El mito de la transedad y Sound of Freedom

Imágen: Brady Izquierdo

Por Yadira Albet (Joven Cuba)

HAVANA TIMES – En una reciente publicación de Facebook se hacía alusión al filme de este año Sound of Freedom (SOF), el cual ha generado polémica en el público y los medios, no solo por el tema abordado, sino por las declaraciones de su actor principal, Jim Caviezel, el productor Eduardo Verastegui y Timothy Ballard, CEO de las organizaciones Operation Underground Railroad y The Nazarene Fund.

Entre los análisis de ese post, y otros que abordan el acontecimiento mediático de Sound of Freedom, se hace alusión al tema de los adultos que manifiestan percibirse como menores de edad para abusar sexualmente de infantes.

La conducta aludida, que se conoce también bajo el término “transedad” (transage), no tiene un basamento científico sólido. Asimismo, contempla tanto comportamientos que están catalogados como patologías, como justificaciones que, deliberadamente, han esgrimido comisores de delitos asociados a la pedofilia para liberarse de su condena.

El concepto en sí, no referido en los manuales de diagnóstico de enfermedad mental y que no se relaciona con el llamado “Síndrome de Peter Pan” —miedo a hacerse adulto e inmadurez emocional—, pretende catalogar a las personas que, presuntamente, no se sienten identificadas con su edad biológica sino con una mucho menor. Además de no estar sustentado por investigaciones psicológicas o médicas fiables, ha sido homologado por el discurso transfóbico a la identidad que asumen las personas trans, colocando en la misma línea de texto “transedad”, “transgénero” y “pedofilia”. La falsa analogía comúnmente utilizada es: “si permitimos que una persona que se siente identificada con otro género cambie sus documentos legales, también deberíamos permitir que pedófilo que se siente transedad pueda ser una niña y jugar y tocar a otras niñas”.

No ayuda al desmontaje de este bulo que haya casos donde personas que han cometido delitos de pedofilia aleguen ser transedad. Uno de los más sonados en este sentido fue el de Joseph Roman, un estadounidense de 38 años, acusado en 2018 de violar a tres niñas, cuya defensa construyó el caso ante el juzgado bajo la alegación de que Roman era una persona “transedad” y se autopercibía como de 9 años.

A pesar del nulo éxito del alegato, varios medios de derecha aprovecharon el suceso para sembrar pánico en las familias, insinuando que, si las reformas progresistas vinculadas al reconocimiento de las identidades trans continuaban, un argumento similar podría funcionar en el futuro. Sobre esto, la periodista Gwendolyn Ann Smith, afirmó: “Los delincuentes inventan excusas para sus delitos. Hemos escuchado tantas malas excusas para el crimen, que muchas de esas historias se han convertido en leyendas”. La también columnista de la revista Pride Source relata otros casos con defensas absurdas a delitos sexuales, que van desde la posesión demoniaca hasta culpabilizar al gato, por lo cual, el intento de Roman de librarse de la cárcel no sería muy diferente a estas.

En adición, un análisis muy elemental de este caso nos lleva a la caracterización psicológica de la edad infantil. según la cual, un menor de 9 años no estaría en condiciones de experimentar deseo sexual hasta el punto de llegar a la violación de otros menores.

Otro acontecimiento llamativo fue el de Stefonknee Wolscht, un hombre de 52 años que a los 46 decidió dejar a su familia para vivir la que consideraba su verdadera vida: la de una niña de seis años. Alrededor de esta persona se difundieron publicaciones donde se afirmaba que asistía a la escuela con menores, y podía tocarles y besarles sin prohibición alguna porque “se percibía como una niña”. Sin embargo, la plataforma de factchecking Maldita desmintió estas noticias, y la foto difundida en las redes sociales en un supuesto entorno escolar, se trataba de una conferencia con adultos en la universidad George Brown College.

Se podría afirmar que, dentro del campo de la psicología clínica, existe mucha más apertura y distintas corrientes críticas del racionalismo imperante (sistémicas, posracionalistas, gestalt), pero al no trabajar mayormente desde un enfoque de género y de complejidad, y persistir la desinformación sobre cuestiones relativas a la psicología cínica, se abre la puerta al surgimiento de otras corrientes seudocientíficas. Estas retoman algunos elementos y los reconfiguran para responder a criterios sesgados o teorías de conspiración. De ahí a acuñar términos que no se adscriban a teorías coherentes y fundamentadas va un trecho rápidamente salvable, al ritmo de la desinformación global de mano de influencers y figuras públicas.

En primer lugar, edad e identidad de género no son categorías iguales, aunque modelen las cualidades de la personalidad y la interacción del sujeto con otros y consigo mismo, tienen implicaciones psicológicas y legales totalmente distintas. Establecer un paralelismo entre ellas escapa a toda lógica. Sin embargo, eso justamente se hace en una de las líneas del discurso homo/transfóbico, lo cual contribuye a la exclusión y las posturas de odio hacia la comunidad LGBTIQ, y asocia en el imaginario popular estos movimientos por los derechos de una comunidad marginada a los grupos pedófilos.

En segundo lugar, otras tendencias popularizadas y banalizadas por el discurso en redes (transespecie, transnacionalidad, transraza) han contribuido a la confusión y surgimiento de sesgos y criterios sin base que se viralizan entre el público.

Este tipo de discursos basados en errores de concepto o intención explícita de excluir minorías, está encontrando terreno fértil en la sociedad cubana donde, amén de la tendencia machista y la homo/transfobia que arrastramos históricamente, ha decaído la capacidad de análisis y valoración crítica debido, entre otras cosas, a un debilitamiento en la calidad de la educación institucional y social, a las campañas de desinformación emanadas de grupos fundamentalistas religiosos y a una recepción acrítica por parte de la población de los productos y mensajes generados y difundidos por los medios e internet.

La única forma posible de contrarrestar esta tendencia es difundir la información fiable, fundamentada, y promover el análisis crítico y la educación con enfoque científico. Solo así podremos avanzar hacia una sociedad más libre, igualitaria, informada e inclusiva, en donde nadie quede afuera por expresión, orientación e identidad, siendo la educación integral de la sexualidad un buen camino para vernos y reconocernos en nuestra diversidad desde un enfoque de ciencia, civismo y empatía.

Ahora, concerniente al filme SOF, alabado por Mel Gibson, realizado por una productora cristiana (Angel Studios) y basado en la vida de Timothy Ballard, hay algunas cuestiones que conviene no perder de vista.

Cuando se hace una búsqueda en internet sobre filmes que aborden el tráfico de niños, la pornografía infantil y el abuso a menores, salta una gran variedad de propuestas de calidad en los últimos veinte años. Algunas, incluso, son basadas en investigaciones de hechos reales y conocidos donde se desenmascaran empresas, figuras políticas, artistas e iglesias. También aparecen series, documentales y cortos de campañas que alertan sobre el auge de la pornografía infantil, el tráfico y la violencia sexual contra las infancias y las luchas contra tales fenómenos.

Uno de esos productos, Los demonios del Edén (2005), documental basado en el libro homónimo de la periodista y activista mexicana Lydia Cacho, es una crónica muy valiosa sobre la lucha contra el tráfico de menores en Cancún. En este material, sin sensacionalismo y producto de una investigación seria y valiente, se revelan redes de tráfico, personalidades de la política y empresas involucradas y, con respeto y objetividad, se da voz a las víctimas.

Existen, otras propuestas audiovisuales igual de profundas y exhaustivas, de modo que con SOF no estamos ante un abordaje nuevo, ni siquiera el mejor, sobre el tráfico y la explotación sexual de menores de edad.

La polémica generada en torno a la propuesta fílmica tiene varios ángulos. Uno está en el espaldarazo recibido de parte de Qanon, organizaciones y personalidades que defienden posturas conservadoras allegadas a la extrema derecha y a la religión. Otro, es la supuesta “voluntad de desenmascarar una conspiración pedófila mundial” que queda en el sensacionalismo y la representación estereotipada de las víctimas del tráfico sexual y las redes delictivas que lo coordinan. La narrativa de SOF comparte puntos en común con el modelo americano del white man saviour (hombre blanco salvador) y el final feliz propio de todas las gestas de esta factura. No ahorra al espectador escenas realmente crudas y repulsivas, y muestra ingenuidad, falta de profundidad y poca elaboración en el diseño de algunos diálogos y situaciones. Es un producto olvidable que aborda un tema serio desde una perspectiva banal.

Existe una preocupación real sobre el tema de la explotación sexual a las infancias y el tráfico de menores de edad, pero… no todo el tiempo, ni por todo el mundo, y sobre todo: no con el mismo fin. Y aquí creo pertinente establecer la distinción entre la lucha legítima por los derechos y la protección a la infancia y quienes las instrumentalizan para descalificar a la comunidad LGBTIQ, a los feminismos y a otros movimientos por los derechos humanos. Entiéndase que el tema “proteger a la infancia” mueve —lo merece y exige— muchas sensibilidades, por lo que tiene un excelente reclamo de público, seguidores, personalidades que lo promuevan y hasta patrocinadores. No obstante, puede existir quien desee montarse en esa ola y dirigirla a donde quiera, no con el interés real de promover una transformación social a todos los niveles para combatir el flagelo, sino para sus propios fines, ya sean políticos, religiosos, publicitarios o económicos.

SOF es un ejemplo de esa manipulación de la ola, y como todo producto manipulador, se unirá a los “ejemplos” que utilizarán tanto quienes no posean un conocimiento profundo del tema como aquellos que tengan ideas muy definidas contra los movimientos progresistas bajo el manto de la divisa expresada por Caviezel: “Los niños de Dios no están a la venta”.

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