La última cara escondida del precio y nuestro mercado

Rogelio Manuel Díaz Moreno

HAVANA TIMES — En estos días hemos efectuado varios abordajes sobre el tema de los precios en los mercados y el poco poder adquisitivo de la mayoría de los clientes. En mi apreciación, ha faltado por reconocer un último y determinante factor en esta historia.

Como he reiterado en anteriores ocasiones, los pocos elementos de economía política clásica que conozco me parecen ampliamente suficientes para explicar los problemas de por acá. Los viejos Marx, Smith, Ricardo, explican perfectamente el carácter poco complejo del mercado cubano, sin esas complejidades financistas bursátiles que reinan en el mundo moderno. Acá se experimenta, simplemente, el mercado como espacio de intercambio de bienes equivalentes, aquellos trueques mercancía-dinero-mercancía.

Una archifamosa vedette ha permanecido ausente en esta historia. La Ley del Valor determina la formación de precios de las mercancías. Una mercancía no se puede vender por debajo de lo que costó producirla. Los gastos del productor primario y eslabones subsiguientes determinan el mínimo, al que hay que sumarle cierta ganancia, antes de comercializar razonablemente cualquier cosa.

Muchas personas, dentro de los idealismos socialistas, manifestaron en su momento poco afecto por esta ley, entre ellos Ernesto “Che” Guevara. Esta mala fama no melló la validez de esta ley, como no se perturban los efectos de la gravedad porque alguien crea que es solamente un constructo social.

Si vamos entonces a analizar el mercado agropecuario cubano y sus precios, hay que ver el costo primario de los productos. La primera pista la da el valor de la fuerza de trabajo que contrata el hacendado cubano contemporáneo. Los braceros carentes de tierras, que trabajan en las fincas de otros, cobran cerca de 80 pesos la jornada. Unos 22 días laborables mensuales representan un salario de 1760 pesos al mes.

No entro a debatir si es poco, o mucho. El hecho es que el mercado da ese valor a esa fuerza de trabajo. Dentro del espectro laboral, se supone que sea una de las más baratas, por su carácter poco calificado; dificultad de establecer alianzas de tipo sindical; la facilidad de los empleadores de aplicar mecanismos de coacción para aumentar la explotación, entre otros problemas. Así y todo, por menos de eso, los hacendados no encuentran personal dispuesto a doblar el lomo, al sol, en sus plantíos o con sus rebaños.

El gasto en salario es solo un componente para el hacendado. A esas cifras hay que sumar lo invertido en combustibles, semilla, fertilizante, pesticidas; si tuvo que emplear equipos como tractores, regadíos y demás. Después que el agricultor vende al primer intermediario, ocurren más gastos por embalajes del producto, transporte, su comercialización al consumidor final, etcétera. Estos insumos ya casi no cuentan con subsidios estatales, por lo tanto, tienen costos comparables a otros escenarios internacionales.

En general, muchos de los que trabajan en esa cadena consiguen ingresos mayores que los del bracero, “última carta de la baraja”. Hablamos aquí de cinco mil pesos, diez mil, quien sabe cuánto más. Los involucrados consideran que estas cifras los remuneran adecuadamente. Consideran que su esfuerzo e inversiones les hacen merecedores de poder comprar un automóvil, una vivienda, consumir bastante pacotilla, ir de vacaciones a un hotel. Con menos que esos ingresos, no pueden sufragarse sus aspiraciones.

Este sector cuenta con ingresos que pueden parecer escandalosos. Sin embargo, no tienen otras potestades que la que les han facilitado el famoso mercado y la Ley de la Oferta y la Demanda. Esas personas consideran que su gestión no vale menos que eso. Si nos ponemos a ver, es a lo que casi todo el mundo aspira. Es también a lo que compele toda la oferta mercantil, tanto del sector privado como la del mismísimo Estado. Y es comparable a lo que aspiran sus semejantes en otros escenarios internacionales.

Compárense esas sumas con el salario mensual promedio que declara la Oficina Nacional de Estadísticas. Quienes trabajan para el Estado reciben menos de 500 pesos al mes. La simple aritmética agropecuaria dice que insumos con precios comparables a los de otros países, más involucrados con aspiraciones de consumo comparables con las de otros países, dará precios comparables con los de otros países. Los que estamos jodidos, entonces, somos los que no recibimos salarios comparables con los de otros países, sino una miseria ahí para ir tirando. La gran mayoría de nosotros queda sentenciada a experimentar grandes dificultades para satisfacer necesidades básicas.

Estas simples realidades son imposibles de refutar, por su carácter material, objetivo. Aquellos que no tienen interés en su comprensión general, pueden hacer cuentos de hadas y promesas vacías. Muchas personas los creerán, porque necesitan esperanza y consuelo. Porque asimilar la dura realidad y proponerse transformarla es un duro empeño. La mezcla de malicia e ingenuidad ha servido para mantener obsoletas políticas estatistas, como también para vender el cuento del capitalismo salvador.

No existen soluciones reales dentro del esquema de contratación y explotación de fuerza laboral, ni por parte de los capitalistas particulares ni por los capitalistas del Estado. Una subida de salarios conduciría únicamente a la devaluación del dinero, dado que este refleja solamente el total de riqueza que se crea y no tiene valor en sí mismo. El problema puede agudizarse más todavía, porque por el momento los costos de educación y salud se pagan indirectamente por el aporte de toda la fuerza laboral nacional. Si esto último se modificara –si se cobra directamente– el costo de toda la fuerza de trabajo en el sector agropecuario se encarecerá, desde el peón hasta quien despacha en el mostrador, por la necesidad de cubrir aquellos flancos; y los precios seguirán su escalada.

El esquema estatal nos llevó al borde del abismo, según confesión del actual presidente Raúl Castro. Sería posible que un régimen capitalista “normal” nos condujera a través de algunas décadas de agudización de la explotación, desigualdades, conflictos sociales, etcétera. Que al final emergiera una sociedad con mayores riquezas, pero con clases bien diferenciadas, unas más pudientes; otras, definitivamente pauperizadas.

El problema de los precios justos y un decoroso bienestar para la sociedad en general, solo tiene solución dentro del marco de transformaciones revolucionarias de toda la nación. Los elementos clave pasan por la propiedad de la clase trabajadora sobre los medios de producción, la autonomía y democracia en la generación y distribución de las riquezas demandadas. Así se liberarán de las enajenantes relaciones de explotación, privadas o estatales. Se racionalizarán muchas estructuras intermedias que solo aportan a la multiplicación de los precios de los productos para recaudar más y mantener a las clases parásitas. Por ahí se encontrará finalmente el equilibrio entre ingresos, precios del mercado, y satisfacción de las necesidades individuales y sociales.

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