José Martí en la Venezuela de María Corina Machado
Por Vicente Morín Aguado
HAVANA TIMES – Millones de visitantes han visto a José Martí, su pecho ofrecido a las balas, jinete de un caballo con las patas delanteras en alto, símbolo de la muerte, última figura ecuestre esculpida por la estadounidense Anna Hyatt Huntington, encargada por el gobierno de Cuba para el pueblo de los Estados Unidos, plantado en el lado sur del Parque Central de Nueva York.
Al pasar frente a la imponente escultura, el visitante puede leer la siguiente inscripción, incrustada sobre granito negro:
“José Martí: apóstol de la independencia / de Cuba guía de los pueblos / americanos y paladín de la / dignidad humana su genio / literario rivaliza con su / clarividencia política nació / en Habana el 28 de enero de / 1853. Vivió quince años de su / destierro en la ciudad de Nueva York / murió en el combate de / Dos Rios provincia de Oriente / el 19 de mayo de 1895”.
El único episodio de violencia debido a su voluntad, impuesto por los modales del siglo XIX, era tan extraño a la conducta de un poeta, que Rubén Darío, al conocer el sacrificio, exclamó: ¡Maestro, qué has hecho!
La frase, de poeta a poeta, tenía sus antecedentes en la trayectoria del bardo cubano, fundador junto a su émulo nicaragüense del Modernismo. Un año después de desembarcar Martí en Manhattan, el 10 de enero de 1881, la Revista Ilustrada de Nueva York, publica su Nuestra América, donde se adelantó a la epopeya de María Corina Machado al escribir:
“Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados”.
Suele citarse a Martí como si fuera un profeta bíblico, sin embargo, la frase antes copiada no es el resultado de una selección ocasional para apoyar un discurso, expresa un ideal político porque palabra a palabra, concepto a concepto, cuadra con la estrategia de la oposición venezolana frente a la dictadura de Nicolás Maduro, devenida en tiranía ya en su fase final autodestructiva.
La idea enérgica, probar el fraude electoral de cuya ejecución se sabía de antemano. Flameada a tiempo ante el mundo porque en menos de 24 horas se presentaron copias fidedignas de las actas, en cantidad suficiente para validar de forma irrefutable la voluntad popular al elegir a Edmundo Gonzáles Urrutia, a la vez que esas pruebas están a la vista de cuantas personas, dentro y fuera del país, deseen consultarlas.
En cuanto a la bandera mística, miles de venezolanos han convertido en símbolo de sus reclamos de respeto a la soberanía popular una ceremonia peculiar: elevar al cielo en los parques de las ciudades, rosarios, rezando plegarias por la paz y la concordia nacional.
Sobre el escuadrón de acorazados, cualquier semejanza con la banda criminal que se ha apoderado del país, no es simple coincidencia, es un símil elocuente.
La idea martiana constituye uno de los pilares de lo que se ha dado en llamar “Una fuerza más poderosa”, título de un conjunto de publicaciones patrocinadas por The International Center on Nonviolent Conflict (ICNC), www.nonviolent-conflict.org cuya ejecutoria resume la experiencia histórica de luchas no violentas en el mundo.
Una serie de seis documentales, libros y otros materiales publicados por el centro de referencia, relatan entre otros casos, la independencia de la India, el fin del Apartheid en Sudáfrica, la lucha por los derechos civiles contra el racismo en Estados Unidos, la resistencia de los daneses a la ocupación hitleriana, el ocaso del comunismo totalitario en Polonia y el tránsito a la democracia en Chile.
José Martí vivió seis meses de su corta vida en Caracas, a donde llegó procedente de Nueva York el 21 de enero de 1881. Un amigo exiliado en la Gran Manzana, Nicanor Bolet Peraza, le había advertido sobre el autoritarismo reinante en su país, gobernado por Antonio Guzmán Blanco.
Pudo más el deseo de encontrarse con Bolívar y su gente, recibido el cubano con inusual aprecio por la intelectualidad caraqueña a pesar de sus escasos 28 años. Desde un balcón de la ciudad, pronunció Martí un discurso interrumpido muchas veces con aplausos, donde parecía estar retratando el día de hoy:
“Caracas, la capital de la República, la Jerusalén de los sudamericanos, la cuna del continente libre, donde Andrés Bello, un Virgilio, estudió; donde Bolívar, un Júpiter, nació; donde crecen a Ia vez el mirto de los poetas y el laurel de los guerreros, donde se ha pensado todo lo que es grande y se ha sufrido todo lo que es terrible; donde la Libertad, de tanto haber luchado allí, se envuelve en un manto teñido en su propia sangre”.
Sin embargo, el cuadro histórico no le hace equivocar el rumbo al visitante, porque aquel 21 de marzo de 1881, el joven cubano advierte a los presentes: “a pedir vengo a los hijos de Bolívar un puesto en la milicia de la paz”.
El choque inevitable con el dictador llegó pronto, cuando siendo ya periodista y maestro en la capital venezolana, visitó en un par de ocasiones al veterano educador Cecilio Acosta, renombrado en los medios docentes “filósofo forjador de conciencias”.
Cecilio Acosta era la personificación del apostolado martiano por la libertad, emblemático opositor a Guzmán Blanco, una de cuyas estatuas, erigidas sin pudor alguno por orden del autócrata, recibía en voz baja el mote popular de “El manganzón”, cuyo significado es personaje enriquecido sin trabajar.
La repentina muerte del veterano disidente motivó un artículo firmado por Martí, elogio público de las virtudes ciudadanas de Acosta. La respuesta del dictador fue exigir al cubano una retractación pública de lo escrito o abandonar el país.
A punto de tomar el barco de regreso a Los Estados Unidos debido a rechazar el chantaje de Guzmán Blanco, Martí escribe al director del periódico La Opinión Nacional de Caracas, Fausto Teodoro Aldrey: “Deme Venezuela en qué servirla: ella tiene en mí un hijo”.
Magnífico artículo. GRACIAS.