El mal perder del verdugo

Daniel Ortega aseguró que la lista de sus presos políticos liberados era de 228 ciudadanos. Foto: Presidencia

El verdugo ahora tiene un serio problema con el sacerdote encerrado en la cárcel. ¿Acaso cree que el cautiverio reducirá la entereza del religioso?

Por Silvio Prado (Confidencial)

HAVANA TIMES – A juzgar por el discurso de Daniel Ortega del pasado 9 de febrero, lleno de hiel y rencor, la liberación de los presos de conciencia no tuvo los resultados esperados para su régimen despótico. Más bien fue un revés político que ha ido ampliando sus dimensiones con el paso de los días. Ninguno de los efectos que buscaba se ha producido. Si buscaba quitarse de encima la presión internacional, ahora se ha multiplicado por 222; si buscaba dejar en la apatridia a los desterrados, la decisión del Gobierno español les ha dado un nuevo cobijo; si pretendía dar una imagen de fortaleza ante los suyos, ha quedado como lo que es: una empresa familiar que se mueve a golpes de improvisación. Se entiende la rabia que el dictador rezumaba aquel día: al verdugo no le gusta perder su capacidad de crueldad.

Al verdugo le molesta reconocer que no es inmune a la presión internacional. Según sus confesiones, tantas demandas por la liberación de sus rehenes han terminado haciendo mella en su cerrazón. Le llovieron de todos lados y de todos los signos políticos hasta convertirse en un clamor mundial. A veces acusada de débil e indolente, la llamada comunidad internacional ha terminado arrinconándolo, rechazándolo, expulsándolo de los espacios y foros democráticos para convertirlo en un paria. Eran mentiras que no le importaban las condenas en su contra porque había encontrado otras alianzas con otros regímenes autoritarios, ni que al sur global no le importa que se pudrieran las personas atrapadas en sus cárceles. El penúltimo bofetón se lo llevó en la reciente cumbre de la CELAC, donde un encogido representante de su Gobierno se tuvo que tragar la andanada que lanzó el presidente chileno.

Al verdugo le debe dar rabia comprobar que el destierro no vaya a significar la ampliación de su poder de castigo más allá de las fronteras. El hecho de que el Gobierno español concediera la ciudadanía a las 222 personas liberadas implica, además, que les esté abriendo innumerables fronteras y facilidades para que vivan, estudien o trabajen en los países que prefieran. O sea, que ni apátridas ni desamparadas. No podía salirle peor el tiro por la culata; pero es que el tirano, llevado por su bilis, pretendía imponer su atropello para que otros países negaran refugio a los expulsados de Nicaragua, no sólo reviviendo el destierro, una figura medieval contraria al derecho internacional humanitario, sino además diseñando leyes a posteriori para justificar su barbarie. Tales medidas, por su forma y contenido, solo podían provocar la repulsa mundial; de modo que también perdió esta partida.

Pero si en algo se ha notado el mal perder al verdugo es en su inquina hacia el obispo Rolando Álvarez. La invectiva en contra del sacerdote destilando rabia y amargura revela toda la frustración que pueda caber en el alma emponzoñada de quien, creyéndose dueño de la vida y el destino de los habitantes de su feudo, ha visto contrariados sus planes. A pesar de las reiteradas negativas que el religioso ya había expresado creyó que al ponerlo ante el hecho consumado de su expatriación terminaría aceptándola. Pero una vez más le salió mal la apuesta y se dio en los dientes con la realidad. La condena a 26 años de prisión sólo refleja la impotencia del verdugo ante la actitud de Monseñor Álvarez. Las acusaciones en su contra son tan absurdas como desquiciadas. Le acusan de terrorismo aunque nunca haya empuñado un arma ni organizado comunidades campesinas de las que salieran grupos guerrilleros. En un país como Nicaragua, donde el compromiso social llevara a la lucha armada a tantos sacerdotes como Gaspar García Laviana o a participar abiertamente en las luchas populares, como Ernesto y Fernando Cardenal, tales acusaciones parecen un mal chiste si no un esperpento.

El verdugo ahora tiene un serio problema con el sacerdote encerrado en el mayor centro penal del país. ¿Acaso cree que el cautiverio reducirá la entereza del religioso por estar rodeado de otros prisioneros en las peores condiciones? Solo la arrogancia y el escaso contacto con la realidad podrían obviar que si para algo están preparados los clérigos es para el sacrificio y el martirio. El día que lo metieron en la cárcel pusieron un ladrillo más en la construcción de otro ícono de la lucha contra la dictadura, a pesar de la postura pusilánime de la Conferencia Episcopal. Pretendiendo quitarse de encima la prédica molesta de Monseñor Álvarez, el verdugo se ha metido a un callejón del que solo podrá salir con otra derrota a cuestas.

Hay otro revés que el discurso del verdugo dejaba implícito: la presión incansable de miles de nicaragüenses y de otras nacionalidades que han ejercido todos los días exigiendo la liberación de los presos y presas de conciencia. Es imposible cuantificar cuántos grupos se organizaron, cuántas actividades se han montado y cuántas iniciativas, como las cartas públicas, audiencias, comparecencias en parlamentos y foros, y premios y reconocimientos logrados. La causa por la liberación de los presos de conciencia ha sido todos estos años un eje movilizador que ha atravesado los continentes de norte a sur, incluso en competencia con otras crisis humanitarias o con el permiso de la peor epidemia que ha sufrido la humanidad en un siglo.

Gracias a este esfuerzo en el que han convergido fuerzas políticas y sociales de todos los colores, hoy podemos decir que hemos rescatado a la mayor parte de los presos de conciencia de las garras de una de las dictaduras más crueles del continente americano. No fue una concesión generosa de la dictadura; se los arrancamos. Si por voluntad del verdugo fuere, las presos y presos de conciencia seguirían sufriendo las mayores penurias posibles hasta romper definitivamente sus mentes y cuerpos. Pero no ha sido así; si la presión internacional ha asfixiado a la dictadura y el verdugo ha lanzado al viento sus lamentos, es porque nunca permitimos que los rehenes fuesen olvidados, porque en cualquier fecha del calendario se ha mantenido en alto la bandera de su liberación, como la seguiremos manteniendo hasta rescatar al último prisionero y con ello la de Nicaragua entera, para mayor amargura del verdugo y sus secuaces.

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