La pérdida del arribo de cruceros es una victoria para Cuba

Por Michael Ritchie

Foto de Constantino Arias titulada Americano feo (Ugly American), que muestra a un turista de la era de Batista a fines de la década de 1940, en La Habana, Cuba.

HAVANA TIMES – Escribo esto como uno de los perdedores en la Gran Batalla de los Cruceros en mi pueblo natal de Key West, en la Florida, la ciudad hermana de La Habana, por el norte. He sido testigo de primera mano de la destrucción implícita de esta isla paradisíaca, que alguna vez fue pacífica (aunque algo peculiar) en la estela turbulenta de los cruceros.

Cuando, hace más de una década, representantes de la industria de los cruceros se acercaron a la directiva de la ciudad de Key West, prometieron una victoria de bajo impacto y alto beneficio para la Isla. “Y lo más probablemente es que no habrá más de uno o dos barcos a la semana”, dijeron entonces.

Dinero fácil.

Bueno, esa una o dos embarcaciones por semana creció casi de la noche a la mañana a cinco semanales, luego diez y … bueno, todavía está incrementándose.

Cada uno de esos buques arrojó de mil 500 a tres mil personas hacia nuestras diminutas calles, obstruyendo el tráfico peatonal y vehicular. Incluso querían dragar nuestro puerto para albergar algunos cruceros aún más grandes que transportaban hasta cinco mil turistas. Un referéndum de residentes locales rechazó ese plan en más del 70 por ciento. No se puede negar, esos barcos de mayores dimensiones ahora están apareciendo de todos modos. Imagínense.

Muy pronto se hizo evidente para muchos habitantes que la ciudad había cometido un error al permitir la entrada de cruceros en nuestro pequeño puerto. Ellos protestaron levemente. Como periodista, yo protesté en voz alta. Pero para cuando hablamos, algunos comerciantes ya estaban ganando mucho dinero con los barcos. Eran muy pocos, sin embargo.

Usted verá, los pasajeros de cruceros son notoriamente, pues, tacaños. No se alojan en hoteles. No comen en muchos restaurantes. Y la mercancía que compran es poca, generalmente una copita y un imán de refrigerador.

Pero los pocos comerciantes que ganaban dinero tenían las voces más altas. De hecho, algunos de ellos eran miembros de la directiva de la ciudad, los mismos que controlan la cuestión de los cruceros.

A algunos le hicieron regalos de viajes gratuitos anuales en esos navíos. Así que adivina cómo votaban cada vez que surgía alguna objeción a los cruceros.

Los cruceros son como el cáncer, una vez que se afianzan, hacen metástasis hasta que el anfitrión se siente abrumado y consumido, que es justamente lo que le sucedió a Key West.

Mi tranquila isla estaba perdida, irremediablemente perdida.

Para el 2014 comencé a pasar la mayor parte de mi tiempo libre en La Habana. Encontré a la gente cálida y acogedora, amable, y además llena de vida. Y aunque la ciudad había sufrido deterioro a lo largo de los años, todavía ofrecía algunas de las arquitecturas coloniales españolas más bellas del mundo. Verdaderamente la Perla del Caribe.

La Habana fue un sueño hecho realidad para un historiador de la Revolución cubana, impregnado de una historia rica y orgullosa. Pasé horas interminables en el Museo de la Revolución y la impresionante Plaza de la Revolución.

Quería que mi relación con Cuba fuera permanente de una manera o de otra.

Luego, a principios de 2016, escuché la noticia de que los gobiernos de los Estados Unidos y Cuba habían acordado permitir el acceso de los cruceros a puertos de Cuba.

El crucero Adonia, de la corporacipon Carnival, llegó a la Habana el 2 de mayo de 2016, con su capacidad de 700 pasajeros.

Estuve allí, en el jardín del hotel Nacional, mirando al Malecón y al Golfo adyacente, esa fatídica mañana cuando llegó la primera nave. Mi corazón se encogió. Sabía que todo lo que había llegado a amar sería destruido, como tantos puertos de destino desde Key West hasta Venecia.

La resistencia fue inútil, aunque intenté de manera desesperada acercarme a los líderes cubanos a través de Twitter, instándolos a negar el acceso a los puertos cubanos. Pero el genio ya estaba fuera de la lámpara. Ya el número de líneas de cruceros que solicitaban acceso estaba aumentando exponencialmente. La Habana Vieja ya se estaba congestionando con estos viajeros.

Uno de mis grandes placeres era relajarme en el bar Vista del Golfo, en el anteriormente mencionado hotel Nacional. Este era pura elegancia con caballerosos cantineros y músicos ambulantes. [Aunque me sentí como en casa cuando visité un pequeño restaurante familiar llamado Wakamba, ubicado a solo un par de manzanas de La Rampa].

Todo eso cambió con la llegada de los barcos y los autobuses de Transtur. Cada una hora, los grupos empezaron a interrumpir la tranquilidad del bar Vista… con grupos de turistas estadounidenses que se movían de manera ruidosa, agitando los vasos por un mojito gratuito que les había prometido el grupo de los guías turísticos. Pequeñas propinas para mi buen amigo y camarero Angelito.

Todo había terminado.

EL GANADOR

El martes 4 de junio de este año llegaron las mejores noticias. Los imperialistas yanquis ordenaban que las líneas de cruceros estuvieran fuera de las aguas y puertos cubanos.

Ahora hay quienes no estarán de acuerdo con mi celebración en la cancelación de todas esas vacas lecheras. Lo que trae la parte GANADORA de esta pieza [¡Tomó el tiempo suficiente!].

El hecho es que los cruceros no son un turismo sostenible. Provocan más daño que perjuicio a una comunidad y estado. Como dijo Fidel en respuesta a las palabras “recubiertas de miel” del presidente Obama: “No necesitamos ningún regalo del Imperio”.

Los que viajan en los cruceros son, en su mayoría, groseros y exigentes. Obstruyen las pintorescas calles de La Habana con miles de turistas ruidosos y agresivos que buscan gastar solo en artículos valorados en uno o menos CUC.

Se quedan solo unas pocas horas y no se alojan en hoteles, ni en Airbnb ni en casas particulares. No gastan dinero en los nuevos paladares (las comidas están incluidas en el barco). Causan gran impacto en el inestable sistema de alcantarillado de La Habana. (Si eres habanero, no es necesario que explique el delicado estado del saneamiento en la urbe).

Los cubanos que trabajan en las tiendas y la industria de servicios están estresados ​​y rápidamente se resienten con el abrumador número de extranjeros que no hablan español, pero exigen un servicio instantáneo. El pueblo cubano no necesita estrés.

Estas son personas que no saben nada de la rica historia de Cuba ni de sus residentes.

En resumen, los embarcadores de cruceros son, de nuevo, en su mayor parte, los “estadounidenses feos” por excelencia (como se muestra en la imagen).

Una vez más, cito al jefe Fidel y su respuesta cuando se acercó una línea de cruceros italiana en 2008: “Estos son hoteles flotantes, restaurantes flotantes, teatros flotantes, diversión flotante, visitan los países para dejar su basura, las latas vacías y papeles por unos pocos centavos miserables “. De hecho, agregó más, en ese momento: “Cuba nunca aceptará cruceros”.

De hecho, la línea Cruceros Carnival recientemente se declaró culpable de tirar miles de galones de plástico y aguas grises (aguas residuales) en los puertos del mundo.

Sí, este cambio de circunstancia es una victoria para Cuba. Cuba no necesita (o quiere) cruceros.

Cuba sí necesita turistas de calidad, incluidos los estadounidenses no “feos”, que gastan dinero real y pasan tiempo de calidad con el pueblo cubano. Eso será un verdadero triunfo.

Este ruido de la guerra fría terminará pronto. Los Estados Unidos renovarán las relaciones con Cuba. Solo se debe esperar que el Gobierno cubano lo piense dos veces antes invitar a los cruceros a regresar.

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