La pistola mal sacada de la Unión Europea

En Cuba los cambios son tan lentos, erráticos y marginales que no merecen aplausos

Haroldo Dilla Alfonso*

HAVANA TIMES — La reciente declaración de un alto funcionario de la Unión Europea de que se iba a dar “un paso adelante” en la revisión de las relaciones con Cuba (es decir, revisar de alguna manera la Posición Común) tras los cambios positivos que han sucedido en la Isla de la mano de Raúl Castro, me parece un ejemplo de inconsistencia política.

O si se quiere, de lo peligroso que resulta sacar una pistola en medio de una trifulca si uno no está decidido a usarla.

En lo personal estoy en contra de la Posición Común. No porque haya sido particularmente gravosa. Es más bien como un pas de deux diplomático con que los europeos —aterrados con las pateras de africanos y con sus crisis financieras recurrentes— decidieron complacer las presiones del Partido Popular y regañar a Cuba.

Tampoco estoy en contra porque padezca de esa enfermedad decimonónica que se llama nacionalismo: hace tiempo adopté la decisión de que mi patria iba a ser aquel lugar donde tuviera mi laptop. Pero estoy en contra de cualquier política de exclusión contra el Estado cubano, más aún si se adopta con los consabidos raseros desiguales de la política noratlántica.

En el primer sentido, lo que la vida nos enseña es que la élite política cubana sabe como lanzar encima de la gente cualquier efecto negativo de sanciones y exclusiones, y luego poner a todo el mundo a llorar sobre los efectos de la perfidia imperialista.

Y además, toda solución política que se cocina encima de una presión extraterritorial termina escondiendo frustraciones y resentimientos que —como todo lo reprimido— erupciona respuestas políticas emocionales altamente destructivas. Justo lo que no necesitamos en Cuba.

Pero además, aquí también hay una nota de pérfida inequidad, cuando se penaliza al débil por el mismo pecado que se ignora en el fuerte.

La Unión Europea —como Estados Unidos— tiene aliados y medio amigos con los cuales yo evitaría tomarme un café. Pero sea porque tienen petróleo —el caso saudita—, porque son piezas geopolíticas claves —el caso israelí— o simplemente porque son acreedores —el caso de China—, no hay para ellos ni embargo, ni posición común, ni siquiera una muequita de desagrado.

Por todo esto estoy en contra de la Posición Común. Pero considero que decir a estas alturas que se va a cambiar saludando los pasos positivos del Gobierno cubano me parece un cuento apto para los hermanitos de Bambi.

Porque en Cuba los cambios son tan lentos, erráticos y marginales que no creo merezcan aplausos. Y el país sigue postrado económicamente, su sociedad sigue privada de sus derechos civiles y políticos más elementales, y la política controlada por una élite de militares, burócratas ateridos y tecnócratas aburguesados a quienes nadie ha elegido y quienes nunca rinden cuenta.

Los cubanos migrantes siguen privados de sus derechos ciudadanos y obligados a pedir permiso para visitar la tierra en que nacieron y que en alguna medida sostienen con sus remesas y pagos.

Repito, si hubieran pedido excusas por haber sacado una pistola que no sabían usar, o si dijeran que todo esto es para cuidar el pellejo de Carromero, el representante más oneroso que nos ha enviado la derecha española, tendríamos que entenderlo. Y yo personalmente hubiera aplaudido por el despliegue de sinceridad.

Pero decir que las cosas mejoran hacia adelante es, en el mejor de los casos, el tipo de ignorancia que no releva de responsabilidades.
—–
(*) Publicado originalmente en Cubaencuentro.com.

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