El mundo de Nelsito o el sueño adolescente

Por Lynn Cruz

HAVANA TIMES – Con la sala casi llena, la presencia de parte del staff y del reparto de actores y actrices, aconteció el estreno en las salas de cine del filme El mundo de Nelsito, de Fernando Pérez, con guión del propio Pérez y Abel Rodríguez, como parte de los festejos por el 62 aniversario de la fundación del ICAIC, en el capitalino Cine Charles Chaplin.

Durante la presentación, Pérez lamentó que parte del equipo no se encuentre en Cuba hoy, así como su preocupación por el futuro del cine, de la mano de dicha institución.

La película es un gran laberinto como pueden ser las mentes de quien o quienes la imaginan. Nelsito (José Raúl Castro) es un adolescente en estado parapléjico, tal vez ¿la adolescencia de Luis (Jorge Perugorría) en La pared de las palabras?

El hecho de que la realidad de Nelsito sea una cama desde donde observa a su madre (Isabel Santos) y al mundo que ella dibuja, con planos detalles de los grandes ojos de Castro, detenidos, provocan asfixia. Una asfixia que contrasta con el enigma de su mirada y una sonrisa casi permanente, que llega a ser perturbadora. Castro tiene un magnífico debut interpretando a Nelsito.

La asfixia del deseo reprimido de Nelsito de ir más allá del lienzo de su madre, de romper el cordón físico, existir fuera de su cabeza, ser el protagonista de su propia vida, enfrentarse a lo desconocido, a la gran aventura de la ciudad, pero desde la búsqueda de la naturaleza, de entender lo que está más allá de lo concreto, y lo concreto es un abismo del que no podrá salir Nelsito. El cuerpo vuelve a ser el obstáculo que la imaginación tendrá que sortear. Como esa sensación de correr a toda velocidad por la calle Infanta en La Habana y chocar con un muro que separa la tierra del océano. Lo seguro de lo incierto.

El despertar de un náufrago. Y en mi mente la mirada desconcertada de Castro (Nelsito).

Si tuviera que definir en pocas palabras el filme, diría que “es la perenne dualidad del cuerpo (lo concreto) y la mente (lo abstracto)”.

Nelsito construye realidades que involucran a sus vecinos y a su propia madre que se desvive por atenderlo aún en condiciones económicas adversas y soportando la incomprensión tanto de quienes la rodean, como del Estado.

Nelsito hará colapsar a sus personajes. Los pondrá como marionetas frente a circunstancias donde enfrentan nuevas miserias, tal vez para que los espectadores sintamos alivio cuando finalmente logramos salir todos del laberinto mental de Nelsito.

Algunos relatos imaginados constituyen homenajes al cine universal y al propio cine del autor.  El exterior, donde Nelsito (¿o el joven Martí de El ojo del canario?) estrella su cabeza y no pierde en detalle el trabajo de las hormigas, hasta que los paramédicos levantan su cuerpo y él las guía hacia el cadáver recién enterrado, solo que nos enteramos una hora más tarde en el metraje.

Este momento evoca también el principio de Blue Velvet, donde una oreja muerta da vida a los insectos en el césped y la pregunta: ¿de quién será esa oreja? Y bien podría ser la de Van Gogh, pero tampoco tiene una respuesta inmediata en el filme de David Lynch.

O el momento en que dos amigas diabólicas, unas vitales intérpretes Laura de la Uz y Edith Massola, en edades maduras, sueltan el volante de un auto y se lanzan al vacío de una calle- precipicio mental de ¿Telma y Louise? en pleno ejercicio de libertad y supuesta emancipación femenina.

Es salvaje el relato del accidente que protagonizan Jaqueline Arenal y Carlos Luis González, dos seres automatizados de (in)-civilización, que no parecen humanos. Como si la vida los hubiera despojado de empatía. Sentí que se lo merecían, a tal punto que una llega a simpatizar con el extorsionador (Mario Guerra) a pesar de las lágrimas de Arenal.

El background, una ciudad en ruinas, en contraste con el Jet set, los art dealers madrileños, las casas lujosas, el consumismo y las relaciones sentimentales basadas en el poder o la sumisión.

El crimen (tal vez la forma en que se manifiesta la violencia contenida en el acto de crecer) como ejercicio de depuración. Como un deporte donde la impunidad ya es norma para los que coexisten en determinados círculos que, aunque no se mencionan, se infieren.

Puede que, lo más subversivo del filme sea el personaje de la doctora (Edith Massola), en el país donde los médicos se exportan.  Siempre he creído que un médico es un asesino en potencia, y es ese lado oscuro, por el que se decanta la película.

El desdoblamiento en dos adolescentes que se prostituyen (Liliana Sosa y Chris Gómez), pone sobre la mesa uno de los temas más sensibles en la sociedad cubana actual, pero al mismo tiempo, de carácter universal.

¿Tal vez el mayor reto del filme radica en los distintos estilos en la puesta en escena? No solo por el tempo cinematográfico que en ocasiones se distiende, sino por las escenas de corte más costumbrista tanto en contenido como en forma, donde las actuaciones son más realistas, casi de carácter documental, algo que Pérez había explorado en otros filmes como Últimos días en La Habana, pero esta vez los contrastes son intencionalmente marcados. De ahí que la calidad interpretativa tanto de los más consagrados, Paula Alí, Mario Guerra, Mayra Mazorra, Yerlín Pérez, Armando Miguel Gómez, como los más jóvenes, esté sujeta a los distintos estilos de actuación.

Es significativa la ausencia del padre en casi todos los hogares. Como si se extirpara lo masculino, desde un universo femenino, que, a fuerza de voluntad, constituye el pilar de la nueva familia cubana. De hecho, Nelsito trae consigo la malformación del macho, desde el plano más simbólico en que se manifiesta el personaje.

Las transiciones de la realidad al sueño, casi siempre son antecedidas por planos detalles que desenfocan y desdibujan el espacio, para dar lugar a esa realidad aparente: la ficción imaginada, como puede ser hoy la dualidad de vivir a través del lente de una cámara fotográfica, (Raúl Prado), en línea con el mundo, pero con una diferencia notable, Nelsito juega a ser Dios, en una realidad donde Dios ha muerto, por tanto, sus creaciones, no pueden ser otra cosa que engendros.

Lo más curioso es que, si uno despeja la ecuación dramatúrgica de Pérez y Rodríguez, la película podría ser una historia de amor adolescente, pero la dramaturgia no lo revela del todo, porque contiene en sí misma la dificultad de expresar con exactitud las emociones. Como el tartamudo de El pabellón de oro que, al ser incapaz de expresar la belleza, no puede hacer otra cosa que destruirla. Siendo a la vez este, su modo de redimirla.

Los adultos de Pérez-Rodríguez desde el prisma de un adolescente, representan simbólicamente al sujeto cubano de la sociedad probeta, desprovisto de un pensamiento maduro, marcado por la diáspora y la fragmentación. No pueden ser otra cosa que exceso.

Yanelis (Anarely Ruíz) 

El fantasma de la infancia persigue a Nelsito en forma de niña. Su heroína Yanelis, la niña que creció en el apartamento de abajo, a quien da vida la joven actriz Anarely Ruiz con la calidez de sus también grandes ojos, azules, puede ser el último asomo de esperanza. Hasta que sus lágrimas desnudan una verdad oculta y nos hacen dudar si todo esto no ha sido más que otra ilusión, una nueva trampa que Pérez nos ha puesto para que entendamos que, tanto él como su co-guionista Rodríguez, no ven una luz al final del túnel.

Esto, porque después nos sobreviene la oscuridad de la sala y el final, acompañado de créditos. De modo que uno, al igual que Nelsito, no pueda salir del sueño (o la pesadilla), ni siquiera, al final de la película.

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