El hundimiento del chavismo y la responsabilidad de Cuba

Por Osmel Ramírez Álvarez

Raúl Castro y Nicolás Maduro.  Foto de archivo: Ismael Francisco/Cubadebate.

HAVANA TIMES – Siempre he resaltado, sin misterios ni tapujos, mi definición política: soy un socialista demócrata.  Ser “socialista” quiere decir que promuevo una organización de la sociedad que esté encaminada a proporcionar a los ciudadanos la mayor justicia social y equidad posibles.  Ser “demócrata” significa que abogo por la democracia representativa y participativa, (de verdad no fingida), tanto para conseguirlo como para mantenerlo.

Si hace falta la violencia o una dictadura, ya es síntoma de que hay problemas y las consecuencias podrían ser peores de soportar  que aquello que se pretende enmendar. Por eso cuando vi triunfar a Chávez y su movimiento político bolivariano hablando de un socialismo nuevo, de justicia social y de democracia, no pude más que simpatizar y celebrar.

Su arrojo político y su carisma colmaban esperanzas. Propuso y logró una nueva Constitución, sobre la base de una democracia que intentaba ser participativa. Un buen paso, aunque los canales políticos que usaron siempre los vi poco viables y proclives a usos despóticos. Y en efecto, terminaron empleándose para el control social y no para la verdadera participación ciudadana.

La idea de un enfoque nuevo al socialismo en el siglo XXI me cautivó, lástima que no se hizo con realismo. Atacar el capital o amenazarlo no es nada sabio, ni constructivo, mucho menos necesario. Y Chávez nunca generó confianza frente al capital, por el contrario, se mostró enemigo. Y ganó detractores poderosos y perdió aliados insustituibles. Aunque siempre le di el beneficio de la duda, y murió prematuramente dejando la parte fea de la escena a Maduro, al verlo en tales rumbos le avizoré con dolor el derrotero que hoy manifiestan.

En noviembre del 2010 aún todo lucía viento en popa. A pesar de la crisis momentánea por el descenso brusco del precio del petróleo en 2008 ya se estaban recuperando poco a poco y el dólar en el mercado negro costaba apenas 9 bolívares, a pesar de la alta inflación. Todavía las petro-finanzas pagaban sin límite las misiones sociales, condicionaba la política exterior, daban oxígeno a la siempre “asmática” economía cubana y abría puertas a organismos internacionales de integración.

Nicolás Maduro y Fidel Castro en La Habana el 19-3-2016, 8 meses antes de que falleció Fidel.  Foto: juventudrebelde.cu

En ese contexto escribí un trabajo sobre el tema, más de 7 años atrás, y lo divulgué como pude, de gente en gente. Cuando aquello jamás había navegado en Internet. Comparto estos breves párrafos que reflejan mis inquietudes de entonces, tristemente confirmadas:

“… por muy justos que sean los propósitos de los líderes que encabezan las revoluciones o procesos democrático-populares que están teniendo lugar en la región, si no tienen un proyecto que sea capaz de modificar democráticamente las bases de la dictadura solapada del capital, como lo debe hacer en efecto un proyecto socialista de nuevo tipo, están condenadas al fracaso.”

 “Ya no es necesario destruir la clase capitalista, ni la propiedad privada, ni el Estado, ni prescindir del dinero, ni temerle a la libertad política en un sistema que pretende alcanzar la justicia social, la democracia y el socialismo. Todo puede coexistir en armonía constructiva (…) (si se basa) en el equilibrio social.”

“Cualquier modelo socialista de nuevo tipo debe ser profundamente democrático y debe basarse en la más plena libertad política y en la pluralidad; debe forjar un Estado fuerte y protagonista en la economía y, al mismo tiempo, desarrollar el mercado; debe dar además protagonismo político a la clase trabajadora…”

“Si los dirigentes de la Revolución cubana optan por la actualización, (…), todo sería mucho más fácil para el perfeccionamiento del socialismo en Cuba y su triunfo en el resto de la región. Aquí existen todas las condiciones propicias (…) para trocar el viejo modelo copiado de la Unión Soviética, por el dinámico, democrático y revolucionario modelo socialista del siglo XXI.”

“Es entendible que renunciar a la estabilidad política, al inmenso poder que proporciona el modelo ortodoxo a los líderes de la Revolución, es muy difícil, (…). Pero ahora que el escenario se ha modificado favorablemente, no cambiar es un atentado, no solo contra el desarrollo de Cuba, sino contra el socialismo en general.”

“Una Cuba aferrada al socialismo del siglo XX daña enormemente a los proyectos socialistas del siglo XXI en la región, porque los estigmatiza, los marca, los hace cómplices de un supuesto proyecto engañoso, tendiente a radicalizar con el tiempo las otras revoluciones progresistas hacia el modelo cubano.”

“La necesaria imbricación de los otros procesos regionales con Cuba, la amistad manifiesta, la simpatía que muestran con nuestros líderes, la inserción de nuestro país en mecanismos de integración comunes, entre otros asuntos, no solo asusta a muchos sectores progresistas (…), sino que obstaculiza la necesaria incorporación de la pequeña y mediana empresa al desarrollo económico impulsado….”

“En resumen, incrementa la contrarrevolución, atrasa la implementación del socialismo nuevo y los podría conducir, como consecuencia de su ejemplo y de la reacción capitalista, al callejón sin salida de la radicalización, innecesaria y muy contraproducente con lo que hoy se necesita.”

“Si Cuba no le responde al nuevo socialismo (…) y si no se reacciona a tiempo, entonces puede que se pierda este precioso momento histórico que se está dando…”

¡Y el momento se perdió!

Como socialista sufrí viendo ese proceso de radicalización en marcha, hoy ya coronado. No puedo aprobar que en nombre del socialismo se fomente el autoritarismo, sin importar su origen electoral. Y otorgo al Gobierno de Cuba una responsabilidad inmensa, tanto en el fracaso, como en la insostenibilidad. No cambiar a tiempo ha sido un crimen en todos los sentidos y ha traído consecuencias nefastas no solo para los cubanos.

La nueva izquierda debe superar el trauma de creer que debe gobernar para siempre, una vez ganado el poder. Es un rezago marxista-leninista que les toma por asalto la psiquis. Perder es normal, equivocarse también, y rectificar: un imperativo.

Lo que no es normal ni podemos aceptar los socialistas sinceros es que se ensucie nuestra tendencia política por causa del radicalismo y la falta de sentido cívico. El pueblo es quien pone y quien quita, con respeto y obediencia al juego democrático.

La derecha no es nuestra amiga, su empoderamiento responde, esencialmente, al interés del gran capital y como siempre ha errado muchísimo para conseguirlo, pero eso no justifica que desde el poder, y menos si se es socialista, se emplee el juego sucio del autoritarismo anticonstitucional.

En política perder puede ser ganar si en la derrota uno no se arroja al lodo, como lo hacen de a lleno hoy los chavistas, y mejor se nutre de las experiencias. Ojalá pudieran reaccionar hoy mismo y dejaran de hundirse en el pantano del despotismo. No sé si son unos descarados a “rajatabla” o están enfermos de una lógica historicista-dogmática que les tiene cautivo el raciocinio más elemental.

Cualquiera nota que su obstinación por el poder y por imponer un socialismo torcido que solo existe en sus mentes, no tiene futuro. Porque de aquella noble idea inicial de Chávez, que estremeció el continente y que siguen esgrimiendo como bandera, solo queda un difuso espejismo.

 

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