Espantado De Todo

Por Amrit

En Alamar.

HAVANA TIMES, 17 julio — La primera vez que vi llorar a mi madre fue por un gato que unos muchachos de la cuadra habían tirado contra una pared.  Ahí estaba, en un cajón, donde ni la toalla vieja que lo arropaba, ni la leche tibia, ni nuestras caricias pudieron salvar su vida.

Entonces yo no sabía qué era aquello que me desgarraba por dentro, no tenía idea de cuánto ese detalle complicaría mi vida.

Todavía hoy, por ejemplo, comer un pastel frente a un quiosco de “la Calle Ancha,” en Alamar, ante la mirada angustiada de uno, dos, hasta tres perros famélicos, es un ejercicio de indiferencia que jamás consigo. Ay, este detalle de la compasión, ¡qué poco práctico, qué desperdicio!

En este verano he intentado salvar a un perrito que trajo mi hijo, lleno de llagas y bichos que se alimentaban del pus, a dos gorriones caídos del nido, a un pichón de colibrí, a una gatita que chillaba desde el techo de un garaje, aterrada y llena de excremento…  Me doy cuenta de cómo me miran algunos vecinos: son gente loca, gente sucia –dicen las miradas.

¿Es sucia una persona por asumir la responsabilidad de otros?  Otros que dejan salir a su perra en celo, o abandonan a una camada de recién nacidos chillando dentro de una jaba de nailon, como contaba una señora que intentaba regalarlos, desesperada.

Mi hermana, que tiene ya cinco perros y cuatro gatos, vio hace unos días a un cachorro sin ojos que agonizaba sobre la hierba.  Con el viejo dolor en el pecho, sólo pudo colocarlo en la sombra.

Recuerdo a una vecina que encontró a una perra en la calle, desangrándose por la vagina.  El veterinario que la operó le aseguró que la habían violado.  Desde ese día me pregunto: ¿por qué la violación de un animal no se considera un crimen?  ¿Por lo inusual?  (Habría que descartar las anécdotas que narran con fruición algunos hombres sobre sus experiencias con puercas o carneras).

Mi hijo me cuenta emocionado los programas de Animal Planet, donde se difunden rescates a animales que han sido abusados.  Claro, este detalle de pensar en los animales como seres sensibles, ¿en Cuba?  ¡Qué excentricidad, qué delirio de primermundistas!

En la Calle Ancha.

En los años 90 la crisis casi legitimó la cacería de gatos.  Traté de no imaginar jamás qué procedimientos usaban para matarlos antes de comer su carne casi igual a la del conejo, -dicen los expertos.

También por esos años supe que un vecino recogía perros de la calle, desnutridos y tristes, y los llevaba a su perro de raza staffordshire para que los destrozara.  Otros jóvenes se unían a “disfrutar” el espectáculo.

¿Cuánto tiempo hace falta para que la atrocidad se vuelva hábito?  ¿Cuánto silencio, cuánto de este ejercicio constante de cambiar la mirada?

Años más tarde, alguien me dijo que tras muchas cartas de protesta que habían salido en la prensa, Nora, la directora de ANIPLANT. www.havanatimes.org/sp/?p=6380

(la única organización oficial cubana para la protección de animales) había conseguido que se aprobara una ley que prohíbe usar a los perros de esa raza para peleas.  Es lícito tenerlos sólo como animales afectivos.  Ninguno de los dueños de stafford que conozco parece saber eso.  Todavía tengo dudas de la efectividad de esa ley.  ¿Adónde me dirijo si veo dos perros despedazándose, mientras sus dueños apuestan por el vencedor?

Es obvio que no somos una ciudad del primer mundo.  Se nota en el triste, en el escandaloso espectáculo de gatos y perros abandonados.  Desparraman la basura para buscar alimentos, cruzan las calles en grupos, cuando hay una perra en celo.  A veces son incluso atropellados por los autos y quedan los cadáveres en pleno asfalto o en la orilla de la calle, hasta su entera descomposición.

Pero sí tenemos clubes de perros de raza, eventos de competencia que estimulan un hobby que demanda verdaderos recursos: todo tipo de vacunas y algunos, como los Chow chow, para soportar nuestro tórrido clima hasta necesitan aire acondicionado.

Mi padre una vez me dijo que la compasión es una cualidad exclusiva de la especie humana… ¿cómo creerlo?  Vi un documental donde una pantera mataba a la hembra de un simio y luego se compadecía de su crío, que lloraba, buscando alimento…  ¿Qué esperamos de esas generaciones jóvenes que comen pan con jamón en cualquier quiosco y ni se enteran de los ojos angustiados que siguen sus movimientos?  ¿Un mundo mejor?

Mi hijo y el perrito recogido.

He leído artículos que hacen fuertes cuestionamientos sociales.  Por ejemplo en la revista Palabra Nueva, publicación oficial de la Arquidiócesis de la Habana.  Textos que me sorprenden y conmocionan.  Pero nunca he visto uno, ni he sido testigo de una campaña de la iglesia (ni católica ni protestante) defendiendo a los animales.

Llevo esa caprichosa estadística: le he preguntado a las viejitas que he visto repartiendo comida a perros y gatos callejeros: ninguna es cristiana.  Cuando leí la Santa Biblia no encontré un solo ejemplo de actitud compasiva hacia los animales.

Sin embargo en el Evangelio de los Doce, uno de los documentos cristianos más antiguo que se conserva en un monasterio budista del Tibet, se expresa, acerca de Jesucristo: Aconteció, pues, que Él nació en medio de los animales porque vino para liberarlos también a ellos de sus sufrimientos. (…)

Más adelante, el autor pone en boca del propio Jesucristo: “Sed por eso considerados, bondadosos, compasivos y amables, no solamente con vuestros semejantes sino también con todas las criaturas a vuestro cuidado; pues para ellas sois como dioses a los que alzan la vista en sus necesidades.”

Conozco a una mujer que vive en una linda casa, frente a la costa, en Alamar.  Cuando mi esposo y yo hacemos sonar el timbre, vemos correr hacia la cerca a varios perros.  En la sala, sobre los muebles sobrios y elegantes (a lo mejor importados de Europa), veo, cómodamente arrellanados a uno, dos, tres, diez… (Pierdo la cuenta) ¡tantos gatos!

“Llegué a tener quince perros, y dieciséis gatos,” me dice la mujer. Y añade: “Yo no recibo visitas en mi casa.”

¿Y sus amigos?

Mis amigos están en Europa, donde vivo la mitad del año.  Salí de Cuba en los ochenta cuando la gente era más buena, era distinta.  Entonces sí tenía amigos.  Cuando regresé en los noventa, pensando quedarme aquí, me encontré con que la gente había cambiado tanto… ¡ya no conozco a los cubanos!

Con Shining.

Me enseña sus gallinas, que son también mascotas, me enseña un patito gracioso y amarillo a la que una de las gallinas cuida como si fuera su propio crío.

“El la sigue todo el tiempo y hasta duermen juntos,” dice con ternura.

Miro su rostro tranquilo.  Es la hora mágica del atardecer.  Con la brisa del norte llega el intenso aroma a salitre, miro a mi alrededor los gatos, los perros, las gallinas, el pato…  Me acuerdo de un hombre que vive cerca del Puente de Hierro, en Miramar: Tiene dos perros y ¡más de 30 gatos!

“Cada vez que alguien me mata a uno de esos animalitos, es como si me arrancara un pedazo de vida,” dijo.

Me acuerdo de mi gata Shining, de su mirada cuando mi hijo la traía en brazos, después que cayó de una altura de cinco pisos.  Se ahogaba porque una costilla le perforó el pulmón.  ¡Cómo olvidar esa mirada!  ¡Cómo olvidar que horas antes se acariciaba contra mi rostro sólo para quedar (como yo) tan insatisfecha de los límites!

Y entiendo a esta mujer que no recibe visitas, que acoge a perros y gatos que la gente abandona en la calle o hasta dejan caer en su jardín para sentir que hicieron algo por un animal sin asumir el peso de su cuidado.

Uno puede decirse también, acariciándolos: “Espantado de todo…  me refugio en ti”, como dijo José Martí en su dedicatoria del “Ismaelillo”, poemario dedicado a su hijo.

Articulos recientes:

  • Cuba
  • Reportajes
  • Segmentos

15 años de prisión a la joven que transmitió las protestas

Se intenta suicidar en prisión Fray Pascual Claro Valladares al conocer su sentencia, de 10…

  • Cuba
  • Opinión
  • Segmentos

“Distorsiones” de moda en Cuba

Nada nuevo, pero resulta que la palabra se ha puesto de moda, y esta semana…

  • Cuba
  • Reportajes
  • Segmentos

San Antonio de los Baños, donde el humor dio paso al dolor

Sin electricidad y sin acceso a la red de redes, así pasan los habitantes de…

Con el motivo de mejorar el uso y la navegación, Havana Times utiliza cookies.