La triste danza de La Habana, entre derrumbes y miseria

Iba entretenida, acababa de hacer una foto en la que se ve parte de un edificio destruido y en el fondo el reluciente oro de la cúpula del Capitolio. Foto: Adriana Normand.

Por Adriana Normand (El Toque) 

HAVANA TIMES – Hoy pasé por la esquina del hotel Saratoga por primera vez desde la explosión de mayo de 2022. Iba entretenida, acababa de hacer una foto en la que se ve parte de un edificio destruido y en el fondo el reluciente oro de la cúpula del Capitolio. Iba mirando cualquier cosa, pensaba en mis tareas del día, en la lluvia que podría sorprenderme sin sombrilla, en mis pies calzados con sandalias, listos para empaparse.

Anoche hubo otro derrumbe en La Habana Vieja. Es algo que se hace habitual cuando comienzan las lluvias, algo que nos pone a temblar a todos de solo pensar, además, en el terrible momento en que sale el sol y las paredes se rajan por el aumento de la temperatura.

Iba pensando en que parecía que el día iba a estar entre nublado y lluvioso todo el tiempo, miraba con recelo a los policías que se paran en las esquinas del Capitolio para que las personas no puedan atravesar los jardines que lo rodean, escuchaba audios de temas de trabajo y también algo de música cuando me vi de pronto y sin darme cuenta en la esquina diagonal al Saratoga.

No pude evitar llenarme de odio al mirarlo. Había intentado no pasar nunca más por allí y hasta hoy lo había conseguido. No pude evitar quedarme paralizada, imaginé el horror de aquel día de desgracia y lloré.

Mientras escribo aún están los bomberos buscando bajo los escombros del derrumbe en la calle Lamparilla. Hasta ahora hay varios lesionados y dos fallecidos; Yoandra Suárez López, una bombera de 40 años que entró en el lugar que luego volvió a colapsar con los rescatistas adentro, y Luis Alejandro Llerena Martínez, de 23 años. Mientras tanto, las autoridades lamentan un hecho tan doloroso, tanto como lamentaron la explosión del Saratoga y el incendio en los Supertanqueros de Matanzas. Pero de ahí no pasa.

Caminar por La Habana Vieja es una aventura hacia el horror. Las calles están llenas de basura y escombros, los edificios se depauperan cada día más, la gente se ve sucia y mal vestida, hambrienta y ansiosa. No es que en otros lugares no sea así. Estoy segura de que en la periferia deben verse situaciones de pobreza extrema peores, pero esta es La Habana que venden en los paquetes turísticos, la que está al margen de donde se construyen cada día más hoteles que quién sabe quién llenará algún día.

Trabajé diez años de vendedora en una Feria de Artesanía ubicada en el Centro Histórico. Allí aprendí y vi muchas cosas que tal vez nunca debía haber vivido, pero las llevo dentro como huellas del camino transitado.

He visto niños pedir dinero desde esa época, así que verlos multiplicados en las calles de ahora me sobrecoge y me encabrona. He visto discapacitados pidiendo dinero a los turistas; muchachitas de secundaria buscando un extranjero que les pague al menos un almuerzo; mujeres con sus bebés en brazos pidiendo limosna; un hombre que finge ser cojo y que luego sale caminando como Keizer Souza, el personaje de Kevin Spacey en Sospechosos habituales; una mujer que enseña su enorme vientre hinchado por un fibroma descomunal mientras pide dinero: «for my baby». He visto mucha miseria, pero aún no he logrado acostumbrarme a ella y pasar de largo.

Es por eso por lo que no entiendo a nuestros gobernantes, aunque hace mucho tiempo que pienso que este pueblo herido y hambriento no les importa para nada. Por favor, tendrían que tener al menos un poco de decencia, de empatía, reaccionar ante tanto dolor.

En los peores tiempos de los años noventa nunca estuvo cerrada la Casa del Agua. En ese pequeño oasis, al final de la calle Obispo, un vendedor sonriente cobraba un precio irrisorio por un vaso del líquido fresco para aliviar la sed. Cuando se devolvía el vaso vacío, él lo llenaba de nuevo y casi obligaba a beberlo. Tenía manos rápidas y agradable conversación. Hoy pasé también por delante de ese lugar y estaba cerrado. La Habana es un lugar cada vez con más sedientos. Cuba es un país cada vez con más sed, con más hambre, con más tristeza.

Mientras daba la espalda al Saratoga en la mañana y me acercaba al lugar donde una vez estuvo el Payret no podía dejar de preguntarme: ¿Cuántos derrumbes más habrá antes de que ocurra finalmente el necesario e impostergable GRAN DERRUMBE?

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