El día en que la dictadura cubana perdió todas sus máscaras

Partidarios del Gobierno durante el acto de repudio ante la vivienda de Yunior García Aguilera este domingo. (EFE)

Quedó demostrado, ante el mundo, que la ciudadanía en Cuba no cuenta con ningún espacio para expresar una posición política que difiera del pensamiento oficial

Por Yunior García Aguilera (14ymedio)

HAVANA TIMES – Desde que convocamos la Marcha Cívica por el Cambio sabíamos que sería prácticamente imposible realizarla. Aun así, valía la pena obligarlos a quitarse sus máscaras, a demostrar su carácter absolutamente tiránico, sobre todo en un contexto donde intentaban presentarse como un Estado de Derecho.

Dos semanas después del 11J, los órganos judiciales del régimen ofrecieron una conferencia de prensa que todavía asombra, por su cinismo. El presidente del Tribunal Supremo Popular, con voz entrecortada, negaba la matriz de opinión que hablaba de una avalancha de procesos judiciales. Según Rubén Remigio Ferro, solo conocía de 19 causas que involucraban a 59 personas. Luego se sabría que la cifra de procesados se acercaba escandalosamente al millar.

Otro engaño de este señor sería afirmar que los tribunales actuaban de forma independiente y que solo debían obediencia a las leyes. El propio Díaz-Canel se encargaría de desmentirlo, aclarando que «en Cuba no se trabaja con la separación de poderes, sino con la unidad de poderes». Remigio debió querer que se lo tragara la tierra, aunque para ello, primero necesitaría algo de vergüenza.

La gran mentira que, definitivamente, nos impulsó a organizar la Marcha fue escucharlo decir que «las opiniones diversas, incluso de sentido político diferente al imperante en el país, no constituían delito». Según el presidente del Tribunal Supremo, «manifestarse, lejos de constituir un delito, era un derecho constitucional».

Desde Archipiélago, junto al Consejo para la Transición, pretendíamos desnudar todas estas mentiras. Muchos de nosotros también sufrimos prisión por salir a manifestarnos el 11J. Y a pesar de haberlo hecho de manera incuestionablemente pacífica, con la prensa internacional como testigo, fuimos lanzados a un camión de escombros y llevados tras las rejas. Cuando convocamos la Marcha aún nos encontrábamos bajo una medida cautelar.

La primera fecha que escogimos fue el 20 de noviembre. Era necesario presentar la solicitud de manera formal y hacerlo con suficiente tiempo de antelación. El mundo observaría cada movimiento. La primera respuesta del régimen fue la más amenazante posible: las Fuerzas Armadas declaraban el 20 de noviembre como Día Nacional de la Defensa y anunciaban una militarización del país durante los tres días previos a la fecha.

Nosotros no perdimos la ecuanimidad. Con mucha calma, expresamos que no nos interesaba un enfrentamiento violento con el Ejército, de modo que adelantábamos la manifestación para el 15 de noviembre. Ese día era el límite, pues el país abriría sus aeropuertos para recibir al turismo internacional. De manera que no podrían usar la pandemia como excusa para prohibir la Marcha.

El régimen usó entonces todo el poder de sus mecanismos represivos: los gobiernos municipales, la televisión nacional, las fiscalías provinciales y a todos los agentes de la Seguridad del Estado. Interrogaron a cuanto ciudadano se atrevió a poner un like en nuestras publicaciones. Llenaron las redes con imágenes de los palos con los que saldrían a golpearnos. Incluso organizaron centros de vacunación para niños en las rutas que estaban trazadas para la Marcha. Éramos conscientes de que casi nadie se atrevería a salir. Y así fue.

Si el régimen hubiese sido mínimamente inteligente, habría puesto límites que nos obligaran a realizar la marcha con muy pocas personas o en alguna ruta de escasa visibilidad. Pero ni eso. El asno con garras que figura como cabeza de la dictadura no quiso correr ningún riesgo. Y quedó demostrado, ante el mundo, que la ciudadanía en Cuba no cuenta con ningún espacio para expresar una posición política que difiera del pensamiento oficial.

La prensa internacional siguió atentamente el proceso y a casi nadie en el mundo le quedó la menor duda de que la Marcha, al no poder realizarse, significaba que los convocantes teníamos la razón en nuestras demandas. Pero la dictadura tiene un largo historial en agenciarse victorias pírricas. Entonces emplearon la única carta que les quedaba: desacreditar, asesinar reputaciones, confundir, sembrar sospechas, generar divisiones, obligarnos a partir al exilio y esparcir una campaña infame contra nosotros.

Tristemente, en muchos cubanos funcionó esa campaña. Todavía padecemos esa necesidad de un Mesías, al que juzgaremos severamente si no lo vemos flagelado y crucificado en el madero. Nos cuesta entender que, antes que líderes, necesitamos ciudadanos. Y que enfrentarse a una dictadura no es cosa de superhéroes, sino de aprendizajes, intentos, constancia, relevo y sobrevivencia.

A un año de aquellos sucesos, todavía nos queda mucho por reflexionar sobre su verdadero impacto. Lo incuestionable es que, ese día, las máscaras de la dictadura se hicieron añicos.

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