Japoneses en Cuba, una verdadera excepción

Vicente Morín Aguado

Turista en La Habana.

HAVANA TIMES — Hay calles y esquinas en La Habana que tienden a la confusión, porque esta ciudad es reflejo de un país dónde los límites no están claramente definidos. La cultura es un crisol y las direcciones igualmente.

Por ejemplo, en la muy concurrida confluencia de Belascoaín y Carlos III, nos encontramos  los nombres oficiales de estas calles, que son “Padre Varela” y “Salvador Allende”, respectivamente. Si avanzamos hacia La Habana Vieja, entonces la calzada cambia y se llamará popularmente Reina, en tanto puede leerse en las fachadas de los edificios “Simón Bolívar”.

El día de mi narración, una pareja de japoneses chequeaba su pequeño mapa, mirando los esperados nombres de calles en la altura de los edificios o junto al piso, dónde a veces unos cuadrados de piedra, llamados “mojones”, identifican el camino.

Para ellos era imposible encontrar el rumbo y entonces les pregunté, con un inglés sencillo, si necesitaban información. Contestaron a duras penas, porque muy poco sabían de la lengua de Shakespeare, aunque siempre la gestualidad ayuda en momentos difíciles.

Finalmente les indiqué el regreso hasta el hotel Inglaterra, cercano al Parque Central, en la frontera divisoria entre Centro Habana y La Habana Vieja. Llegaron bien, pues regresando de mis clases de historia para adultos, los vi nuevamente en los portales del hotel, tomándose un “Mojito Cubano”.

Me saludaron al instante, cosa poco propia de los circunspectos japoneses, invitándome a compartir la mesa. Conversamos cortos, dado los lenguajes, pero dejaron clara su intención de comer en algún restaurante.

Me pareció bueno el Barrio chino, cercano, no muy caro y tampoco exclusivamente “chino”, porque cómo dije antes, nada lo es en mi patria.

Entonces comenzó la gran experiencia, cuando las palabras faltan y las imágenes son la mejor forma de expresión. Querían comida cubana, nada de tradiciones asiáticas. La mujer sacó de su bolso un librito, Guía de turistas para japoneses en Cuba,el cual me dejó estupefacto.

Todo eran imágenes. Desde jugadores de baseball, cubanos famosos, como Linares o Kindelán, hasta los sabrosos “Tamales”, hechos con harina de maíz tierno, algo de sazón y un pequeño relleno de carne; conjunto finalmente hervido con las hojas de las mazorcas como envoltura.

Aquel librito me hizo conocer mejor a los japoneses. Todo era expresado en figuras, acompañadas por sus para mí incomprensibles Kanjis, algo de inglés e igualmente de español. Así nos comunicábamos: muchos gestos, indicaciones hacia los graciosos “muñequitos” en el libro y algunas palabras.

La comida fue agradable. Recuerdo que de chino muy poco sabían, pues era finales de diciembre y solamente pudieron descifrar un almanaque que desde la pared anunciaba el “Año Nuevo”. Lamentablemente, de la cultura japonesa hay muy poco turístico en Cuba.

Regresamos al hotel, caminando lentamente, como a ellos les cuadra, para finalmente despedirnos frente al elevador. Aquí cometí el error que jamás olvidaré: Me ofrecían  un pequeño regalo, en tanto para agradecerles, intento un abrazo con beso en la mejilla incluido, común entre cubanos.

La mujer por poco choca con la pared en su “recular” evitando el contacto. Yo me disculpé, aceptando el Presente y repitiendo, incontables veces, “gracias, muchas gracias”.

Sólo recuerdo que eran de Kyoto, ciudad sagrada por la presencia de su emperador, además de los templos budistas, sin olvidar a Yukio Mishima y su admirable “Pabellón de Oro”.

Regresando a casa, busqué en mi bolso los regalos, un tanto pesados y voluminosos. La curiosidad “mata” al hombre, o a la mujer, independientemente de los géneros. Se trataba de libros, todos escritos en el lenguaje de los dibujos; muñequitos, al decir de los cubanos.

Habían Supermanes japoneses, niños capaces de las ingenuas travesuras de la edad y el país, así como infinidad de judokas, karatekas o cultores de otras artes marciales.

Si yo fuera Chanpollion o alguno de sus émulos, intentaría combinar Kanjis y figuras, buscando un significado, para aprender un poquito del japonés, pero no tengo paciencia para ello.

Prefiero recordarlos como buenas personas, capaces de un gesto excepcional, nada común en las lejanas tierras del “Sol Naciente”, célebres por su cultura milenaria, que entre otras cosas cultiva el distanciamiento y la circunspección como normas de vida.

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