Jane, la americana bonita

Historietas de turistas

Vicente Morín Aguado

Foto: Caridad

HAVANA TIMES — Alta, desgarbada, con rostro de muñeca hollywoodense, únicamente su andar de prisa, cuando estaba sola, le restaba algo de prestancia a Jane, “la americana bonita”, como al final le bautizamos mi esposa y yo, luego de estimarla en lo mucho que valía como persona y sentir un tanto su frustración al irse de Cuba.

Cuando conocí a Jane, visitaba nuestro país por primera vez, acompañada de su madre. Al ser maestra del sistema de educación bilingüe en California, nos resultó cómoda la conversación. Ella todo lo preguntaba con el mayor alborozo, sin mostrar complejo alguno, lo que era muy grato para mí. Unos días después regresó a Estados Unidos con la promesa de volver pronto y así fue.

Yo desconocía el trasfondo de su interés especial por Cuba, aparte del acercamiento cultural que le entusiasmaba tanto. Inclusive, para mayor confusión, volvió acompañada de un amigo a quien consideré su compañero sentimental.

La verdad era otra y fue revelándose en los días siguientes. Jane cumplió con la promesa de traerme unas revistas Newsweek, que precisamente me entregó el novio aparente, a quien no volví a ver jamás.

Entonces apareció el hombre de nuestra historia, tan alto y desgarbado como Jane, músico según su propio decir, quien, de inmediato, mostró a las claras que él era la razón de la presencia de la americana bonita en La Habana.

No puedo decir que Ormari se mostrara maleducado o impertinente conmigo, también yo mantuve una cordial distancia, en mi papel de amigo anterior a su presencia, además de compañero escogido para los momentos culturales de cada día, según los requerimientos de la cariñosa maestra californiana.

Realmente ella era de origen filipino, razón de su bien pronunciado español, aprendido por influencia paterna, con una madre de apellido alemán. Vivía en Fountain Valley, pequeño pueblo rodeado de campos cultivados con fresas, cercano a San Diego, al sur del estado conocido como el más rico y poblado de la unión americana.

Visitamos casi todos los museos de La Habana, entre ellos el De la Danza, patrocinado por el Ballet Nacional de Cuba, sitio que despertó especial interés en la estadounidense.

No faltó el encuentro con “Fresa y Chocolate”, con fotos incluidas dentro del recinto de la heladería Coppelia. El cubano y su novia comieron en mi humilde cuarto de Centro Habana y yo también compartí la mesa en casa de Ormari, otra habitación sencilla de la Habana Vieja.

Foto: Caridad

Lo controvertido del caso es que nunca escuché cantar el “enamorado” y tampoco vi en parte alguna relacionada con su persona, un instrumento musical. Incrementando las sospechas acerca de la autenticidad del “músico”, al caer la tarde era frecuente encontrarlo junto a otros amigos, Jane por medio billetera en mano, tomando Mojitos en los bares de la calle Obispo.

A veces coincidíamos porque la americana insistía en mi presencia, cosa que verdaderamente  me contrariaba. Ella mantenía una conversación propia conmigo, lejos de los chistes y risotadas propias de Ormari y sus amigotes, concentrados en llevar la cuenta de los cócteles pedidos, marcando el número con señas encubiertas, dirigidas al cantinero de turno. Jane no podía entender lo que pasaba, yo sí, pero estaba destinado por la situación a callar el atropello.

Cada Mojito servido era un Dólar viajando a escondidas hacia el bolsillo del hombre a quien Jane había escogido como posible compañero de su vida futura. Conversé el asunto con mi esposa, además de las otras observaciones, llegando a la tentación de alertar a nuestra amiga sobre la realidad: Ella está muy enamorada–me aconsejó–no está a tiempo de entender y finalmente quedaremos mal nosotros. Ella se va y él se queda.

Jane estuvo largo tiempo en Cuba, luego regresó y prometió volver una vez más. Felizmente no lo hizo. Creo que al final, reflexionando en una playa de la costa del Pacífico, encontró las claves del problema: no había música y mucho menos amor.

Andando el tiempo, Ormari me pasó por el lado, Malecón rumbo a La Punta, acompañado de otra alta y bella mujer, de inconfundible apariencia anglosajona. Ninguno de los dos hizo el menor gesto de saludo o identificación.

Cuando transcurría la historia que les cuento, no había servicio público de Email en La Habana.  Debí acudir al correo tradicional para enviarle un mensaje de fin de año. Compré una postal con la reproducción de uno de esos paisajes magistrales, imaginados y pintados meticulosamente por Tomás Sánchez, quien todavía gozaba de reconocimiento oficial en nuestro país.

Estaba el inmenso mar y una pequeña islita verde en el centro. Jane se alegró mucho al recibir mi tarjeta, pero yo sentí una de esas penas profundas que jamás pueden olvidarse, cuando leí su respuesta:

Querido Vicente, mucho te agradezco la postal, muy sugerente para mí. Aunque te recuerdo con mucho cariño, ojalá encuentres la forma de venir acá, porque yo, por más que quiera, jamás volveré allá. Creo tener la respuesta, pero, por favor, ¿Por qué no me advertiste?
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Vicente Morín Aguado: [email protected]

3 thoughts on “Jane, la americana bonita

  • Espero no se sienta mal por lo que le paso a Jane , dice un dicho “no hay peor ciego que el que no quiere ver”, El encanto de los cubanos es bien conocido internacionalmente , ella, no lo dudo fue feliz el tiempo que pudo , y no se me hace justo que le pregunte por que no le advirtio. Hombres y mujeres que toman ventaja de uno existen en todo el mundo la pregunta es …Habra gente que se resista a el encanto de los cubanos ? Saludos.

  • Bueno, Vicente, aquí pecaste por omisión. Le dejaste el camino libre al aprovechador. Si la yanki analiza bien a fondo, creo que también comenzará a desconfiar de los “amigos cubanos”.

  • Vicente> Lo mas importante que surge al leer tu experiencia con “Jane la americana bonita”, son tus principios y los de tu companera, que no es otra cosa que la formacion que tenemos una parte de nuestro gran pueblo cubano, de lo cual me enorgullezco. Soy una persona de mas de 70 anos y hace mucho que vivo en USA, aunque al menos una vez al ano no dejo de viajar a mis raices y mantener el contacto con su pueblo, aunque resulte que ya casi no tengo familia alli. Te felicito por tus criterios, pero pienso al igual que tu pareja, que no te hubiera quedado muy bien alertar a Jane. Ella ahora te lo reprocha, pero en su momento quizas no te hubiera entendido.

    Por otra parte la mujer formada aqui tiene sus caracteristicas; generalmente se vuelven muy independientes y cuando se enamoran rompen los limites y viven intensamente lo que se llama “un affaire”, algo asi que traducido seria: una intensa y pasajera aventura. Es parte intrinseca de la cultura norteamericana. Como epilogo, se acaba “el affaire” y calabaza, calabaza, cada uno paraa su casa y aqui no ha pasado nada, solo un recuerdo, que nadie garantiza que no se repita de nuevo.

    Los cubanos somos mas pasionales, mas intensos. Un saludo desde USA.

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