El Estado cubano se fue del país

Foto: Sadiel Mederos

Por Julio Antonio Fernández Estrada (El Toque)

HAVANA TIMES – El Estado cubano se fue del país. No sé si aprovechó y se quedó junto a alguna delegación deportiva en una competencia en cualquier parte o si se atrevió a pasar la odisea de los volcanes y la selva o si dejó plantada una misión médica en África o en América del Sur; pero sé que no se fue en balsa porque no lo han devuelto, no está en Cuba. Se fue y no se despidió.

El Estado cubano era dueño de todo, controlador de todo, administrador de todo. Tuvo las industrias, los carritos de fiambre, las farmacias nacionales con estantes vacíos y las internacionales llenas de medicinas para pudientes. Tuvo los centros deportivos heredados del capitalismo y los construidos después de 1959. Ha sido dueño de los hospitales, las escuelas, los parques de diversiones, los hoteles, las tiendas de todos los artículos, las minas de todos los minerales, los cines, los teatros, las carpas de los circos ambulantes. El Estado, mientras pudo y aun después de no poder, fue dueño de todos los taxis, todos los ómnibus urbanos e interprovinciales, todos los trenes, todos los barcos y hasta fue dueño de las bicicletas chinas que nos vendía o regalaba en los noventa.

Ha sido dueño, además, del cien por ciento de la generación eléctrica, de todo el bombeo de agua y de la recogida de basura, sin mencionar su absoluta propiedad —solo compartida con inversionistas extranjeros sobre los que nadie nos consulta—, de todo el petróleo y el gas natural de Cuba.

El Estado ha sido propietario de todos los bancos, a la vez que se ha mantenido como dueño de gran parte de la tierra cultivable en Cuba; también ha sido dueño de la flora y la fauna, que decide exportar o engrosar con especies invasoras cuando lo ha considerado. Es dueño de todas las viviendas que las personas tienen con títulos que dicen «medios básicos o usufructo» y de las fortalezas de la época colonial, en las que ha decidido instalar —a conveniencia— centros turísticos, museos, ferias del libro, unidades militares, restaurantes.

El Estado cubano ha sido dueño de todas las noticias, de la televisión, de todos los periódicos —siempre dirigidos por el Partido inmortal—, de todas las imprentas, de todos los museos, de todas las bibliotecas y ha decidido, por décadas, cuáles películas se filman y cuáles no; qué se puede bailar, representar, actuar, pintar, esculpir, animar y cantar.

Fue un Estado todopoderoso y cuando supo que no podía con todo porque no tenía con qué sostenerlo, primero resistió sin proteger, sin cuidar, sin restaurar, sin limpiar, sin conservar, sin registrar, sin atesorar, sin poner el menor interés de verdadero dueño y después lo fue abandonando todo, sin más; poco a poco a veces, de forma abrupta, otras.

Todo ese tiempo en que el Estado ha sido tan poderoso, ha dicho, discursado, publicado y recitado que el dueño de todo lo humano y lo divino es el pueblo.

No voy a escribir más de una oración sobre el tema, porque los cubanos sabemos que nunca hemos sido dueños de algo, administradores de algo, poseedores de algo, tenedores de algo; apenas hemos sido usuarios de algunos bienes y servicios que la mayoría de las veces eran males y no servían para nada.

Después de ser dueño de todo, el Estado cubano dejó, a regañadientes, que algunas personas vendieran maní de forma ambulante y a veces se acordaba que hasta el maní es estatal y confiscaba en la vía pública los cucuruchos que los ancianos llevaban en sus jabas pobrísimas.

El Estado dejó que algunas personas tuvieran carros de alquiler y después les ha hecho la vida insoportable con medidas restrictivas constantes; porque hay que entender que, para quien fue dueño de todo, ver a personas paseando turistas en carros descapotables americanos antiguos debe ser muy duro de procesar.

Ahora, el Estado no está en ninguna parte. Queda alguien haciendo de Estado en las oficinas públicas y secretas de la Seguridad del Estado, que hace tiempo es la Seguridad del Gobierno y el Partido, porque el Estado se fue, ya no está, y las personas que trabajan para la Seguridad lo saben.

El Estado le dejó la Salud Pública a los pacientes, que deben llevar lo necesario para su atención en el hospital, incluido el salario del médico en forma de bienes o dinero; porque todo el mundo sabe que lo que hacen los doctores y doctoras no se paga con el salario que el Estado dice que les da cada mes.

En general, el Estado le dejó el salario de los centros de trabajo públicos a las familias que viven en el extranjero y que, mediante remesas —los que pueden—, mantienen la inoperancia estatal cubana permitiendo la subsistencia de sus parientes.

El Estado ha abandonado la Educación. No hay maestros ni maestras, faltan más de 24 000 para afrontar el curso que comenzó. No tiene recursos para dar almuerzos y meriendas ni para mantener miles de aulas en un país sin nada.

El Estado abandonó los campos de caña y convirtió un centenar de centrales azucareros en chatarra, fábricas de macarrones o almacenes. Le dejó durante décadas las tierras fértiles al marabú, las piscinas a los mosquitos, las gradas de los estadios al salitre, los museos al polvo, las bibliotecas a las polillas, las películas viejas al calor; los cines, con suerte, al empeño de algún colectivo artístico.

Los barcos de la Flota Cubana de Pesca se perdieron porque no podían, no podían, no podían navegar y no pasaron una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete semanas; sino toda la vida, y los jóvenes no saben que tuvimos una marca llamada Reina del Caribe y que había latas cubanas de bonito en trozos y en fritada.

El Estado abandonó el transporte, la red vial y los edificios de arquitectura única; y hoy es imposible viajar dentro de las ciudades, de una provincia a otra y los edificios vetustos se derrumban, vacíos o habitados, sin más, como si no se pudiera evitar su caída.

Las personas que viven en Cuba saben que el Estado es incapaz de generar electricidad, aunque hay que reconocer que sabe generar apagones, que no es lo mismo, pero está relacionado. De la misma manera, el Estado no puede llevar agua potable a cientos de miles de personas que deben sobrevivir día tras día a la espera de que un camión cisterna, conocido en nuestro país como pipa, lleve un poco de agua a una comunidad. Agua que nunca alcanza y que no es más que un paliativo insuficiente.

La recogida de basura, que nunca ha sido un problema resuelto —al menos en La Habana—, en estos momentos es un tema abandonado a las moscas, a las enfermedades y a la podredumbre.

El Estado dejó la alimentación a las mipymes, pero estas venden productos a precios que solo pueden responder consumidores que reciben remesas en divisas. La Libreta de Abastecimiento —permítanme escribirla con mayúsculas una última vez— ya no existe y el Estado, democrático y socialista, no hizo un plebiscito para consultar al pueblo sobre la decisión.

El Estado cubano ha dejado la seguridad interior al miedo de la gente a salir a la calle; ha dejado las esperanzas y la felicidad del pueblo a sus sueños y a las posibilidades reales de emigrar; ha dejado el registro de los feminicidios a la sociedad civil cubana y los reportajes sobre la verdad de las calles a algunos medios de prensa independientes que, por dar las noticias que el Estado no puede ni quiere dar, son tildados de vendepatrias y mercenarios.

El Estado se fue. Fue dueño de todo y de nosotros. Nos llamó «medios básicos de la Revolución» en algún momento. Decidió dónde y qué debíamos estudiar para ayudarlo a ser dueño de todo para siempre, y ni así ha logrado impedir que millones de personas escapen de su prepotencia y decadencia, aunque sea para ser pobres en otra parte.

El Estado cubano se fue del país. Lo abandonó. Nos ha dejado un Gobierno sin pueblo, sin fiestas populares, sin carnavales, sin pirotecnia patriotera ni chovinismo. Se llevó sus ínfulas de grandeza a otra parte y nos dejó un Gobierno frustrado y mediocre.

El Estado cubano lo ha dejado todo a la suerte del paso del tiempo y a la pobreza material y espiritual de cada uno de nosotros. Cuando no le quedaba más nada que abandonar, decidió también dejar tirada la patria y la nación, que nunca han Estado tan a la deriva como hoy. 

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