El precio de la rebaja de algunos precios en Cuba

Por Osmel Ramírez Álvarez

Foto: Caridad

HAVANA TIMES — Ayer intenté hacer unas modestas compras, por lo que visité las tres tiendas que venden en CUC aquí en mi pueblo. Para mis niños no pude encontrar una sola confitura. Tampoco había pollo ni picadillo ni champú ni crema acondicionadora ni refresco instantáneo del que siempre les compraba para la merienda escolar. Mi esposa quería un labial, pero tampoco había. Mi hijo, que de tanto corretear rompió sus chancletas, igualmente se quedó con las ganas, pues los números eran muy grandes. Volví vacío.

Pasé por los “catres” de los cuentapropistas y tuve un poquito más de suerte. Compré el labial para mi esposa y las chancleticas del niño. También un vendedor de confituras ofertaba refresco piñata, caramelos y galleticas, y los compré. Sacando cuentas todo me costó un 30% más caro de lo que costaba antes de la rebaja de precios.

Confituras y refresco instantáneo antes casi siempre había en las tiendas del Estado, era una rareza que faltara, igual que el pollo y los picadillos. Pero tras la rebaja microscópica no duraron una semana. Desaparecieron y más que dichoso hay que ser para toparse con ellos. Más fácil se gana un número en la lotería, que aquí es 1 entre 100.

El pollo ahora solo se puede comprar en un mercado estatal que hay para todo el municipio (que tiene 120 mil habitantes), con una sola pesa y sacan un poquito nada más, y no todos los días. A las 9:30 am ya se acaba. Imagínense la cola que se hace y la matazón.  Es a 19 pesos la libra, pero con el “tumbe”, (especie de robo asimilado como algo normal), sale como a 23.

Yo, que llevo 41 años viviendo en Cuba ininterrumpidamente, aún no me adapto a las colas y prefiero pagar el incremento. Además creo que una de las causas principales por la que este país no avanza es el tiempo tan grande que se pierde haciendo colas. En todas partes hay que hacerlas y son bien largas y demoradas. Prefiero invertir ese tiempo produciendo, en mi caso la tierra, y así cubrir el incremento que aplican los comerciantes revendedores. Ellos tienen sus subterfugios para acceder a los productos y viven de eso, de la ineficacia del sistema.

En vez de mejoría lo que recibimos es más inflación, más disfuncionalidad y más carga para el pueblo. El disfrute de las rebajas es casi nulo,,,

Por otro lado hay un dicho que dice que “el que hizo la ley hizo la trampa”. Las rebajas en algunos productos las incrementan en otros. Una sombrilla desechable, por su mala calidad, hace poco costaba 4 CUC, pero ahora cuesta 8 CUC; Un maletín pequeño de marca nacional costaba 10 o 12 CUC, ahora los vi igualitos a 16 CUC. Así por el estilo. Lo que aparentemente dejan de ganar por un lado, lo recuperan por el otro, tal vez con creses. El 240% aplicado tradicionalmente por encima del precio de ganancia justa y legal, sigue intacto.

Nada, que solo fue pura politiquería, como lo advertí en mi artículo “El pueblo recibe falsas migajas”. Propaganda dirigida al subconsciente de “las masas populares”, una vez más engañadas y burladas. Como dijo muchas veces el mismo Fidel, con el fin manipulador de “crear reflejos condicionados en la mente de las personas”. Claro que él usaba esta frase no para autocriticarse, sino para desvirtuar a los capitalistas por utilizar sus mismos métodos de hacer populismo con el fin de potenciar el consumo.

En vez de mejoría, lo que recibimos es más inflación, más disfuncionalidad y más carga para el pueblo. El disfrute de las rebajas es casi nulo, porque como también advertí, no hay detrás de la medida una logística real ni aseguramientos ni incremento productivo que la haga viable y sostenible. Se parece a los aumentos de salario que a cada rato hace Maduro en busca de apoyo popular en su Venezuela, pero que por no tener base económica que los justifique solo causan más daño e inflación y lo hunden políticamente.

Incluso en el caso hipotético de que hubiesen sido viables las rebajas solo eran un minúsculo alivio, casi imperceptible. Imagínense que un hombre lleva un saco con dos quintales de boniato encima por una distancia de varios kilómetros; si le quitamos dos o tres boniatos del saco no lo ayudamos en nada. Ni siquiera percibiría la diferencia de peso. Solo lo ayudamos si le quitamos más de la mitad de su carga o calculamos cuánto puede cargar realmente sin desfallecer y solo eso le ponemos en su espalda o hacemos con él el compromiso de sacarles 10 libras de boniato cada 50 metros, para que poco a poco lleve una carga más ligera y soportable, hasta el día en que llegue a ser la justa. Esta última me parece buena porque tiene un bien tangible, físico, unido a uno sicológico, esperanzador.

Ese hombre agobiado, cansado y sin esperanzas, que lleva sobre sus espaldas tan pesadas cargas, es el pueblo cubano. ¡Y está así de sobrecargado! ¡Y lleva décadas esperando una solución! Parte de sí suelta el saco y huye de su carga atravesando océanos y selvas, pero otra mucho mayor clama justicia mientras el debate de cómo minimizar su carga les toma lustros a los que tienen el mandato divino de pensar por todo un pueblo.

Mientras tanto grande es el precio que pagamos por ello. Lo que nos ocupa en este artículo es solo el precio de bajar los precios, algo que debiera ser digno de festejo en un país normal, pero que resulta distorsionado en un modelo social disfuncional, que construye un socialismo utópico y ajeno por completo a lo que Cuba necesita.

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