Francisco: Al fin, un papa transformacional

 Por Max J. Castro  (Progreso Semanal)

El papa Francisco.

HAVANA TIMES – Desde el principio quedó claro que el papa Francisco sería un cambio refrescante a diferencia de papas anteriores, bajo los cuales la Iglesia Católica parecía más preocupada por las costumbres sexuales, reafirmar el dogma, y mantener el poder y la unidad monolítica de la institución y la fe.

¿Cuándo ha dicho un papa “quién soy yo para juzgar”, en especial cuando habla acerca de la cuestión de la homosexualidad? El juicio infalible, a menudo implacable, ha sido la especialidad de los papas –hasta ahora.

Pero el papa Francisco ha resultado ser mucho más que refrescante. Ha dicho tantas verdades al poder en un corto tiempo que se ha vuelto sorprendentemente popular con la gente común en todo el mundo, y un gran dolor de cabeza para los defensores de la injusticia del statu quo, que se benefician de la enorme desigualdad en riqueza y poder de nuestros tiempos.

Sin duda, tanto el papa Juan Pablo II como el papa Benedicto XVI hablaron a favor de los pobres y contra los excesos de lo que Juan Pablo describió una vez como el “capitalismo salvaje”. Pero el papa Francisco no solo prosiguió desde donde ellos llegaron, sino que ha llevado las cosas hasta un nivel totalmente nuevo. En el proceso, él se ha convertido en la peor pesadilla de los conservadores extremistas, desde Washington a Jerusalén, Miami y las suites ejecutivas de las corporaciones que obtienen beneficios saqueando el medio ambiente.

El papa Francisco tampoco se ha enfrentado a pequeños problemas o aquellos de corta duración, ni ha evitado irritar elementos de la grey católica. Tomemos a Cuba. Durante casi cinco décadas, la política norteamericana hacia ese país ha sido de una hostilidad casi patológica. Sin embargo, la política se mantuvo sin apenas medios visibles de apoyo, excepto uno: el poder político y la decisión de un lobby atrincherado de extremistas cubanoamericanos, muchos de ellos católicos.

El súbito anuncio de que Estados Unidos reanudaría las relaciones diplomáticas con Cuba  y que la administración Obama presionaría al Congreso para terminar con el embargo fue un choque enorme para este sector de los exiliados. La revelación de que el papa Francisco había desempeñado un papel importante en reunir a las dos partes tuvo que sentirse como un giro adicional del cuchillo.

El papel del papa Francisco fue una píldora especialmente amarga. Durante décadas, la traición ha sido un motivo recurrente en la narrativa dominante del exilio. Traicionado por Fidel Castro, quien resultó ser comunista y no un reformista social. Traicionado por John F. Kennedy en Bahía de Cochinos y luego otra vez en la Crisis de los Misiles. Traicionado por Janet Reno y la administración Clinton en el melodrama de Elián. Traicionado por Obama, quien cambió la política hacia Cuba en un parpadeo mientras a los exiliados se les dejaba a oscuras. Y ahora traicionado hasta por el papa, quien ayudó a urdir el actual deshielo en las relaciones EE.UU.-Cuba.

¿Cuánta traición puede aguantar una comunidad de exiliados antes de que haga implosión por la ira o, como parece haber sucedido con muchos jóvenes cubanoamericanos y los recién llegados, recupere la cordura y adopte una narrativa diferente?

En medio de la actual celebración por los recientes cambios en políticas y actitudes, no olvidemos la historia y a aquellos que tuvieron razón todo el tiempo. Ya desde inicios de la década de 1970, un pequeño aunque no insignificante número de cubanos, corriendo peligro, comenzaron a expresar su rechazo a la narrativa del exilio. Entre ellos estaban jóvenes que se unieron a la Brigada Antonio Maceo y viajaron a Cuba, además de estudiantes e intelectuales que no fueron parte de la Brigada, pero que compartieron algo o la mayor parte de su visión. Fuimos los precursores. Tranquilidad, lazos familiares, empleos, carreras, hogares y hasta vidas fueron sacrificados en esa lucha, la cual ahora ha sido confirmada.

Francisco ahora ha entrado en un terreno mucho más fieramente protestado que Cuba. Los orígenes del actual conflicto israelo-palestino preceden a la revolución cubana en más de una década. Recientemente, el Vaticano anunció que firmaría una tratado para reconocer a Palestina como un estado. Esto indignó al gobierno israelí, el cual sostiene que un estado palestino solo puede llegar a existir por medio de negociaciones entre las dos partes. Pero lo que ha quedado en claro durante dos décadas, excepto para Estados Unidos, que adopta siempre una “posición pro Israel, equivocado o no”, es que lo mejor que los israelíes están dispuestos a hacer sería un acuerdo tan descaradamente injusto como es de tremendamente  desigual el poder de las dos partes. No es de extrañar que le hayan dicho al papa que “no se meta en política”. No quieren que terceras partes participen y hagan que la balanza sea un poco menos dispareja.

En esto también el Vaticano está del lado correcto. Los palestinos merecen un estado del cual puedan sentirse orgullosos, no solo una entidad llamada estado que existe a la discreción de Israel y bajo su supervisión. Personalmente, no puedo dejar de pensar que cualquier cosa que provoque la ira del insufrible Benjamin Netanyahu –excepto, por supuesto, cualquier tipo de terrorismo o de antisemitismo– tiene que ser una buena cosa.

Para colmo de todo, quedé pasmado cuando leí lo siguiente en la edición del 13 de mayo de The Miami Herald: “El papa Francisco advirtió el martes a los ricos y poderosos que Dios los juzgará por la posición que adopten en cuanto a alimentar a los pobres y cuidar la Tierra…”

No soy creyente, pero admiro a un hombre que trataría de poner el temor de Dios en los corazones de los autoproclamados amos del universo.