El silencio de los inocentes en El Chipote

Presos y presas en El Chipote.

Por Raúl K. Bautista

HAVANA TIMES – Hugo Torres fue el cordero perfecto para el sacrificio. Su muerte envió un mensaje contundente al pueblo nicaragüense: si la dictadura Ortega-Murillo podía matar en prisión a un héroe revolucionario, a un guerrillero valiente que participó en las dos acciones más audaces del Frente Sandinista y un general de brigada en retiro sin rendir cuentas ni pagar ninguna consecuencia, cualquier oponente podría ser arrestado, secuestrado, encarcelado, torturado o eliminado.

Su muerte reveló, además, que la intención del régimen es matar o dañar de manera irreversible la integridad física y psicológica de los prisioneros políticos capturados desde mayo del 2021. Si no salen muertos como Hugo Torres, pasarán a casa por cárcel en condiciones deplorables de salud como Arturo Cruz. Irreconocibles, con enfermedades crónicas, lesiones permanentes o daños psicológicos significativos.

En 1842, el escritor estadounidense Charles Dickens visitó una cárcel y describió a los presos en confinamiento solitario (aislamiento) con “tics nerviosos, dificultad para fijar la mirada o para mantener una conversación, postura encorvada y nerviosismo”. Dickens posteriormente calificaría el aislamiento como una “lenta y diaria manipulación de los misterios del cerebro” y concluyó que era “inconmensurablemente peor que cualquier tortura del cuerpo”. Muchos estudios realizados en las últimas décadas confirman las observaciones de Dickens y constatan que los cambios psicológicos causados por el aislamiento van “desde la depresión hasta la psicosis”.

Produce, además, “cambios en la estructura de las neuronas y una reducción del volumen de las mismas alrededor del 20%” y una pérdida similar en la “región de contacto sináptico de la célula nerviosa”.

Esos daños se producen en un período de uno a tres meses. Por eso, el Comité contra la Tortura de la ONU (CAT, por sus siglas en inglés) considera que esta es una medida excepcional y no debe aplicarse por más de 15 días. Eso lo sabe bien Rosario Murillo porque la Policía Nacional fue capacitada en derechos humanos por más de 15 años, conoce de primera mano la experiencia en la cárcel de Daniel Ortega, y el aislamiento se ha usado desde hace varios siglos y sigue usándose en muchos países. Pero como su voluntad es destruir física y psicológicamente a 64 presos políticos que están en El Chipote, los ha mantenido en aislamiento por más de un año y ha añadido otras formas de tortura (alimentación y salud inadecuada, interrogatorios diarios, celdas iluminadas o en la oscuridad las 24 horas, poco acceso a la luz solar, agresiones físicas y psicológicas, etc.).

Este trato cruel e inhumano, según la Oficina de la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH), viola las Reglas de Mandela (Las Reglas Mínimas de las Naciones Unidas para el Tratamiento de los Reclusos), las Reglas de Bangkok (reglas de la ONU sobre el trato a reclusas), y otros tratados de derechos humanos como el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, la Convención contra la Tortura y la Convención sobre los Derechos del Niño.

A Rosario Murillo y a Daniel Ortega eso los tiene sin cuidado. No les importan los informes de organismos de derechos humanos, ni las medidas cautelares y provisionales de la CIDH y la Corte IDH, ni las resoluciones de la OEA o del Parlamento Europeo, ni los llamados de otros gobiernos a nivel bilateral y mucho menos las súplicas de los familiares de los presos políticos. Están enterados que sus violaciones a los derechos humanos, crímenes de lesa humanidad, detenciones y juicios arbitrarios están bien documentados.

Como el asesino en serie Jame “Buffalo Bill” Gumb en la película “El Silencio de los Inocentes” (The Silence of the Lambs), Rosario Murillo se comporta como una psicópata asesina despiadada. Fue ella la que dio la orden de “Vamos con todo” el 19 de abril del 2018 para matar a los estudiantes, participó en el grupo que coordinaba la “Operación Limpieza” para acribillar con balas de armas de guerra a los opositores que estaban en los tranques y ahora es ella la que decide quién es arrestado, encarcelado, aislado, torturado, quién recibe atención médica o no, cuándo se van a llevar a cabo las visitas de los familiares y quiénes pasan al mecanismo de casa por cárcel.

Hasta exige, para regocijarse, que le manden fotos de la condición lamentable en la que se encuentran los presos políticos, transcripciones de los interrogatorios, fotos y videos de las visitas familiares. Durante los juicios arbitrarios que se llevaron a cabo daba instrucciones y veía por transmisión directa los procesos, que se suspendían cuando ella tenía que atender otra tarea o diligencia. Y es ella la que determinó la pena aplicada a cada presa o preso político, porque de antemano se sabía que serían declarados culpables.

Su odio desmedido hacia todos los opositores, jóvenes y personas que se rebelaron desde abril del 2018, que hicieron florecer sus instintos criminales y la obligaron a quitarse el disfraz de la democracia, al igual que “Buffalo Bill”, esconde un profundo odio hacia sí misma y su necesidad de transformarse. Así como “Buffalo Bill” aislaba a mujeres gordas para adelgazarlas, matarlas de hambre y asesinarlas para quitarles la piel y hacer un “traje de mujer” que pudiera ponerse, Rosario Murillo ha encarcelado a los principales líderes políticos y civiles del país para silenciarlos, anular cualquier posibilidad de que puedan disputarle el poder y arrancarles el alma, la vida y la dignidad humana para considerarse una líder admirable, una mandataria eficiente y una destacada revolucionaria.

Rosario Murillo puede haber logrado su propósito de dañar física y psicológicamente a los presos políticos, pero nunca podrá transformarse y tener el reconocimiento de guerrillera heroica, ni la capacidad intelectual y coraje de Dora María Téllez, ni la inteligencia y generosidad de Tamara Dávila, ni la empatía, ternura y compromiso con los derechos humanos de Ana Margarita Vigil, ni la humildad y compasión de Suyen Barahona, ni la coherencia y capacidad de lucha de Violeta Granera o la fuerza y compromiso con la libertad, la justicia y democracia de Cristiana Chamorro, heredera del legado de sus padres.

Matar de hambre a los presos políticos (casi todos han perdido hasta 50 libras o más), causar daños irreversibles a su salud física y psicológica y silenciarlos va más allá del odio y maldad de Rosario Murillo, es un paso necesario en la consolidación del sistema totalitario que ella está impulsando para alcanzar su sueño de poder absoluto y ser la única ciudadana del país, la única persona con derecho a pensar, a opinar, a tomar decisiones. Por eso ha eliminado a todos los partidos de oposición, cancelado casi todas las ONGs nacionales e internacionales, academias y agrupaciones. Sólo tendrá derecho a existir el Frente Sandinista como partido único y bajo su dirección y la de su marido.

No liberar a los presos políticos y sentenciarlos a 8, 10 o 14 años de cárcel, bajo un trato cruel e inhumano, también responde al hecho de que puede actuar con total impunidad y tirar al bote de la basura las normas internacionales y constitucionales que señalan al estado como garante de los derechos de los presos, de sus vidas y su integridad. Ya mataron a Hugo Torres y a Eddy Montes (baleado por la espalda por un guarda) y otros han salido de la cárcel en estado vegetativo o en grave condición física, sin ninguna repercusión.

No habrá un Hugo Torres o Dora María Téllez que lidere a un grupo de combatientes para llevar a cabo una acción espectacular que libere a los presos políticos, ni habrá acciones encubiertas para sacarlos del poder, ni hasta la fecha se han aplicado sanciones económicas significativas, ni rompimiento de relaciones diplomáticas, ni modificaciones en las inversiones y comercio. Tampoco existe ningún mecanismo internacional para aplicar la supuesta supremacía de los derechos humanos o el principio de “responsabilidad de proteger” a la población civil nicaragüense de los crímenes de lesa humanidad que a diario comete la dictadura.

Rosario Murillo no va a negociar la liberación de los presos políticos, ni podemos esperar que cambien las condiciones deplorables en las que los mantiene. Lo único que ha estado dispuesta a hacer es enviar a casa por cárcel a aquellos cuya salud está tan deteriorada que se pueden morir en la cárcel y porque es otra forma de silenciarlos a ellos y a sus familiares, quienes son amenazados de que su ser querido va a volver a prisión si dicen algo sobre su estado de salud o filtran información al respecto.

Conscientes o no de que iban a ser arrestados, encarcelados y torturados, todos los presos políticos están siendo sacrificados por querer una Nicaragua más justa, libre y democrática. Y aún en las condiciones mencionadas siguen resistiendo y eso nos debe de servir de aliento para seguir luchando y clamando por la liberación de los 180 presos políticos, por la suspensión del aislamiento y trato inhumano de los que están en El Chipote y convertirnos en sus voces. Como los corderos en tiempos bíblicos se entregaron sin resistencia a sus secuestradores, son inocentes y su sacrificio los llevará a la redención y a la nuestra.  

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