La última batalla de los veteranos de guerra de Cuba

Por Aurelio Pedroso (Progreso Semanal)

Foto: Progreso Semanal

HAVANA TIMES – De ese gran ejército de viejos o ancianos, uniformados con atuendos de la tercera edad, tal vez aquellos que llegaron a conocer el olor de la muerte en campos de batalla muy lejos de las fronteras patrias, sean los que encabecen la vanguardia de esa apreciable multitud que merece un mejor final, muy distante de ese privilegio general de salud gratuita y sepultura a muy bajo costo.

Todo tan organizado, porque en cada funeraria de la Isla se encuentra una bandera y una suerte de cojín rojo aterciopelado, donde los familiares depositarán, a modo de exposición, las condecoraciones militares encima del féretro de la víctima.

Por ley de vida, como suele decirse cuando no aparece otro mejor consuelo, son contados con los dedos de ambas manos aquellos que han logrado sobrevivir a sus méritos alcanzados antes de la Revolución de 1959. Así como no son muy numerosos los supervivientes que se la jugaron cuando la invasión por playa Girón y el enfrentamiento a las bandas insurgentes en las montañas del Escambray u otras en los primeros años de los 60.

Por tanto, si de veteranos de guerra hablamos, son aquellos jóvenes, que partieron básicamente hacia tierras africanas y que hoy día rondan las seis y siete décadas de vida con tantos achaques, dolencias y enfermedades crónicas como proyectiles salidos de sus fusiles de asalto. Esto, sin contar esos traumas que no se olvidan, que aparecen cuando ven a un niño jugar a la guerra o cuando le brindan una tasa de café e inconscientemente piensan que de ella pueden beber cuatro o cinco más.

La última batalla será en tierras nacionales, tal vez en el Parlamento en voz de un valiente diputado, pariente de uno de ellos, que lo solicite al Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.

Tal vez no sea el momento, podrán pensar algunos, pero me atrevo a asegurar que el grupo empresarial de las Fuerzas Armadas está en capacidad, al menos, para comenzar el estudio.

Si un profesional aumenta su salario en virtud de un doctorado, por ejemplo, un combatiente con condecoraciones alcanzadas por exponer su vida en remotas selvas o desiertos, deberá recibir una remuneración adicional, ahora que tiene un pie en cualesquiera de las colas o filas y el otro en el panteón destinado a sus compañeros ausentes.

Y que nadie se llame a engaños. Los primeros en partir algo allá antes de 1975 y un poco después hasta 1977 lo hicieron cuando no existían tales condecoraciones que hoy deben adquirir mayor valor moral y también económico para esos hombres casi olvidados, salvo cuando llega alguna fecha conmemorativa.

No pocos países veneran a sus veteranos. Rusia, que llevó a casa de empeño la hoz y el martillo, como aperos de labranza, y hasta el mismísimo imperio tan pródigo en acciones bélicas, les dispensan especial atención a esos hombres.

Un veterano de guerra en la Cuba de hoy merece mucho más que respeto. Algunos generales actuales eran niños cuando estos hombres defendían y morían por varias causas innecesarias de mencionar.

Clarísimo que ninguno de ellos fue a combatir por dinero, pero un arroz con medallas resulta un plato muy difícil de digerir.

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