Habemus Constitución en Cuba

Por Alejandro Langape

Foto: Juan Suárez

HAVANA TIMES – Pues sí, este lunes, poco después de las tres de la tarde, Alina Balseiro, presidenta de la Comisión Electoral Nacional, daba a conocer los resultados preliminares del Referendo Constitucional desarrollado este 24 de febrero, con lo cual otorgaban una cómoda victoria al Sí, lo que implica que Cuba tendrá, en breve, una nueva Carta Magna.

Desde luego, ante esas declaraciones no se hicieron esperar las respuestas de propulsores del sí o del no en múltiples espacios. Obviamente, con matices significativos entre una y otra postura.

La campaña por el sí en los medios audiovisuales fue intensa, y llegó a fatigar a radioescuchas y televidentes, constantemente bombardeados por cortes en los que figuras de la Cultura, el Deporte o simples trabajadores exponían argumentos para apoyar esa opción y sin demasiadas referencias a lo que podría ocurrir en caso de que la propuesta constitucional no fuese aprobada.

En cambio, los propulsores del no hubieron de refugiarse en el ciberespacio, en esa nueva fuerza que son las redes sociales y, si bien es cierto que allí muchos de los detractores del proyecto constitucional pudieron exponer abiertamente sus reparos, también lo es que no todos los cubanos acceden por igual a las nuevas tecnologías y, por ende, sus posibilidades de conocer información diferente a la aportada por los medios de prensa, digamos que tradicionales (cien por ciento al servicio de los intereses del Gobierno cubano) se ve limitada.

Varias cosas quiero destacar antes de analizar el baile de cifras preliminares dadas a conocer por Balseiro.

En primer lugar, el hecho de que los procesos de votación en Cuba siguen anclados en el siglo XX. Se anunció en varios espacios que estaban llamados a votar poco más de ocho millones de cubanos, sin embargo, la lista actualizada consta de 9 298 277 electores, una diferencia que hace pensar que el padrón electoral no fue debidamente confeccionado.

El cubano que acudió a las urnas este domingo pudo constatar esta deficiencia en sus circunscripciones, donde la relación de electores sigue siendo una lista impresa muchas veces desfasada en el tiempo y en la que en no pocas ocasiones no aparecían registrados los nombres de determinadas personas (puedo dar fe de al menos de tres casos de votantes cuyos nombres no constaban en la lista, pese a residir en la zona comprendida por la circunscripción electoral).

Increíblemente, no existe en cada colegio un registro electrónico ni este tipo de medios que evitaran a los votantes largas esperas en tanto los encargados de la mesa realizan consultas telefónicas para definir qué hacer en esos casos.

En cuanto a la votación en sí, resulta casi esperpéntico que la papeleta electoral se marque con un lápiz, lo cual despierta suspicacias en el elector por ser muy fácil un posible cambiazo y convertir el voto de cualquier índole en su contrario (ojo, no insinúo que el resultado final se deba a un fraude, sino la factibilidad de este).

¿Por qué no se vota en nuestros colegios con bolígrafos (un voto mucho más difícil de modificar)? ¿Por qué no poner en función de esos procesos las modernas tecnologías? Cabría recordar que en nuestra Asamblea Nacional aún se vota a mano alzada y que, en general, para el observador menos prejuiciado, nuestro sistema electoral con registros manuales es poco menos que anacrónico.

Y ahora sí vamos a las cifras, esas que siempre tienen múltiples lecturas. El hecho de que la afluencia de votantes a las urnas no llegara al 85 % de la llamada lista actualizada resulta significativo, pues lo que en cualquier país resultaría evidencia de una masiva asistencia a las urnas, en Cuba denota un retroceso comparado con otros procesos electorales en los que esa cifra superó ampliamente el 90 % (sería interesante conocer cómo se comportó este y otros datos por provincias).

¿Motivos? Probablemente muchos se sintieron saturados por la reincidencia del discurso (en bodegas, paredes de los centros de trabajo, escuelas, cines, postes telefónicos, casi diríamos que en cualquier sitio público, podían encontrarse carteles llamando a votar (y a hacerlo por el sí, claro).

Casi un millón y medio de cubanos con derecho al voto (exactamente 1 449 934, según las cifras aportadas por Balseiro), no acudieron a las urnas y aunque su abstención no puede interpretarse como rechazo frontal a la nueva Carta Magna, también es cierto que el proyecto no los motivó lo suficiente como para acudir a respaldarlo.

Más de un millón de los cubanos que acudieron a votar no respaldaron el sí (exactamente 1 032 174) y hablo tanto de las boletas en blanco como de las anuladas y aquellas en las que se optó por el no.

Comparada esa cifra con los 6 816 169 votos por el sí es claro que la mayoría de los cubanos, por una u otra razón, apoyó la propuesta, pero también lo es que en Cuba ya no puede hablarse de unidad monolítica, de respaldo absoluto y otras aseveraciones claramente rebatibles en el contexto actual.

La nueva Carta Magna es superior a la que ha estado en vigor desde 1976, pero aquella contó con un apoyo masivo, tanto en lo referido a la asistencia a las urnas, como en el voto afirmativo, en ambos casos muy por encima del noventa por ciento.

En la prensa de la Isla han pululado los editoriales y comentarios que celebran la amplia victoria, pese… y pasan a criticar frontalmente a aquellos que impulsaron el no y a hablar de matrices mediáticas impuestas desde otras naciones (olvidando las que ellos mismos impulsaron).

En trabajos anteriores comentamos nuestros reparos al proyecto constitucional, tan traído y llevado, modificado en más de un sesenta por ciento tras la consulta popular, acaso como muestra de que la comisión gestora no tuvo en cuentas aspectos significativos de la realidad cubana.

La Constitución aprobada amplía los derechos y garantías de los cubanos, pero impone el gobierno per se de un partido, cancanea en la apertura económica que el país precisa, siembra la duda al rescatar la figura de primer ministro, cuyas funciones podrían solaparse en la práctica con las del presidente, deja escaso o ningún margen para que el pueblo elija directamente a sus representantes y principales cargos públicos.

También reconoce la objeción de conciencia, pero restringe su invocación hasta casi ningunearla, deja en el aire el tema del matrimonio igualitario con una anodina definición que provoca inconformidad por igual a sus partidarios y detractores.

Es una Carta Magna defectuosa, marcada por el sesgo ideológico, que absolutiza posiciones ya desde su preámbulo y que en muchos cubanos deja la sensación de ser insuficiente.

Más de un veinticinco por ciento de electores no ha votado sí a esta Constitución. Para ellos también habrá de regir en el futuro, si es que realmente nos apegamos a aquella frase martiana que debe ser bandera para una Cuba plural: con todos y para el bien de todos.

 

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