario titulado Provocaciones, bajo la falsa acusación de actividades subversivas, . En un contexto tan sombrío podían acusarte como en la antigua URSS de las cosas más inverosímiles, por lo cual permaneció hasta 38 días en la sede de la Seguridad del Estado de Villa Marista.

El simulacro de Padilla durante esa patética noche del 27 de abril ha sido interpretado como un evidente acto de simulación ejercido por un artista que actuaba bajo presión y tortura psicológica al viejo estilo de los Procesos de Moscú (1936-1938) y de Praga de inicios de los cincuenta, fundamentalmente como una alegoría de éste último donde fue ejecutado el líder comunista Rudolf Slánský, tema magistralmente representado en el filme del cineasta Costa Gavras La confesión, basado en el libro homónimo del novelista  Arthur London, aspecto que una obra como 1984 de George Orwell había descrito varias décadas atrás a través de los códigos de una distopía que ha trascendido por ser una alegoría del terror estalinista que había penetrado en esta isla del Caribe, como un fantasma que nadie esperaba encontrar.

Precisamente entre la diversidad de imágenes de archivo que contiene este magistral hay muchas que son reveladoras y nos posibilitan comprender aún más el contexto y las circunstancias bajo la cual se produjo el caso de Padilla, como aquellas referidas al apoyo ofrecido por Fidel Castro a la URSS y el Pacto de Varsovia a la brutal invasión a Checoslovaquia con el objetivo de aplastar los anhelos reformistas de la denominada Primavera de Praga en 1968, preludio que alertó a muchos intelectuales sobre el rumbo que había tomado el proceso cubano en el plano político y cultural y por ende el arresto de Padilla fue la confirmación de las consecuencias derivadas de ese camino sin retorno al estalinismo.

Para la gran mayoría de los intelectuales de izquierda tanto europeos como latinoamericanos que simpatizaba con la Revolución cubana, estos hechos y la alianza que sostenía el gobierno cubano con la extinta URSS significan una traición a los ideales revolucionarios latinoamericanos, quienes no aceptaban que Cuba cayera bajo la cortina de hierro del bloque soviético y sus países satélites. Era comprensible que el arresto de Padilla catalizara su ruptura con la Revolución cubana.

En ese sentido resulta vergonzosa la carta que le enviara Hayde Santamaría, por aquel entonces presidenta de Casa de las Américas al escritor Mario Vargas Llosa, considerado uno de los más importantes escritores de su generación, exponente del boom latinoamericano, uno de los principales protagonistas de la campaña a favor de la liberación de Padilla, por su agresividad y el carácter dogmático de los argumentos expuestos.

En ese grupo tan heterogéneo no sólo en el orden estético sino también ideológico de intelectuales que tras el arresto de Padilla decidieron romper con el proceso revolucionario cubano se encontraban figuras como el novelista peruano y Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Simone de Beauvoir, Carlos Fuentes, Juan Goytisolo, la estadounidense Susan Sontag, entre otros intelectuales que aparecen en el documental gracias al excelente y prácticamente  arqueológico proceso de búsqueda, selección y consulta de fuentes históricas que emprendió Pavel Giroud en su proceso de creación, incluyendo  una entrevista que concedió el ex diplomático Jorge Edwards, autor del libro Persona non grata tras su expulsión de Cuba, donde analiza muy bien cómo el caso Padilla es una muestra del tránsito de la Revolución cubana hacia el totalitarismo de corte  estalinista y su obsesión patológica por la vigilancia del ser humano y sobre todo del sector intelectual, aspecto que a mi juicio se ha mantenido invariable.

Si en aquel momento el simulacro de Padilla desconcertó y sorprendió a muchos escritores que pensaban que Padilla había actuado esa noche sin presión alguna y con total coherencia, sus reacciones psicológicas han demostrado con el devenir del tiempo todo lo contrario, en la medida que la verdad ha aflorado y muchos pudieron comprender e interpretar aquel hecho como un acto denigrante que confundió a muchos en Cuba y fuera de ella, pero no engañó a la comunidad intelectual de Occidente que interpretaron muy bien el mensaje  que Padilla estaba enviando al mundo intelectual. [1]

En ese sentido el principal aporte de Pavel Giroud al descubrir ese material de archivo e insertarlo en su documental con una estructura lógica coherente y bien articulada, ha sido brindarle una fuente histórica imprescindible para cualquier historiador interesado en indagar con la mayor objetividad posible el suceso, sin lo cual resultaría imposible comprender la manera de actuar de Padilla, tan juzgado y cuestionado por sus colegas intelectuales en aquel momento que vieron aquel acto como una vil traición no sólo a sus ideas expuestas en sus transgresores poemarios Fuera de juego y Provocaciones, sino a susposiciones compartidas en un ámbito más privado con sus colegas Pablo Armando Fernández, recientemente fallecido, Cesar López, Norberto Fuentes, entre otros, sino como una delación deshonrosa que estremeció a sus amigos (prestigiosos escritores cubanos), incluso cómo de una manera denigrante se retractó de haber escrito aquella novela que lleva por título En mi jardín pastan los héroes, referenciada magistralmente en el documental.

Juzgar a Padilla en aquel contexto resultaba relativamente fácil para muchos en Cuba y fuera de la isla que tenían un gran desconocimiento sobre los mecanismos perversos y represivos del estalinismo que tras el acto de Padilla había sembrado el pánico entre la intelectualidad de la época. En las imágenes del documental podemos observar no sólo al Virgilio Piñera que había expresado durante la reunión de los intelectuales con Fidel Castro en la Biblioteca Nacional en 1961: ¡Yo tengo mucho miedo!, preludio de lo que vendría después con el arribo de los setenta; a Reinaldo Arenas, quien nos legó su desgarrador testimonio en su autobiografía que lleva por título Antes que anochezca (1993), trasladada al cine por el cineasta Julian Schnabell en el filme homónimo protagonizado por el actor Javier Bardem.

Pero el hecho más patético ocurre casi al finalizar el documental, después de la  intervención de un resentido Norberto Fuentes en su réplica a Padilla cuando fue interrumpido de manera abrupta por Armando Quesada, antiguo censor y represor cultural responsable de la exclusión de prominentes intelectuales homosexuales de la vida cultural del país, quien murió recientemente y cuya intervención en la televisión Cubana en un Programa llamado Impronta, conducido por el cantante Alfredito Rodríguez, desencadenó la denominada Guerrita de los Emails entre los intelectuales cubanos, quienes habían sufrido en carne propia aquellos actos represivos, hecho que obligó al ex Ministro de Cultura Abel Prieto con el apoyo del ensayista e intelectual Desiderio Navarro a convocar varias reuniones sobre el tema efectuadas en su gran mayoría en Casa de las Américas. El documental concluye con las impactantes imágenes de esos valientes artistas que el 27 de noviembre del 2020 protestaron frente al Mincult no sólo para reclamar espacios de libertad que hasta ahora permanecen vetados por los censores,  sino para decir basta ya y cerrar un pasado de represión que no puede regresar jamás, aunque aún muchos censores se aferren en reeditarlo. 

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*Crítico de cine