Las calles de Kansas City

Por Emilie Vardaman

En tiempos recientes un refugio para personas sin casa ha estado ubicado en este edificio.  Foto: www.flatlandkc.org/

HAVANA TIMES – En 1985 abandoné el desierto para buscar un trabajo en Kansas City, Missouri, una ciudad que durante mucho tiempo había estado dividida racialmente. Me mudé allá para tener la oportunidad de vivir más cerca de mi familia en St. Louis y conseguir un trabajo interesante.

Dos años más tarde, me ofrecieron un puesto como directora (y única empleada) en un Centro de acogida para personas de la calle. Afortunadamente, un año después, pude conseguir un asistente.

Era una tarde de la primavera de 1988, mucho antes de que comenzara el movimiento Black Lives Matter.

Yo caminaba desde mi oficina del Centro para personas sin hogar, en el corazón de la urbe, hacia una cercana agencia de servicio social.

Súbitamente, un joven negro se precipitó por un terreno baldío y cuatro policías lo perseguían. Tres de esos hombres eran blancos, y uno que creí que podría ser japonés.

De repente, un zapato del joven se resbaló y supo que ya había terminado. Se detuvo, levantó las manos y se volvió para mirar a sus perseguidores.

Yo me había detenido a mirar, por supuesto. Pero me sorprendí cuando el primer policía en llegar al hombre comenzó a golpearlo con su garrote. La víctima se cubrió la cabeza y gritaba: “¡No, hombre! ¡No! ¡Yo me detuve!”

Sin siquiera pensarlo, corrí y grité a los oficiales para que se detuviera. Lo hicieron. No porque yo les dije que lo hicieran, sino porque se sorprendieron con mi interrupción.

Uno de los hombres blancos caminó hacia mí y me dijo que tenía que irme o me arrestarían por interferir con los asuntos policiales.

Me alejé, pero seguí observando allí mientras esposaron y arrastraron al detenido de regreso al otro lado del solar y al doblar la esquina.

No los seguí, pero hoy desearía haberlo hecho.

Lo que hice fue escribir una carta al editor al periódico local describiendo el evento. Le dije al periódico que quería que mi reporte fuera imprimido bajo anonimato, pero se negaron, diciendo que el periódico requería que mi nombre estuviera en la carta.

Tuve que pensarlo por un rato. La policía de Kansas City era conocida en ese momento por básicamente hacer lo que quisieran. Pero en última instancia, acepté imprimir mi nombre en el escrito.

A la mañana siguiente, mi asistente abrió el Centro para personas sin hogar y yo entré unos veinte minutos después. Ya había una decena de hombres allí.

Cuando llegué, uno de ellos agitó el periódico y todos comenzaron a vitorear y aplaudir. Uno tomó mis tijeras prestadas para poder recortar el artículo y ponerlo en la pared. De repente, fui una heroína.

Una hora después recibí una llamada del jefe de la Policía. Quería saber si mi carta era cierta, y le dije que, por supuesto, que sí. Me preguntó si creía que podía identificar a los policías, y le dije que creía que sí podía.

Caminé la misma ruta que había hecho unos días antes, esta vez pasando por la agencia de servicio social y entrando de manera nerviosa a la estación policial. El propio capitán se reunió conmigo y me acompañó a una habitación que tenía algunas docenas de fotos colgadas.

Identifiqué a los cuatro que habían estado allí, primero diciéndole quién había dado los porrazos y luego cuál de ellos había amenazado con arrestarme. Entonces rápidamente señalé a los otros dos. Todo el proceso de identificación me llevó menos de un minuto. Las caras de los hombres se habían grabado en mi cerebro.

Una semana después, me notificaron que los cuatro hombres habían sido suspendidos y que el que había dado los porrazos había sido degradado.

No tengo idea si el hombre que fue golpeado estaba satisfecho con el resultado, pero yo sí. Me preguntaba si el hombre negro se había sorprendido por mi intervención. También me preguntaba si más tarde la policía lo había golpeado aún más por eso.

Como era Kansas City, la verdad es que me sentí incómoda durante varios meses después. Nunca aceleré. Hice paradas completas y siempre usé mi señal de giro. Esperé en los cruces de peatones hasta que la luz se puso verde y ni siquiera consideré la posibilidad de cruzar la calle de manera imprudente.

No quería que nadie en el Departamento de Policia tuviera la menor excusa para multarme o arrestarme por algo.

Todo estuvo bien en el Centro hasta mediados de verano, cuando una mañana uno de los muchachos entró corriendo por la sala principal y salió por la parte de atrás. Salí desaforada de mi oficina para ver qué estaba pasando y casi choqué con un oficial policial que iba tras el chico. Permanecí frente a él mientras este se detenía.

Lo reproché por estar persiguiendo por todo el Centro y le dije que era bienvenido para realizar una visita, pero que en nuestro espacio estaba prohibido perseguir o arrestar.

Para entonces había perdido a quien fuera que estaba siguiendo, así que solo me gruñó y salió por la puerta principal.

Había una buena multitud allí ese día, más de veinte tipos. Primero rugieron de risa y luego me vitorearon nuevamente.

Esa historia circuló durante días, y los chicos que llegaron solo ocasionalmente vinieron a agradecerme. Algunos me dieron un abrazo.

Curiosamente, después de eso, el policía de la zona (no el que había estado persiguiendo a un cliente) llegó un día y dijo que le gustaría pasar por allá de vez en cuando. Dijo que no buscaría a nadie ni estaría allí para arrestar a nadie. Solo quería una presencia amistosa ocasional.

Casi me desmayo, pero decidí confiar en él. Le dije que estaba bien. Los muchachos no estaban muy contentos, pero, con el tiempo, llegaron a conocer a ese policía, quien fiel a su palabra nunca hizo pasar ningún mal rato a nadie cuando entró. Los muchachos se adaptaron e incluso descubrieron que podían conversar con él, realizarle preguntas

Una simple intervención en un terreno baldío y detener una persecución culminó en la construcción de un puente entre los chicos con los que trabajé y al menos un hombre, una pequeña pieza, del Departamento de Policía de Kansas City.

Nunca dudes que una pequeña acción puede tener un efecto profundo.