La izquierda híbrida latinoamericana

El presidente de Argentina, Alberto Fernandez (d), recibe al presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, en el inicio de la cumbre de la Celac de 2023, en Buenos Aires (Argentina). (EFE/Matías Martín Campaya)

En el continente americano, todavía le falta mucho a esta corriente para ser una fuerza democráticamente adulta

Por Yunior García Aguilera (14ymedio)

HAVANA TIMES – Durante la Guerra Fría, Latinoamérica fue, más bien, una zona caliente. Es innegable que casi todos los países del área sufrieron dictaduras de extrema derecha y tampoco puede ocultarse el apoyo de Estados Unidos a estos regímenes. El miedo a los tentáculos soviéticos era real y Cuba bastaba como prueba, con una crisis de misiles que casi nos extermina a todos.

Pero Fidel Castro también usaría el miedo como discurso permanente, gobernando a punta de fusiles y desplegando una feroz campaña propagandística para seducir a los fanáticos de las revoluciones violentas.

La izquierda saldría de su primera adolescencia sin mostrarse ni tan marxista ni tan revoltosa. Estados Unidos bajó el tono y se volvió más tolerante, principalmente después del desplome de la URSS. Los zurdos latinoamericanos podrían entonces llegar al poder con votos y no con balas.

Así emergió la Marea Rosa, con su ramillete de figuras entusiastas. El grupo surfeó con éxito durante un tiempo, incrementando el gasto social y logrando reducir la pobreza. Aunque, en realidad, la suerte inicial fue posible gracias al incremento de los precios del petróleo y otras materias primas.

Luego vendría la debacle: escándalos de corrupción, inflación, retorno a la pobreza y derrotas electorales. Solo que algunos líderes no estarían dispuestos a ceder el poder tan fácilmente. Hoy Latinoamérica sufre tres dictaduras: todas de extrema izquierda.

Algunos analistas hablan de una nueva Marea Rosa tras las victorias de López Obrador, Fernández, Boric y Petro, sumadas al renacimiento de Lula. Y aunque es cierto que las economías más grandes de la región están gobernadas por líderes progresistas, el contexto es muy diferente. El mundo todavía no se recupera del impacto de la pandemia y la invasión de Putin lo ha trastornado todo.

Como la guerra, esta marea es, más bien, híbrida. Sus protagonistas han manifestado abiertamente sus diferencias con respecto a Rusia y han evidenciado sus matices sobre el triángulo de la tristeza (Cuba-Venezuela-Nicaragua).

Boric, por ejemplo, ha criticado duramente a los tres regímenes. Ha dicho que es inaceptable la situación de los presos de conciencia cubanos, ha instado a Maduro a realizar elecciones realmente democráticas para 2024 y ha llamado dictador a Ortega. El chileno, además, ha calificado a Putin como un autócrata que está realizando una guerra de agresión y no, como afirma la propaganda rusa, una «operación militar especial».

Por su parte, Gustavo Petro, el primer presidente izquierdista de Colombia, ha sido mucho más ambiguo sobre el tema de Ucrania y se negó a enviarles el armamento ruso que posee, decisión que fue aplaudida desde Moscú.

Aunque Petro intentó guardar distancia con sus vecinos autoritarios durante su campaña, para nadie es un secreto su inclinación en favor del castrochavismo. Con Nicaragua el asunto es más delicado, en parte por un litigio territorial entre ambas naciones y también porque la decisión de Ortega de desterrar a más de 300 nicaragüenses es absolutamente indefendible.

Para el presidente de Argentina, Alberto Fernández, Cuba y el bloqueo siempre serán parte de la misma frase, ya que él «no está enterado de la represión en la Isla». En la reciente cumbre de la Celac, afirmó que todos los allí presentes habían sido elegidos por sus pueblos y dijo que Maduro estaba «más que invitado». Sin embargo, el heredero de Chávez canceló su viaje a última hora. No quiso correr riesgos, ya que existe una recompensa de 15 millones de dólares para quien facilite su captura internacional. Con respecto a Ortega, el camaleón argentino también se ha visto forzado a condenarlo tras su última extravagancia tiránica.

Para el presidente de México, el castro-ortega-chavismo es tan inocente como cantar Las Mañanitas. López Obrador saboteó la Cumbre de las Américas cuando Biden no quiso invitar al triunvirato, mantuvo relaciones con Maduro mientras 60 países reconocían a Guaidó y entregó al dictadorzuelo cubano la orden del Águila Azteca. Pero con Ortega, otra vez, El Peje mexicano también ha matizado su radicalismo. Hace pocos días reveló una carta que le envió en diciembre al ex guerrillero-dictador, solicitándole la liberación de la opositora Dora María Téllez.

Lula ha sido un defensor ferviente del castrismo, llegando a afirmar que Cuba tendría los mismos estándares de Noruega o Dinamarca si no fuera por el embargo. El renacido también se niega a entregarle armas a Zelenski y ha propuesto una tercera vía para una solución dialogada, liderada nada más y nada menos, que por China.

Como vemos, la izquierda híbrida latinoamericana ya no es adolescente, pero todavía falta mucho para que llegue a ser democráticamente adulta.

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