El precio de la autodeterminación

Por Pedro P. Morejón

Oswaldo José Payá Sardiñas

HAVANA TIMES – El 10 de mayo del 2002, el fallecido Oswaldo José Payá Sardiñas, líder del Movimiento Cristiano Liberación, presentó, al amparo del artículo 88 de la Constitución vigente, 11 020 firmas en la sede de La Asamblea Nacional del Poder Popular, para solicitar reformas con la finalidad de lograr, desde la legalidad socialista, una apertura que generara cambios democráticos en Cuba, lo que fue conocido como el Proyecto Varela.

El Gobierno contraatacó con una campaña de desprestigio y represión, promoviendo, además, una reforma a dicha Carta Magna, mediante la cual se proclamaba el carácter irrevocable del socialismo reinante. Dicha reforma se alcanzó con la firma de millones de ciudadanos, en un voto para nada secreto, contrario a lo que debía corresponder en un referéndum legítimo. A pesar de las adversidades, continuaron recogiéndose firmas de apoyo al Proyecto Varela.

En mi barrio vivía un señor que se dedicaba a recoger firmas, lo contacté y aún con temor firmé dicha solicitud por considerarlo un deber cívico. No fui el único, pude constatar más de 40 firmas en mi pequeño pueblo. Ante dicha situación, el oficial de la Seguridad del Estado que atendía mi zona de residencia comenzó a citar a los firmantes. Por alguna causa desconocida omitieron citarme. Recuerdo vivir una mezcla de alivio y malestar. Esto último porque no quería despertar suspicacias por lo que no era: un informante.

Mi mejor amigo se encontraba entre los citados. Según me contó, le quisieron hacer ver que lo habían manipulado, que él era un buen muchacho, que ya que se dio cuenta de su error debía retractarse. A pesar del miedo se mantuvo firme por un rato.

“¿Tú no sabes que si vamos a tu universidad y les informamos que eres un contrarrevolucionario, con el primer explote vas a dar bien lejos?” más o menos esa fue la amenaza.

Por mi parte, pensé estar libre de cualquier daño, pero un día vi a dos oficiales del Minint en la puerta de la oficina de la jefa del Bufete donde trabajaba. No sé la razón, pero sentí que tenía que ver conmigo.

Compartía mi oficina con el secretario del núcleo del Partido, y una semana después vi sobre su buró un expediente con las actas de las reuniones del PCC. Al parecer las dejó por descuido. Se había marchado a la 5:00 pm y yo seguía allí, redactando un recurso de apelación.

No pude evitar la curiosidad. Lo abrí, y entonces me reveló lo analizado en la última reunión. Según la directora, aquellos “compañeros del Minint” le informaban que yo era “uno de los 40 firmantes en mi pueblo, del llamado Proyecto Varela y por eso había recibido dinero”.

No puedo describir la ira que sentí ante tamaña mentira. Al trascurrir los minutos, la cólera se fue transformando en miedo. Temí ver truncado mi sueño. Yo amaba mi profesión y podía perderla en cualquier momento. Eso… como mínimo.

Vivía lleno de suspicacias, tanto así que la directora lo notó. Un día me solicitó en su oficina. Era una mujer muy inteligente. Me rodeó con sus palabras. Le dejé entrever que podía ser expulsado sin hacer alusión al acta. Con el rostro impasible me dijo algo que me tranquilizó.

-No te preocupes por nada. Mientras yo sea la directora respetaré la forma de pensar de cada cual.

Y así fue durante un tiempo, pero cuando sin razón, derecho legal, y explicación alguna, anularon mi contrato con la universidad donde impartía clases, de algún modo supe que mi autodeterminación tenía un precio.